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Corría el 2001 cuando la clase media quiso encontrarle otro uso y salió a la calle para agitarla con empeño y ritmo, convertida desde entonces en altoparlante de sus berrinches (clase que ya se cobijaba bajo el difuso seudónimo “la gente” aunque su enamoramiento con piquetes y piqueteros apenas fue un fugaz y juvenil romance de verano). Con el tiempo, los reclamos que la habían convertido en instrumento de percusión militante se empezaron a diluir despacito, con pereza, y casi casi al mismo ritmo en que se “solucionó” (verbigracia) el secuestro de ahorros más conocido como corralito. Hoy, las cacerolas están bien guardadas, salvo que se necesite llamar de urgencia a la empresa eléctrica sospechada de extorsión en cada corte de luz realizado en Belgrano y Palermo (¿por qué será?). Se sabe poco y nada de lo que verdaderamente exigía tanto barullo y cuerpo abandonando el sillón de la tele para tomar la calle. Tampoco se conoce, hasta el momento, una condena firme que alguien esté cumpliendo por los asesinatos de esos días.