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No fue por indolencia, mucho menos por despecho que los hombres de pelo en pecho –y los lampiños también, hay que decirlo– fueron perdiendo la gracia que les otorgaban gestos como caminar siempre dejando del lado de la pared a la dama, servirle la bebida en cuanto la copa quedó vacía o levantarse cuando ella lo hace cual si estuvieran accionados por el mismo, exacto resorte. Todo eso se perdió, señoras y señoras, ni más ni menos que por culpa del feminismo. Lógico, ¿quién quiere arrimarle la silla a una mujer capaz de pretender el mismo puesto jerárquico que el caballero en cuestión? ¿Para qué abrirle la puerta a esa señorita que después abrirá el capot con las mismas uñas esmaltadas para recriminarles a ellos no haber medido el aceite? ¡Ah, las desgracias que trajo consigo el feminismo las están reparando ahora otros hombres, sensibles ellos, superhéroes al rescate de la feminidad perdida! Muchachos gay, en definitiva, como los de la serie Queer eye for the straight guy, que tan bien aleccionan a toscos varones de taller mecánico en los secretos de la peluquería, el perfume, el vestuario y la decoración. Y esto, aseguran en la revista Details de Nueva York, se está transformando en tendencia gracias al aliento de tantas féminas que podrán ser feministas pero no taradas. Porque que una pueda cargar las bolsas del supermercado no quiere decir que tenga que hacerlo siempre. Sobre todo si después ellos seguirán amparándose en esa nebulosa que parece significar el mundo doméstico para no guardar lo que hay en las bolsas en su lugar, o para convertir el reparto de las tareas cotidianas en sacar la basura y el perro. Y es aquí donde el heredero de Emily Post, autora del manual de etiqueta más vendido del siglo XX, viene a sentar las bases del buen trato entre los géneros: “La sociedad estadounidense pasó una mala época en la que los hombres estaban más conscientes de satisfacerse ellos mismos, pero eso está cambiando”, dijo Peter Post. Por estos lados celebramos el impulso masculino tan en boga en el norte y esperamos que finalmente se dignen a ceder el asiento del colectivo a las embarazadas, algo que parece ser cosa de chicas.