Viernes, 8 de mayo de 2015 | Hoy
CINE
Los cuerpos de cinco mujeres –chicas lindas y vírgenes– están en el centro de la lucha del bien contra el mal que cuenta Donde se esconde el diablo.
Por Marina Yuszczuk
No debe ser fácil encontrar tantas vírgenes juntas pero todo sucede en una comunidad amish que se llama New Betlehem, de esas que atribuyen todo lo que pasó en el siglo XX a la obra del diablo y se mantienen firmes en los carros con tracción a sangre, el cultivo del campo, los vestidos hasta los tobillos y el pelo decorosamente recogido. En New Betlehem nacieron, hace casi dieciocho años, seis bebitas de distintas familias. Los nacimientos coincidieron en el día seis del sexto mes, y en un pueblito tan pequeño un 666 así de grande no puede sino ser fuente de las sospechas más terribles: convencida de que en estas nenas se cumple una antigua profecía que señalaba la llegada de una enviada de Satanás, una de las mamás mató a su beba, y las demás fueron criadas ignorando este dato funesto pero a la espera, más tensa a medida que se acerca la fecha, de que en el cumpleaños dieciocho las chicas se conviertan en la mano derecha del diablo.
Mientras tanto, diabólicas o no, las cinco amigas crecen y les empiezan a gustar los chicos, quieren asomar un poco la nariz por fuera de un cerco que resulta demasiado rígido. El comienzo de la película las muestra sacándose los vestidos que las cubren del cuello hasta los pies para bañarse en un lago, con poca ropa y mojada, pegada al cuerpo. Enseguida Mary Brown, que es epiléptica, tiene un ataque y un chico que justo andaba merodeando por ahí le hace respiración boca a boca, mientras el plano abarca perfectamente el pezoncito de ella adherido a la remera húmeda. A partir de ahí, Donde se esconde el diablo construye simultáneamente el mundo de opresión en que crecieron las chicas –uno en el que tomar una latita de cerveza es “ebriedad”, besarse con un chico es “lujuria” y putear como todo el mundo es “blasfemia”–, y el deseo de lxs espectadores de que ellas salgan, se liberen, no acepten esa demonización de todo lo que tiene que ver con el cuerpo y el placer y, sobre todo, no sean las enviadas del diablo y puedan descubrir, en cambio, el nivel de delirio al que llega el fanatismo de lxs suyxs.
Pero enseguida, una por una, las chicas empiezan a desaparecer, y si después aparecen están muertas. La película, que parecía de terror, gira hacia el suspenso porque está clarísimo que el asesino no es más que una persona con una túnica negra, y un candidato fuerte a estar debajo de esa túnica es el pastor Beacon (Colm Meaney). Severísimo, él es la autoridad máxima de la comunidad y demuestra un ensañamiento particular por las chicas, incluso cuando las convoca para examinarlas en busca de marcas del diablo, las hace pasar de a una y les ordena que se saquen toda la ropa. Quizás el momento más logrado de toda la película es cuando la mano del pastor las recorre hasta la entrepierna y las chicas se llenan de confusión, tironeadas entre el instinto que les dice que hay algo que no va, y la obediencia ciega a un régimen que es lo único que conocen.
Los ayudantes, por otra parte, estarán afuera, en el sheriff local y sobre todo en su hijo, el chico que salvó a Mary en el lago y que de vez en cuando la visita en secreto. La poca sensualidad, y la mucha inconsistencia, del mundo que cree retratar Donde se esconde el diablo se ve quizás en la facilidad con que Mary acepta el primer beso de ese chico, les miente a los padres, debuta sexualmente y se enfrenta al papá como si nada de eso le representara algún conflicto. Ella es la protagonista y también es inexplicable cómo el personaje se comporta como si la hubieran trasplantado a la comunidad desde otra parte, y en eso la película se le parece: el volantazo al final, con un giro lúdico que nada permitía anticipar, podrá ser divertido pero borra de un plumazo lo construido durante más de una hora, y termina por hacer que la película no se trate de nada.
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