Costumbre, tradición, manía, déjà vu, marca de autora, díganles como quieran: son ellas y solamente ellas las autorizadas para llevar el desparpajo de esas plumas amarillo patito (la Su, desafiando un principio histórico del showbusiness local: nunca llevar ese color en un estudio o escenario) o rosado rococó (la Chiqui, claro está, con su tono a esta altura identificatorio) y abrir la boca para dejar caer unas frases que ni Mae West en sus más alocadas correrías. Hay que tener aplomo (y una autoestima impermeable), chicas, chicos, para aparecer en la tele y reconocer sin sonrojarse que una vive en un tupper tal que ni siquiera le han llegado los rumores de una de las noticias de la semana (para qué, si una es Susana, necesita saber que han agredido a Estela de Carlotto). Hay que tener la conciencia de que todo un mundo gira en torno a una para llenar el aire con chismes sobre la familia (Juanita tiene ángel, ay, cómo me gustaría que viniera a comer con su novio), la vida lejos de los reflectores (“me levantaba tarde”), los retazos de una noche de ansiedad que la hizo sentir como quinceañera (“no dormí. Estaba nerviosa... nerviosa no, estaba como angustiada”). No cualquiera, definitivamente. Son la crema y nata, la nu y eve, la Ortega y Gasset, son únicas, y nuestras... “Vos sos la reina de la tele –dice una–, yo soy la princesa.” “Vos sos la emperatriz”, responde la Señora. Chapeau.