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Por fin acaba de editarse en Argentina a través de la editorial Páginas de Espuma, el libro de Ana María Shua que hace once años salió en España y que se engarza a una cadena de otros de sus títulos del género del microrrelato, como Casa de Geishas, Botánica del caos y Fenómenos de circo. Con lo justo y necesario, livianos, al punto y a punto, sin una palabra de más, sobre el amor y todo lo demás hablan estos cuentos en frasco chico. Hay una viuda que escucha la voz de su difunto marido. El sonido viaja por las cañerías y él le habla post mortem de cosas más interesantes que de las que hablaba en vida. Hay una receta de amarre del ser amado que vuelve el deseo no correspondido una paradoja: se logra conquistar el corazón del sujeto esquivo sólo después de haberlo convertido en bicho intocable. Ciencia, ficción y naturaleza se disputan la voz autorizada para dar las explicaciones, que nunca llegan a darse del todo, en estos relatos-espectro. Y a los lectores, que aquí vendrían a ser cazafantasmas, la escritora les da instrucciones muy claras: “Los fantasmas no tienen entidad suficiente para caer en las redes de la lógica, los atraviesan las balas de la razón. No se exhiben ante los ojos de cualquiera. El experto observador de fantasmas sabe que debe optar por la mirada indiferente, nunca directa. Aceptar esa percepción imprecisa, de costado, sin tratar de apropiarse de un significado evanescente que se deshace entre los dedos”.

Los microrrelatos de Ana María Shua son un eslabón de una tradición que incluye nada menos que a Borges, Bioy Casares y Cortázar. Si bien también ha pasado por la novela, la poesía, el cuento popular y la literatura infantil, Shua escribe minificciones desde los 17 y en España la llaman la “reina” del género. En Temporada de fantasmas hay objetos que nos miran, rituales de pasaje, relatos zombie, con una pata en el más acá. Hay inanimados que de pronto se animan. Hay una animalidad demasiado humana, hay apareamientos entre personas y seres maravillosos. Financistas que dialogan con ardillas y sirenas que se embarazan con el semen que lanzan al mar los ahogados en su último suspiro. Hay encuentros clandestinos, triángulos amorosos, carnes permitidas, iglesias con sus ritos de terror y miseria, brujas empoderadas con la capacidad de desatar catástrofes naturales, un Tarzán que aparece como un ecologista precursor y hasta un Papa que es caricatura de sí mismo. Están los muertos y sus placeres. Hay suicidios basados en hechos reales, videntes y televidentes abducidos por pantallas LED y un infierno que tiene cara de programa de concursos. Mitos ancestrales leídos a contrapelo, niños enterrados vivos, que debajo de la tierra crecen hasta volverse hombres peludos sólo para dedicarles algunos gestos obscenos a los hermanos Grimm y su cruel definición de la infancia.

Cada relato abre y clausura un micromundo soñado por Shua muy probablemente en horas del desayuno, turno en el que escribe muy disciplinadamente. Ese micromundo cabe en menos de veinticinco líneas. Que sean breves no significa que se lean rápido; la lectura precoz probablemente haga perder de vista al lector la gracia. Hay humor, hay ingenio, pero no hay lugar para la descripción del personaje, ni para un solo punto y aparte. El poder de síntesis del microrrelato se sostiene sobre la confianza en el que lee: se vale de sus presuntos conocimientos, y como en ciertas artes marciales, usa la fuerza del contrincante a favor de sus efectos. Shua habla hasta del Universo, sobre el Todo con mayúscula. Y lo hace en poquitísimas líneas. Incluso antes de que el lector empiece a formularse la pregunta “¿Cuáles son sus trucos?”, Shua lo logra de nuevo.

Temporada de fantasmas, Páginas de Espuma
Ana María Shua, 136 páginas.