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Empezar desde otro lugar. Subir a escena como una banda de rock y en esa decisión encontrar el primer resorte para examinar el teatro. No sólo porque el estertor de una guitarra eléctrica hace de la idea de un comienzo dramático algo más distendido y desconcertante, sino porque el teatro está necesitando habitar otros mundos para señalar que las diferencias entre los soportes se diluyen ante la voluntad de componer una ficción.

La pregunta sobre quiénes son y sobre el sustento de su arte es la primera trama dislocada que parecen formular las integrantes de la banda The Fiction. Presurosas de volcar en palabras una teorización estética desmesurada y rabiosa de la que buscan hacerse carne de un modo que supera todo realismo, que hace de la pose un lugar burlesco e imposible de evitar, las jóvenes rockeras no quieren ser capturadas por las convenciones de la vida.

Ellas definen el tiempo según los libros que han leído, y pueden decir con desparpajo “hace cuatro libros que no nieva” como un hechizo del que la dramaturgia de Mariano Tenconi Blanco no deja de reírse.

Afuera, en esa Nueva York de fin de siglo, ellas tendrían que enamorarse, hablar de hombres, vivir como estrellas de rock. Pero las chicas detestan esos lugares comunes, esos momentos donde la realidad se muestra como una historia naturalista, o como un melodrama kitsch. Ellas quieren discutir lo real como un género estético y operar sobre ese mundo para que toda su poética las vuelva impredecibles. Entonces mejor vivir entre películas y libros y el punk y el arte pop. Mejor ser por momentos la protagonista de un animé o de una película de Tarantino porque en eso que se comprende como real y que ellas traen a su estudio desde un relato que hace de la interpretación de los hechos una forma de comicidad, deberían consumir drogas o quedar embarazadas, entrar en un argumento romántico o de suspenso y ellas prefieren cargar la artillería de los poemas y las novelas que leen hasta el alba. Darle a la realidad una buena dosis de ficción para hacer de la artista torturada algo del pasado que deja un remanente farsesco, un resto donde ellas se preguntarán por la posibilidad de inventar cuando el siglo XXI comienza, y ya está todo hecho y entonces la pretensión de originalidad es la más ridícula de las convenciones.

Futuro podría ser una obra que piensa los procedimientos teatrales, que no se engolosina con una peripecia sino que hace de la tarea de crear un conflicto mucho más laberíntico que cualquier drama de caracteres. Pero lo que ocurre mientras las chicas están allí en escena, con ese espíritu adolescente que quiere experimentar pero que encuentra en el alcohol, el sexo, Deleuze y Rimbaud, lugares ya transitados donde ellas sacuden y gritan para que algo nuevo nazca, es que esa forma de decir donde la indagación se toca con el vacío de la saturación de imágenes y técnicas se convierte en un lenguaje.

No se trata de detener la acción para declarar que ya no hay nada que contar, para representar el gesto donde el teatro se mira a sí mismo y el artista se convierte en crítico ante la imposibilidad de crear. Lo que logra Tenconi Blanco es hacer de ese límite una estética que asume su teatralidad. Es en los ensayos, en el modo de cruzar palabras entre emociones suspendidas donde la frase teórica se anuda con la calidad estética de un sentimiento sometido al filtro de lo verdadero, que las actrices logran hacer de sus parlamentos un problema teórico y humano sobre el que el público podrá soltar una carcajada o intentar una rápida reflexión irónica.

Futuro, escrita y dirigida por Mariano Tenconi Blanco, con las actuaciones de María Canale, Martina Juncadella, Violeta Castillo y Manuela Vecino se presenta los jueves, viernes y sábados a las 21 hs. y los domingos a las 20 en la Sala Alberdi del C. C. San Martín.