Viernes, 10 de abril de 2015 | Hoy
ADELANTO
En Código rosa, relatos sobre abortos, de Dahiana Belfiori, la autora enhebra relatos de ficción escritos a partir de las experiencias de mujeres que abortaron acompañadas por la agrupación Revueltas de Neuquén. Ese grupo fue el germen de Socorristas en Red, que hoy se expande en todo el país y que con su acción directa, acompañando a quienes necesitan interrumpir un embarazo reescriben y ponen a circular los sentidos del aborto. Aquí uno de los relatos, como adelanto del texto que se puede conseguir online.
Poner el cuerpo. En cada relato aparece de una u otra manera la frase “poner el cuerpo” o “el cuerpo lo pongo yo”, o “pasa por mi cuerpo”. Es una obviedad decir que el aborto pasa por el cuerpo, pero es una obviedad que insiste. Ese cuerpo que se pone es un cuerpo situado, relacional, atravesado por mandatos y pautas culturales; “puesto”, instalado, orientado a la situación de abortar. Es un cuerpo vivo, que late, siente, piensa, tiene autonomía, construye, sueña, imagina. Crea. Un cuerpo que aborta también es un cuerpo que crea porque establece otros vínculos con el entorno, porque pone a circular otro discurso sobre la sexualidad. Irrumpe en los escenarios de lo privado y de lo público generando incomodidades varias. Dice concretamente que aquí y ahora está clausurando lo que se espera de él. Es, en definitiva, un cuerpo negado a la maternidad compulsiva, obligatoria.
Bela está sentada en uno de los pupitres del aula que da al patio. El Instituto del Profesorado la recibe otro año, quiere ser maestra. Mira por la ventana cómo la luz de la tarde de finales de marzo va deslizando sus sombras sobre los escasos árboles. Hasta hace poco esas sombras se dilataban en llegar al suelo, retenidas por el sol. Absorta en el paisaje y con el pensamiento puesto en el último acompañamiento, no percibe la presencia de la nueva profesora. De pronto escucha una voz que le resulta familiar, los murmullos cesan y la profesora se presenta. La mira y se asusta. Los ojos de ambas se abren perplejos. Por un segundo las dos quedan detenidas en una tensión de miradas. Se reconocen. Bela vuelve a observar los árboles pero ya no obtiene la misma calma. Durante dos horas la clase va y viene en torno de lo que será el contenido de la materia durante el año. La educación es el tema. Bela se pregunta si lo que sabe no tensiona y descoloca eso que llaman vínculo docente-alumno. En cualquier caso, intuye que ese saber produce fisuras y que es algo de lo que tienen que hablar.
Al salir de la clase Mabel respira. ¿Qué pensará Bela? ¿Cómo manejar la situación? Tienen que hablar. Bela la acompañó a abortar hace veinte días y ahora está ahí, es su alumna y sabe que abortó. Está inquieta y a la vez sabe que algo se manifiesta en la incomodidad. Algo que tiene que ver con los saberes, justamente. Y con el poder.
No sé cómo se sintió ella pero está todo bien. Fue un impacto para las dos, no sé por qué nos sentimos mal. Me ayudó, me orientó, me guió. Sabía algo de mí que el resto de mis alumnas no sabía. Quizá fue eso. En el conocimiento todos podemos enriquecernos del otro. Ella tenía información que yo no. Ninguno es más o menos. En ese sentido yo no me sentí invadida. Aprendí. Me sentí acompañada y orientada. Sí, acompañada y orientada por una alumna. ¿No es maravilloso?
Era mi profesora y yo sabía algo. Me impactó mucho verla ahí. ¡Yo acompañé a hacer un aborto a mi profesora! Bueno, pasaron un par de meses y pudimos charlar. Y fue sano. Durante el año tuvimos una relación que nos enriqueció a ambas. Nos fuimos relajando las dos. Sentí que ambas aprendimos otro modo de afectarnos.
Mabel tiene dos hijos. Cuando se entera que está embarazada habla con su pareja. Ella está decidida, él tiene dudas. Sin embargo, abortan. El la acompaña a pesar de su historia familiar católica y sus dudas. La acompaña en todo, incluso va más allá. Mabel accede al teléfono rosa por una amiga y coordina un encuentro con Bela. Siente vergüenza por no saber, con 39 años y dos hijos, siente vergüenza. Luego alivio.
Ahí, mientras esperaba el turno en TeA, había otras mujeres más jóvenes, estaban solas. Algunas estaban con las mamás. Y comentaban así por lo bajo que el novio se había borrado o que el marido se había enojado con la decisión que había tomado. Era un susurro. Cuando pasaba alguien nos callábamos y luego seguíamos comentando en voz baja. Pienso que sigue funcionándonos la vergüenza y la culpa, por ejemplo, en los comentarios de familiares o amigos, tales como “no sos madre si tenés un aborto” o “qué tipo de mujer sos si interrumpís un embarazo”.
¿Parir nos hace ser madres?
¿Ser madres nos hace ser mujeres?
¿Qué significa ser mujer?
Después del aborto comenzamos a hablar acerca de cómo prevenir otro embarazo. Ahí le dije que en algún momento el DIU no había funcionado, que me había dejado una infección, que no estaba dispuesta a ligarme las trompas. Le dije “mirá, el cuerpo lo puse yo para los embarazos, para las menstruaciones y para el aborto. Para muchas cosas, esta vez te toca a vos”. Entonces charlamos sobre la posibilidad de que se haga una vasectomía. Hablamos sobre lo que significa tener hijos. El cree que más allá de que yo esté o no en su vida, la crianza de un hijo implica proceso y acompañamiento, que eso ya lo estábamos haciendo y que no traería otro hijo al mundo. Por supuesto que tuvo miedos, más vinculados a la sexualidad. Pero fue a un especialista solo y vino con la fecha para la vasectomía y... ¡se hizo la vasectomía! El comentario de él cuando viajamos al norte a visitar a su familia y amigos fue sobre la vasectomía, no sobre el aborto. Recibió cargadas y por supuesto las recibí yo: que era una bruja, la mala de la película, que él me quiere tanto que por eso accedió. A mí me hizo feliz que él haya accedido a algo así, porque pudo romper con los mitos sobre el tema, permitió que pase algo por su cuerpo. Se lo permitió.
Mabel se piensa en relación a los espacios que habita. No en relación a la edad. Cree que abortar es una decisión más fácil de tomar en determinados contextos. Que no tiene que ver con una cuestión de edad. La libertad y el grado de autonomía en relación al tema están íntimamente relacionados con la posibilidad de hablar de esto. Para ella no es lo mismo Neuquén que el norte de Argentina. Acceder a las pastillas significó seguridad.
Yo no recurrí a ningún médico. ¿Qué te puede asegurar un médico? No es cualquier agrupación la que orienta, es una que cuida a las mujeres. Siento que no es ilegal lo que hice, con ellas me sentí orientada, cuidada, guiada. Ahora me animo a hablar del tema, incluso hablo con mis alumnas, con ciertas precauciones todavía, pero hablo.
Hablar del tema, nombrar la palabra aborto. Decir que nos hacemos abortos. Bela la escucha a Mabel y se emociona. Ambas se emocionan y se abrazan en el mismo instituto en el que fueron hasta hace poco profesora y estudiante. Ahora hablan de los abortos: socorrida-socorrista / profesora-alumna. ¡Qué manera de revolver la relación enseñanza-aprendizaje! Ahí están ahora, contando esta historia a las fotógrafas del proyecto “11 semanas, 23 horas, 59 minutos. Aborto clandestino en Argentina”. A nosotrxs también nos la cuentan.
Sigo aprendiendo. Toda la vida sigo aprendiendo. Me toca a mí, también.
Código rosa... será publicado este mes por Ediciones La Parte Maldita y ya está en venta on line en http://matenalmensajero.tiendanube.com/productos/codigorosa/
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