LIBROS
La magia es el relato
Liliana Bodoc leyó de niña los libros de J. R. R. Tolkien deseando que no terminaran nunca, abrevando en su épica como quien busca palabras para nombrar esos duendes que ella advertía en el monte ralo del desierto mendocino, donde vivía. Cuando creció se enfrentó con su maestro, “ideológicamente”, dice. Para esta escritora de mundos fantásticos no hay razas superiores y hasta los héroes viven de sus historias mínimas; sin embargo es autora de una trilogía (Saga de los confines) que se completa en enero con Los días de la Sombra (Editorial Norma).
Por Natalia Paez
Liliana temía acercarse a la gruta rocosa donde vivían los duendes, en el bosquecito ralo de Panquehua. A sus 11 años estaba convencida de que en el desierto mendocino, donde vivía con su familia al pie de la montaña, no eran los hombres los únicos habitantes.
Tal vez ni el bosque era bosque, sino tan solo una comunidad perdida de matorrales desérticos, pero así es como su memoria reconstruye la historia: “Yo sabía que en ese lugar había hombrecitos y pasaba horas mirando alejada, sin acercarme. Ya estaba grande para creer en eso”, dice ahora que tiene 46. Aunque a pesar de que reprime con un látigo de racionalidad aquel recuerdo de la infancia se define como alguien a quien no le cuesta creer. Por eso Liliana Bodoc se hizo escritora, para no olvidar aquellas historias. Y es una de las pocas del país que se asomaron a la épica fantástica por el camino que abrió J. R. R. Tolkien. En el Encuentro de Creadores de Fantasía y Ciencia Ficción, que se desarrolló en Buenos Aires hasta el 10 de diciembre, una de las exposiciones recorre una exégesis textual que compara la obra de Bodoc con la del creador de El Señor de los Anillos. Ella agradece las comparaciones, pero a los críticos que la adjetivaron como la “Tolkien argentina” ella les contesta con una sonrisa. “Leí sus libros deseando que no se acabaran pero siento que estamos ideológicamente enfrentados.”
–¿Por qué?
–Leí mucho a Tolkien y lo admiro profundamente, pero nuestros imaginarios son antagónicos. Tolkien marca que hay razas superiores por naturaleza: los elfos. Y por eso son bellos, sabios y casi inmortales. Sus personajes en general son grandes, fantásticos, maravillosos. Yo, en cambio, trabajé sus aspectos íntimos, sus historias chiquitas. En la tercera parte la figura del héroe se va diluyendo. Se ve obligado a entender diferencias, a anteponer el hombre a la ley y no la ley al hombre. Es un héroe que se va humanizando por necesidades políticas. Con Saga de los confines escribí los libros que yo quería leer.
La estructura de la épica de Bodoc es la eterna lucha del bien y el mal y la sangre derramada en una gigantesca batalla entre héroes y villanos. Pero la columna vertebral del relato es la magia. Están todos los elementos de la épica: un viaje como símbolo iniciático, una figura de héroe categórica. Pero su mérito habita más en la riqueza de los ambientes y de los personajes para los cuales tomó costumbres y creencias de algunos pueblos originarios de América. Los husihuilkes les copiaron costumbres y les robaron leyendas a los mapuches. Los zitzahay a los mayas y Los Señores del Sol a los aztecas.
–¿Puede revelarse algún rasgo diferenciador en la épica fantástica argentina?
–Creo que es una fantasía que no quiere ni puede desentenderse del dolor social y de la búsqueda de respuestas a los conflictos de la realidad. Tenemos, sí, una fantasía muy particular, desde Borges a Mujica Lainez desde Angélica Gorodischer a Pablo De Santis y tantos otros. Kalpa Imperial, de Gorodischer, tiene una clara referencia a la dictadura. Por más que no nos lo propongamos la realidad nos tironea siempre. Esta es la marca de la fantasía argentina que también veo en mi propia épica.
–Los libros de Saga de los confines refieren de forma casi explícita a la conquista de América.
–Hay una referencia, sí. La confirmo como un genocidio olvidado, dolorosamente olvidado. Además de aplastar vidas aplastó cultura, conocimiento, arte. Se llevó todo consigo. Pero digo también que no es una novela histórica y en todo caso la guerra entre las Tierras Antiguas y las Tierras Fértiles sería una metáfora para cualquier clase de avasallamiento.
–Tomó elementos de las culturas maya, mapuche, azteca, ¿se sintió condicionada por esa lectura de textos históricos a la hora de hacer ficción?
–Toda la investigación y el rastreo bibliográfico fue absolutamente tendencioso. Yo leí para hacer ficción, no tuve jamás la actitud de entrega imparcial del investigador histórico. Yo fui a buscar elementos para dar verosimilitud a mis personajes. Por eso leí las crónicas de viaje de Colón, Hernán Cortez, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, pero también libros de mitología indígena y el Popol Vuh. Los husihuilkes están referenciados en los mapuches. Pero, por ejemplo, los mapuches son familias poligámicas y eso no me servía para mi historia. Entonces tomé ese referente y lo aparté. Lo dejé de lado.
–¿Qué fue lo que más la sorprendió en ese trabajo previo de rastreo histórico?
–Los textos de chamanismo. Encontré un librito perdido en la biblioteca de mi padre. Un recetario nahuatl. Tenía desde preparados de comidas y bebidas hasta recetas de remedios y pócimas venenosas. Me sirvió para crear muchas situaciones mágicas entre los personajes.
–En sus libros le da un lugar preponderante a la memoria.
–Y en esta tercera parte tendrá un rol fundamental. La voz cantante la va a llevar Nakín de los Búhos, ella se ha transformado en relato y va contando los hechos. La concepción de los indígenas es que la única manera de recordar es reinventar la memoria.
–¿Cómo opera la magia en su literatura?
–Con el tema de la magia se puede caer fácilmente en cuestiones fascistas. Originariamente el conocimiento y la creencia interactuaban naturalmente en lo mágico. Cuando el conocimiento se fue con la ciencia y la creencia con la religión las cosas se empezaron a poner más difíciles. Uno y otro se estorbaron y hasta corrió sangre con la Inquisición. El cientificismo también entorpeció a la creencia y a la intuición, entonces yo rescato lo mágico como una forma de conocer y comprender que nada tiene que ver con la magia de cotillón que lleva a la ignorancia y mantiene a los pueblos en el oscurantismo y el desamparo. La magia que yo amo no es la magia de mercachifle. Es para mí una forma de conocimiento.
–¿Pero cuál es su relación personal con la magia?
–Vengo de una formación racionalista, de un papá que afirma: “No es que yo no crea en Dios, yo sé que Dios no existe”. De ese papá que hoy con sus 76 años sigue sosteniendo lo mismo. Pero tuve desde niña una tendencia natural al pensamiento mágico. Yo, en principio, creo en todo. Después paso por la criba de lo racional. Creo más en la necesidad de la magia que en la magia. Como creo más en la necesidad de Dios que en Dios. Me quedo con esa frase que dice “donde hay oro falso hay oro verdadero”. Pero no me relacioné con magos ni con la magia de una manera cotidiana sino a través de la literatura.
–La dirigencia utiliza elementos mágicos.
–Sin duda. Yo creo que con la magia y la política hay un elemento que tiene que ver con la megalomanía, con la necesidad de adoración y con el temor de muchos de nuestros gobernantes que buscan confirmar un poder que no tienen per se. Tenemos a López Rega o a Menem por ejemplo, que se rodeaban de brujos y hechiceros. Ellos les mitigan el miedo que tienen. Pero yo creo que también hay una magia obrando positivamente en la política, cuando está más corrida a lo místico. Hablo por ejemplo de lo que genera una figura como Camilo Cienfuegos, el Che Guevara o en menor medida el subcomandante Marcos. Aquellos que por mística fueron políticos.
–¿El estilo K, el contacto con la gente, la idolatría?
–Posiblemente la gente requiera y avale este tipo de cosas. “Te quiero tocar porque sos mi tótem, te pido que me cures.” No sé si Kirchner lo maneja conscientemente, probablemente sí porque es un hombre muy inteligente. Entre la gente y sus dirigentes se crea esa relación del mago y el pueblo que le pide alivio.
–La guerra entre el bien y el mal, los elementos de la épica también están en las noticias.
–Bush está haciendo una épica terrible y macabra, indudablemente trabajó sobre este eje maniqueo, aquéllos son los malos, nosotros el bien, la democracia. Esto es lo dialéctico trabajando en el mundo real. Lo que sirve para crear obras maravillosas de ficción también sirve para la atrocidad. Bush a mí se me presenta como el mal..., como el hijo de Misáianes, el personaje que en mis libros representa a la muerte.
–¿Entonces por momentos se le hace real “La Sombra”?
–Sí, cuando veo a la gente despojada y siento a veces que esta guerra es cabal, concreta y que todavía hay que pelearla.