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Viernes, 14 de noviembre de 2003

TELEVISIóN

un cacho de cultura

Con sugestivas promociones, Georgina Barbarossa volvió a América TV con un ciclo de entretenimientos que incluye entre los premios ¡encontrar una pareja! ¿El requisito para tan ansiado fin? Haber visto tanta tele como para convertirse en una persona culta. ¿O no es lo mismo?

 Por María Moreno



Se acabaron los “papirri”
y las promociones de pomada hemorroidales porque ahora Georgina Barbarossa conduce
un programa en el horario del menor suelto entre la escuela y la cama: de seis
a siete de la tarde en América. El “dale” de “Dale Georgina”,
exclamación que evoca el aliento que se da a la yegua favorita o al equipo
de papi fútbol, sugiere drásticamente que se trata de un programa
de juegos. En la primera emisión del lunes 10, Osvaldo de Villa Crespo,
Vanesa de Parque Centenario, María Cristina de Ramos Mejía, José
María de Congreso, Marcos de Monte Grande y Mónica de Belgrano
jugaron a “Me veo todo”, que mide cuánto se sabe de TV, pero
que no es más que uno de los juegos teloneros de un programa que se hace
para jugar con las esperanzas de solos y solas: uno o una coquetean ritualmente
con cuatro miembros del sexo opuesto donde hay solteros y casados, y hay que
adivinar si se quiere conseguir liebre y no gato, pero eso se vio recién
el jueves. El lunes, mientras anunciaba la variedad de juegos que se ofrecerían
a todo aquel o aquella que se anote en Ravignani 1493, eliminó como participantes
potenciales de los juegos buscaparejas a gays “de las dos direcciones”
entre los cuales, aclaró, ella tiene muchos amigos, pero que irían
en otro horario. De todos modos, la heterochabacanería recorrió
todo “Dale Georgina” desde el primer día. Por ejemplo:

Georgina: –¿Cómo se llama el programa que conduce la modelo
y conductora Caramelito Carrizo?

Mónica de Belgrano: –¿?

Cupido: –¿Hace cuánto que no probás un caramelito?

Georgina: –Somos varias.

Escenita que hereda muy tímidamente las creadas por Pepitito Marrone,
que le había puesto nombre propio a las cachas de Juanita Martínez
y dialogaba con ellas.


Ser o no ser


“Ser culto” es una categoría añeja que se aplica precisamente
a quienes no pertenecen al campo cultural y tampoco necesariamente al de los
lectores. Nadie considera “culto” a Beatriz Sarlo o a Tomás
Abraham, su “cultura” estaría naturalizada. “Ser culto”
implica poseer la clase de conocimiento que difunden las palabras cruzadas y
los libros de la escuela secundaria. Consiste en asociar la muerte del cisne
a Ana Pavlova y no a Jorge Luz, y en saber que uno de los personajes de Cumbres
borrascosas se llama Heathcliff sin haber escuchado a Pedro López Lagar
gritar: “¡Cathy, Cathy!”, por la radio, en 1950. “Culto”
era considerado Eugenio Sarno, concursante de “Odol Pregunta” al que
le ponían dos segundos de un concierto de Bela Bartok y lo sacaba. “Cultos”
son considerados Antonio Carrizo porque es bibliófilo y habló
con Borges, Sergio Renán porque toca el violín y trabaja en el
Colón y Oscar González Oro y Chiche Gelblung porque citan a Jacques
Lacan aunque lo reduzcan a un aforismo de José Narosky (Chiche ha encontrado
en los célebres Escritos la siguiente frase:”Quien sale de la cama,
sale de la casa”, o algo así como también debe ser “algo
así” la frase de Chiche respecto de la original). En esta representación
de la cultura se asocia cultura y memoria de fechas, cantidades numéricas
y nombres propios, convirtiendo a la magdalena de Proust en un cacho de marroco
agrio. Esta “memoria” tan mentada en el campo de los derechos humanos
equivaldría a recordar que el golpe militar fue el 24 de marzo y no el
18 o el 25, y que los desaparecidos son 30 mil y no 8500, en lugar de que se
recuerde el genocidio para dejar abiertos sus archivos en la memoria social
a través de la memoria de los sobrevivientes, deudos y testigos. Esta
cultura de la memoria en su sentido más literal organizaba sus valores
en el campo de la literatura, el arte, la música, la ciencia y la política,
y hasta la aparición de los teóricos de los medios de comunicación
se oponía a “ver televisión”. El deslizamiento cultural
que “Me veo todo” de “Dale Georgina” ha hecho entre leer
y ver ha convertido a la antaño llamada caja boba en la nueva enciclopedia.
Y los que, lo sepan o no, provocan el mito de que se leen todo, de acuerdo con
los nuevos valores, no correrían ni en cuadreras.

Los pobres ignorantes de la cultura televisiva tendrían en cambio su
oportunidad si “Dale Georgina” fuera más abierto a la gente
que lee en lugar de mirar y no sabe estudiar de memoria. Por ejemplo, si incorpora
un concurso de injurias populares como la que inventó David Viñas
sobre Neruda (“Es un boludo con vista al mar”) o una cacería
de gaffes cuyo premio mayor sería encontrar las que se deslizan en “Dale
Georgina”. De jugarse este último juego, esta cronista hubiera salido
ganadora pues el lunes Georgina dijo lo siguiente: “Las cápsulas
antiage mejoran la humedad de la piel y corrigen su sequedad –entre otras
cosas, te lo voy diciendo de a poquito–, aumentan la formación de
colágeno y la elasticidad, favorecen el envejecimiento prematuro de la
piel”. Fuera de esta frase que habrán adorado sus avisadores, Georgina
sigue desplegando un modesto ingenio en parodiar a una diva de formato casero
en lugar de hacer de una, mientras hace gala, desde su condición de viuda
trágica y, al mismo tiempo, futura abuela, de un halo de optimismo para
solas y solos, y hasta provoca una sonrisa cuando sugiere que comer un pan diet
que no sea Bimbo equivale a comer una hombrera, y que quien no tiene una tarjeta
de débito de Banco Río vive en un termo. En cambio, en la primera
emisión, el chimentero que la acompaña, Luis Piñeiro, no
se ha esforzado mucho para mover la lengua de víbora al contar que cuando
Valeria Mazza se quiso reconciliar con Su Giménez, ésta le mandó
decir que no podía atenderla porque se estaba peinando. Con las alegrías
que nos está dando el ex tampax y actual valetómano príncipe
Carlos.

Como es habitual en el cielo de la tele, en “Dale Georgina” la voz
del director, del juez y del locutor suenan como viniendo desde arriba en una
ilustración pedestre de la idea de autoridad y la escenografía
parece hecha con pistoletes de arquitecto. Antes de que el noticiero de Mónica
Gutiérrez y Luis Majul llevara, según Georgina, a los chicos a
los deberes y ella se permitiera decir que la periodista es la única
a quien le queda bien el flequillo chanfleado, los de cierta edad tuvieron tiempo
de extrañar las ensaladas de tornillos y tuercas hechas por un Olmedo
de honda y gorrito en gajos mientras una mano temblorosa sostenía un
vaso lleno frente a cámara y una voz dulzona decía: “Piluso,
la leche”.

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