Viernes, 25 de abril de 2014 | Hoy
ENTREVISTA
Constanza Moreira es, junto con Lucía Topolansky, una de las dos únicas senadoras con que cuenta Uruguay y parte del escaso 10 por ciento de representación femenina que tiene el Congreso en general en el país vecino –un valor similar al de Emiratos Arabes Unidos–. Con un libro de cuentos y una novela publicadas, esta mujer de rulos al viento, que defiende esas ondas como un gesto de rebeldía, le disputará la candidatura a la presidencia dentro del Frente Amplio a Tabaré Vázquez, el mismo que siendo presidente vetó la ley de interrupción voluntaria del embarazo que finalmente se promulgó durante el actual gobierno de Pepe Mujica. Cupos femeninos, implementación de las leyes de avanzada, defensa de las minorías, política activa de derechos humanos e integración regional son algunas de las banderas con las que Moreira piensa dar pelea.
Por Malena Azcona
En 1938, Uruguay fue el primer país de América latina en consagrar el voto femenino sin restricciones. Y sin embargo hoy, la participación política de mujeres allí es la más baja de la región (10 por ciento). Constanza Moreira quiere revertir el índice: el 1º de junio, disputará la interna del Frente Amplio (FA) con Tabaré Vázquez, que como presidente vetó la ley de aborto en 2008.
Licenciada en Filosofía y magister y doctora en Ciencia Política, su participación en política empezó como asesora de partidos, sindicatos y organizaciones sociales, hasta que en 2007 José Mujica la propuso para la presidencia del FA: no alcanzó los votos necesarios para el cargo. Pero dos años después, se sumó al equipo de campaña del actual presidente y se presentó como candidata a senadora, cargo que ejerce desde febrero de 2010.
Consultora para Naciones Unidas, Moreira también se ha dedicado a las letras, aunque desde que asumió como senadora “las ha abandonado”. Asistió al taller literario del escritor uruguayo Mario Levrero y publicó un libro de cuentos y una novela con seudónimo. Cuando se le pregunta si la literatura todavía tiene un lugar importante, sin dudar, responde: “Es lo que más me gusta en la vida”.
La primera mujer precandidata en la historia de la coalición de centroizquierda estuvo en Buenos Aires para presentar los ejes programáticos de su plataforma política. Lo hizo en el Hotel Bauen, donde se presentó con un discurso potente y sus rulos pelirrojos, que definió como un símbolo de rebeldía. En el acto, también estuvo la candidata a diputada por el Frente Amplio Macarena Gelman, nieta del poeta argentino Juan Gelman. Dos días después del acto, en la confitería del hotel, se tomó su tiempo para responder las preguntas a pesar de que tenía una agenda repleta de actividades.
¿Cómo es ser política en Uruguay?
–Primero es duro porque son todos hombres. En este momento en el Senado somos sólo dos senadoras: la mujer de Mujica (la primera dama), Lucía Topolansky, y yo.
Las dos frenteamplistas.
–Sí. Eramos cuatro mujeres, pero una murió (Susana Dalmás) y su lugar fue ocupado por un hombre (Luis Gallo). Otra se transformó en la presidenta del FA, Mónica Xavier, y el partido no le permitió desempeñar los dos cargos al mismo tiempo.
¿Ella también fue reemplazada
por un varón?
–¡Mónica también! Jamás los partidos del FA tuvieron la mínima cordura de tratar de reemplazar a esas mujeres por mujeres. Incluso en el caso del Partido Socialista (PS), al que pertenece Xavier, que tiene cupos y es un partido relativamente de avanzada, se habló del tema, pero no se llegó a nada. Así que quedamos dos, Topolansky y yo. Cada una de nosotras tiene cinco comisiones y salvo en una en la que coincidimos, ni nos topamos. El mundo del Senado es masculino total, así que el primer trabajo de una mujer política es no ver jamás a mujeres durante el día. Hay dos anécdotas muy graciosas que ilustran esta situación. Una es que no había baños femeninos en el Palacio Legislativo y la otra es que en el año 2000, una diputada (la colorada Yeanneth Puñales) quedó embarazada y como el Parlamento tiene un régimen especial, le tuvieron que dar una licencia por enfermedad. ¡Nunca habían previsto que pudiera haber licencia por embarazo!
¿Eso cambió?
–Sí, y ahora hay también muchas mujeres asesoras. Tenemos una bancada femenina con políticas de todos los partidos: blancas, coloradas y frenteamplistas, y hacemos cosas juntas. De repente, no estamos de acuerdo con la despenalización del aborto, pero la ley de cupo fue impulsada por mujeres de todos los partidos políticos. Todas las leyes de violencia doméstica, maternales, son de elaboración del cuerpo de mujeres de la bancada femenina. En el FA somos pocas, pero en la oposición tienen menos. En total somos 15 en 130, que es un 10 por ciento aproximadamente en este momento.
¿Cómo es la composición de mujeres y varones del Parlamento uruguayo en relación a otros países de la región y del mundo?
–El promedio mundial de participación femenina es del 22 por ciento, América latina está en un 28 por ciento aproximadamente. En Uruguay no sólo estamos en el lugar más bajo en la región, sino que tenemos un porcentaje como el de Emiratos Arabes Unidos. Ahora hay una ley de cupos, que va a estar vigente sólo por única vez en las elecciones internas del 1° de junio y en las parlamentarias de octubre.
¿Por qué sólo por única vez?
–Porque los blancos, los colorados y una parte del FA no creen en la ley de cupos y como en Uruguay para modificar cualquier normativa que tenga que ver con leyes electorales o con cuestiones partidarias se precisa una mayoría especial, sólo con nuestros votos no alcanzaba, así que el acuerdo fue hacerlo por una única vez.
¿De cuánto va a ser ese porcentaje
femenino?
–Tendrían que poner al menos una mujer en cada tres listas. El problema es que los partidos presentan muchísimas listas y las candidatas pueden no entrar (N. de R.: En Uruguay el sistema electoral es por lemas). Los modelos de simulación indican que pasaríamos a duplicar el número de diputadas y a tener seis senadoras.
¿Cómo se explica que en un país considerado progresista como Uruguay, con un Estado laico y un gobierno de centroizquierda que promovió derechos como la despenalización del aborto, la ley de matrimonio igualitaria y la legalización del consumo de marihuana, siga teniendo resistencia a la participación política de las mujeres?
–Uruguay es un país que se construyó con una masonería muy anticlerical. Entonces, todo lo que tiene que ver con el peso de la Iglesia Católica va más rápido que en cualquier otro país de América latina. La laicidad del Estado es de avanzada, pero las cuestiones como la ley de cupos para mujeres o la ley de financiamiento para partidos, en una democracia antigua, muy vieja y longeva, con resistencia al cambio, cuestan enormemente. Al mismo tiempo, las jefaturas políticas son todas masculinas, entonces, como tenemos listas cerradas y bloqueadas, los dirigentes que determinan lugares en las listas eligen hombres. Igual hay más mujeres ahora que antes. Vamos progresando, pero a un pasito de tortuga.
En 2008, el Congreso uruguayo aprobó la legalización del aborto, pero el entonces presidente Tabaré Vázquez la vetó. En 2012, el Parlamento aprobó nuevamente la ley y esta vez sí fue promulgada por Mujica. ¿Si Vázquez reasumiera podría revertir este derecho?
–No, porque incluso ya se intentó derogarla con una convocatoria a referéndum, en la que sólo se obtuvo el 8,8 por ciento de papeletas afirmativas. O sea que después de eso la ley es inamovible. El problema de la ley es la aplicación, porque tenemos jurisdicciones donde la objeción de conciencia de los médicos ha sido del 100 por ciento, como en Salto, que es un departamento muy católico, donde el diputado del FA es diácono de la Iglesia Católica (N. de R.: Andrés Lima) y no votó la ley. Las mujeres de Salto tienen que viajar hasta los servicios de salud sexual y reproductiva de Montevideo.
¿Cómo es el procedimiento?
–Van a un servicio de salud sexual y reproductiva, que tiene ginecólogos, asistentes sociales y psicólogos, ahí les dan información sobre todo el proceso y se les habla del sistema de adopciones, y luego tienen cinco días para pensar. En general, lo que se usa en Uruguay para abortar es el misotrospol, que es un medicamento para cuestiones gástricas, es toda una discusión que tenemos, pero evita la intervención y reduce los costos, porque realizar un legrado implica anestesia. Entonces, con la objeción de conciencia, los médicos no hacen la receta del misotrospol, pero el resto del sistema funciona.
Si bien la ley uruguaya de legalización del aborto es una conquista feminista a nivel regional, la crítica por izquierda es que la legislación se queda a mitad de camino, ya que las mujeres están obligadas a escuchar a activistas católicos antes de poder realizarse la intervención. ¿Cuál es su posición?
–¡Al principio, hemos tenido cada pelea con las feministas! (se ríe y aclara: son todas amigas y están dentro del movimiento). Porque la ley original transformaba la interrupción voluntaria del embarazo en un derecho. Pero como el diputado del FA diácono de la iglesia no quiso votarla, tuvimos que hacer una negociación con el Partido Independiente y buscamos una solución jurídica rebajada; finalmente evitamos poner que era un derecho y pusimos que era una inaplicabilidad de las penas del Código Penal. Al mismo tiempo, se dijo que los cinco días que se les daba a las mujeres para reflexionar, poco menos que los servicios de salud sexual y reproductiva, eran unos tribunales que iban a aconsejar a la mujer. Eso es un disparate. No son ningunos tribunales, nadie le aconseja nada, simplemente se le da información. Entonces, hubo una discusión con algunos de los grupos feministas que rechazaron la redacción de cómo quedó la ley, sobre todo por la rebaja jurídica que tuvimos que hacerle, pero cuando vino el intento de derogación, las primeras que la defendieron fueron las mismas que la habían criticado. Ahí me di cuenta de una cosa muy importante: los movimientos sociales son todos maximalistas y en política tenés que negociar. Y está bien lo que ellos hacen y está bien lo que hacemos nosotros.
En la exposición de su programa de gobierno el domingo en el Bauen, la conductora dijo que usted vino a irrumpir en la política con sus rulos en un momento en que la moda femenina imponía el pelo lacio, ¿qué significan los rulos para usted?
–Un día veo que hay un programa en televisión para ejecutivos, que decía cómo vestirse: traje sastre, pantalones, todo lo que te tenías que poner. Y explicaba: rulos, ¡prohibido! Planchita, pelo bien lacio, brushing. Ahí empecé a pensar en el tema. Y luego, como todo el mundo se la agarra con mis rulos, seguí reflexionado. En Brasil, donde he vivido muchos años, es muy común el pelo enrulado, por el clima, por el mestizaje. En México los españoles se dejaban el bigote bien grande para diferenciarse de los indígenas, que son lampiños y por consiguiente no tienen bigote o tienen uno ralo. Entonces, me parece que en el tema de plancharse el pelo, en principio aparece también toda la negación de la negritud, el pelo lacio es lo que se opone al pelo enrulado de los afrodescendientes. O sea que hay una cuestión vergonzante con relación al pelo enrulado y, al mismo tiempo, exhibir los rulos es una manera de enfrentarte a un estereotipo blanco, lacio, con tus señas de identidad propia. Yo no me di cuenta de todo esto, es una reflexión a posteriori, he disfrutado de mis rulos, pero muchas veces me hago el brushing, que es lo más cómodo que hay. Los rulos dan un trabajo espantoso. Y sin embargo representan una señal de rebeldía.
En diciembre de 2012, a la dirigente de los movimientos afro Tania Ramírez la insultaron y la golpearon salvajemente a la salida de un boliche. Le dijeron de todo: negra de mierda y otras barbaridades, y terminó en el hospital. A partir de ahí se armó una movida en defensa de la negritud y apareció por primera vez la cuestión del pelo con la convocatoria a la “marcha de las motas” en contra del racismo y en repudio de la golpiza a Tania. Como reivindicación de la identidad propia frente al estereotipo caucásico dominante.
¿Cuál es su posición respecto de la integración regional?
–Todo el FA defiende la integración regional, comparado con la oposición uruguaya, que la bombardea todos los días; pero luego, dentro de la izquierda, hay matices. Yo, en general, trato de no tener matices en este sentido, y reconozco como gobiernos progresistas, de izquierda, todo lo que pasa en Venezuela, en Ecuador, en Bolivia, en Chile, en Argentina y en Brasil. Para mí, el proyecto K es el proyecto de la izquierda en Argentina, por más que el peronismo nunca va a ser un partido de izquierda, pero se identifica a un proyecto como de izquierda no únicamente por las fuerzas políticas que lo lleven a cabo, sino por la profundidad de sus intenciones y propósitos, por sus posiciones en el campo de los derechos humanos, de la política internacional, de las políticas públicas y del Estado. Un proyecto, como el proyecto K, que reivindica la participación del Estado o estatiza directamente, pensemos en la seguridad social, en Aerolíneas Argentinas, en YPF, un proyecto de políticas públicas como la asignación universal por hijo, un proyecto que defiende los derechos humanos y que tiene una perspectiva de solidaridad con los pares progresistas de América latina, si eso no es un proyecto de izquierda, no sé qué es un proyecto de izquierda. Eso sí, se encuentra poco esta posición en Uruguay con relación al gobierno argentino, así que como dicen los malvados, yo soy Constanza con K.
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