Viernes, 4 de abril de 2014 | Hoy
CINE
En su última película, Nymphomaniac, el director danés Lars von Trier narra la vida de una mujer adicta al sexo.
Por Silvina Herrera
Todo empieza en un laberinto de paredes grises y ambiente frío. Hay silencio, gotas que caen sobre una chapa de metal vacía, como la soledad que se percibe alrededor. Y de repente, la música de Rammstein genera un efecto de película de terror, una canción llena de potencia que enmarca la figura de una mujer herida tirada en el piso, una imagen que encierra la estética del cine de Lars von Trier, ese cruce tan personal entre exceso y poesía, que mezcla rusticidad, por momentos mersa, con belleza y sensibilidad. Nymphomaniac encaja en el estilo dramático del director danés, esa mirada trágica de la vida llevada a la pantalla a través de provocaciones. Es un film de cuatro horas, dividido en dos volúmenes, que cuenta la historia de una ninfómana, dispuesta a perder sus afectos por su adicción al sexo.
Von Trier se volvió un director odiado, acusado de misógino y machista. Pero su cine muestra ese costado visceral tan necesario, ese deseo de ser y derramarse en imágenes, un paroxismo de exaltación de los sentimientos. En una época tan repetidora de estereotipos, no se puede más que agradecer y sentir placer por ese humanismo expuesto sin doble discurso ni hipocresía, ninguna falsa necesidad de caerle bien a nadie. La ninfómana de Von Trier (interpretada por Charlotte Gainsbourg y Stacy Martin de joven) es como sus películas, desprolija, vital y con una audacia que la lleva a hacer lo que tiene ganas de hacer, aunque sea tan incorrecto como dejar a su hijo en Navidad. Por momentos genera rechazo, pero en otros ganas de abrazarla y de decirle que no tenga miedo, que todo va a estar bien. Una mujer que cuestiona y provoca cuestionamientos, no hay linealidad ni una única característica en el personaje, es ese choque de emociones distintas que la hace querible y repulsiva a la vez, y tan humana. Una de las escenas más logradas y conmovedoras es la de una mujer traicionada (en la piel de Uma Thurman) que expone todo su dolor al ser abandonada con tres hijos por su marido.
Todo el sentido de la película se condensa en una frase que la protagonista les dice a los integrantes de un grupo terapéutico del que termina huyendo: “No soy como vos. Esa empatía que clamás tener es una mentira, porque sos nada más que la policía moral de la sociedad, con el deber de borrar mi obscenidad de la superficie de la tierra para que la burguesía no se sienta enferma. Soy una ninfómana, amo mi concha y mi sucia, obscena, lujuria”.
Ese desacato moral que intenta transmitir la película se traduce también en desacato estético. Así, a las imágenes bellas y poéticas se suceden otras exageradas, como la comparación del sexo múltiple con la pesca, y también asquerosas como la caca en el cuerpo desnudo de un hombre enfermo. Ese deseo de generar repulsión atenta contra el resultado cinematográfico. Además, aparecen escenas de sexo explícito, que fueron grabadas con actores porno, algo contradictorio desde el punto de vista ético que se quiere discutir. Su cine tiene algo de pasado de moda, de antihipster.
Nymphomaniac no es una película perfecta ni un alegato de belleza pura, es una película con puntos oscuros y contradicciones. Su indagación existencial tiene que ver con la angustia femenina, con el poder de la mujer para realizar sus deseos y la valentía de concretar su voluntad, aunque sea opuesta a lo que el mundo espera de ella. Sus films hablan de la mujer y dialogan entre sí. Breaking The Waves es sobre la devoción, Bailarina en la oscuridad es sobre el amor de una madre, Dogville sobre el miedo y la humildad, Melancholia sobre la depresión y Nymphomaniac sobre el deseo y el goce llevado al extremo. La última película de Von Trier todavía no llegó a la cartelera local, ni siquiera tiene una fecha de estreno definida, pero es uno de los films más comentados en Facebook y Twitter, con palabras de admiración incondicional o de rechazo tajante.
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