Viernes, 8 de julio de 2005 | Hoy
A MANO ALZADA › A MANO ALZADA
(Una lectura de Fornicar y matar o de cómo la experiencia de abortar puede sacudir a “los autómatas del bien)
Por María Moreno
Si como quería Rodolfo Walsh, el ideal no es sólo que un libro sea leído sino que actúe, Fornicar y matar de Laura Klein es uno de ellos. Los dos verbos, a merced de la traviesa conjunción copulativa, instalan una intriga para incautos que, en su deliberada exageración, delata que no podría ser el libro de una derecha que hoy se vale de las argumentaciones de los derechos humanos y ha decretado, a través de un Papa ya fallecido, la caducidad del infierno. Y, aunque no se trate de un contrato, es preciso atender las letras chicas. El problema del aborto es el subtítulo. Leerlo parecería implicar seguir los avatares del aborto como problema filosófico y no social. ¿Es que Laura Klein puede darse ese lujo? Más bien se trataría de una urgencia donde el pensar no se someta al vasallaje del racero jurídico partiendo, sin embargo, de que el aborto debe ser legalizado. Y al ser éste el punto de partida y no de llegada, el libro se libera de ser un inventario de pruebas hechas para una defensa culposa y realizada en espejo con la del adversario. Si el problema es filosófico, este libro no renuncia a intervenir sino que lo hace por añadidura, sólo que no al precio de encontrar solamente lo que buscaba o de asumir los silencios que exige la complicidad en una causa nunca revisada en sus fundamentos.
La prepotencia de trabajo de Laura Klein fue prolongada. Escribir este libro le llevó diez años. Acostumbrada a sospechar de sí –Laura Klein es filósofa– pensó que no se trataba sólo de la dificultad inherente a la tarea emprendida sino de su neurosis. Hoy se podría decir que es preciso retrasarse como Laura Klein, para llegar a tiempo. No a una coyuntura donde nuestro ministro en el Vaticano intercambia apoyo contra el FMI a costa de evitar cualquier proyecto de aborto legal y un Papa amenaza con la sofisticada razón teológica, o bien se abre el debate sobre la pertinencia del aborto terapéutico; se trata de llegar a un terreno más duradero. Fornicar y matar es, no más allá, pero sí no sólo por el tema que aborda, un manual de pensamiento radical.
Una decisión trágica no es una elección libre es uno de los axiomas del Manual. Habrá que felicitar a Jean Paul Sartre, a quien hoy se acusa de retrasar, no por haberse adelantado a su tiempo sino por ver el futuro adonde otros se cegaban. No en vano en su novela La edad de la razón es el aborto el paradigma de elección. No había estallado aún el feminismo de los sesenta y el narrador creado por Sartre, Matheo Delarue, se permitía llamar “mocoso” al que aún no tenía peso en el vientre de su amante. La edad de la razón se ríe del espejismo de la elección y se ensaña en la mala fe de Matheo Delarue, que él no ignora, cuando convive con un viejo amor fingiendo que no se trata de un matrimonio, cuando descuenta que esa moderna no querrá ser madre porque no es del uso de los parroquianos de Flore, y se sueña peligroso porque comete un robo aunque él sea un profesor burgués interrumpido por la salida de dos novelas por año. En el final, si lo recuerdan, el aborto será desechado y un homosexual se hará cargo del casamiento y del futuro hijo. Será éste, Daniel, a quien ni la época ni su discurso permiten llamar gay, quien se plantará ante Matheo Delarue –que tiene bastante de lo que Laura Klein llama autómata del bien–, para, en este caso, elegir. “Tengo vergüenza de ser pederasta, porque yo soy pederasta. Ya sé lo que me vas a decir: ‘Si yo estuviera en tu lugar, no me dejaría abatir; reclamaría mi sitio en el sol, es una afición como cualquier otra, etcétera, etcétera, etcétera’. Sólo que eso no me llega. Yo sé que tú me puedes decir todo eso, precisamente porque no eres pederasta. Todos los invertidos tienen vergüenza, eso forma parte de su naturaleza.” No vamos a detenernos en si este grito de reivindicación debe llamarse homofobia internalizada o en buscar su genealogía en la parte maldita reclamada por Genet, sino en la resolución sartriana: un pederasta se hace padre y se casa por amistad con una mujer para reparar la indecisión de otro hombre. ¡Que me vengan con los planteos de la doctora Roudinesco!
La edad de la razón es, paradójicamente, no la de elegir, sino la de decidir sobre lo que nos ha elegido. Los autómatas de bien son aquellos cuyo narcisismo altruista impulsa a una decisión de la que no se calculan los efectos o que reflexionan en espejo invertido con sus adversarios.
Laura Klein demuele cada uno de los argumentos de los partidarios de la legalización del aborto que se centran en especular en torno a cuándo el embrión es o no humano, desde la infeliz metáfora del niño bellota hasta la del niño cáncer pasando por la del inquilino indeseable, con que los discursos progresistas de los años setenta intentaron negar que en el aborto algo muere. Separa lo jurídico de lo moral y educa a los católicos en sus fuentes olvidadas. Por ejemplo, revisa cuidadosamente los textos que muestran cómo la promoción de la familia no fue una de las piedras angulares del cristianismo. Pero primero bucea en las fisuras de los códigos Civil y Penal y comprueba los silencios del Nuevo y Viejo Testamento, lo que prueba que hablar a los compañeros no implica volverse hacia ellos, en calco de la teoría de los dos demonios, sino para disolver una lógica binaria que prepara mejor para someter al adversario a dar sus propias pruebas.
Fornicar y matar le habla no a los enemigos sino a los compañeros. Quiere decir que su autora no se excluye de aquello que desactiva en nombre de una mirada de inimputable luminosidad, sino para desactivar críticamente el automático del bien de espaldas a la experiencia de las mujeres.
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