Viernes, 24 de febrero de 2006 | Hoy
URBANIDADES
Por Marta Dillon
Andaba todavía con la idea del amor pasional y el mentado crimen pasional con su resabio de amor, locura y muerte –que, pobre don Horacio Q., expropiado por siempre de un título que efectivamente tenía de los tres condimentos– que tan bien adornó los titulares la semana pasada cuando ésta empezó con estrépito dando de comer a múltiples cronistas, comentaristas, opinadores/as de turno que tan hambrientos y hambrientas están, sobre todo en verano, de encontrar dónde posar su lengua. Vale decir que la que suscribe no pretende mantenerse al margen, al fin y al cabo para desarrollar este arte que César Bruto hubiera intitulado “yo pienso de qué” es necesario que de alguna mano se caigan migajas con las que confeccionar el budín de pan. Cuestión que las migajas se atragantaron en el paladar de esta comentarista al comprobar una vez más que “la mujer” es una “nota de color” en cuanto periodístico exista, más allá del formato. ¿A qué me refiero? Pues a la cobertura sobre la detención de dos de los participantes en el asalto al Banco Río de Acassuso, caídos en desgracia por obra de “una mujer despechada”. ¡Consignas en la radio! ¡Chistes en la tele! ¡Búsquedas en el diccionario!, ¡teorías del tipo: “las mujeres despechadas suelen ser más peligrosas que los hombres porque pasan al acto más rápidamente”! O bien: “No soportan la herida al amor propio”. ¡Cuidado, nadie sabe hasta dónde puede llegar una mujer despechada! La variedad de comentarios, si bien corta en variedad, abundó en minutos de aire. ¿Y por qué molestarse?, ¿acaso el despecho no encendió de ira las mejillas de una alguna vez en la vida?, ¿acaso no es cierto que de poder bien hubiéramos emulado a Lorena Bobbit en alguna circunstancia? Sin duda, lo que llama la atención es que en la misma semana y en los mismos noticieros, se hacía alusión a la represalia que tomó un hombre contra la mujer que lo había abandonado matando a sus cuatro hijos, suicidándose de inmediato, además de dejarle una horrorosa esquela escrita con mano infantil: “mamá, te esperamos”. Sobre esto no escuché ni una sola vez que alguien se detuviera a mencionar de lo que es capaz el despecho masculino (tampoco en el caso del policía que mató a su novia y se suicidó en McDonnald’s, ni del militar que quiso quemar a su novia en La Rioja, etc., etcétera.€
¿Y a qué viene esto de que “la mujer” es una “nota de color”? Veamos: heredamos de generaciones anteriores, de las tradiciones más antiguas, de la cultura ancestral –no vaya a decir nadie que es culpa de estas generaciones– una manera de ver el mundo y de relatarlo que abunda y es diversa sobre “los hombres”, los de ciencia, los del deporte, los pioneros, los aventureros, bla, bla, bla. Para hablar de las mujeres, bien vale el singular. Total lo que hacen es invisible y cuando hay excepciones basta con el nombre de pila (¿por qué me suena a antigualla lo que digo cuando lo que escucho a diario es tan fresco?) Así, la mujer es un colectivo y si tiene singularidades... pues las analizaremos en las notas de color. Es decir en eso que rellena los noticieros cuando se acabaron las novedades de la política, el deporte y los espectáculos –otro día hablamos de los espectáculos–. Ese lugar que a veces ocupan los osos pandas en cautiverio, a veces los estudios sobre el funcionamiento de la memoria, y en general, todas las notas relacionadas a la sexualidad. Con las notas de color uno/a se escapa de la información dura e ingresa en la zona del comentario, de la sonrisa cómplice entre conductor y conductora. Ahí apareció el tema del despecho. Y ahí es donde aparecen múltiples temas relacionados con la condición femenina como si la condición femeninaexistiera sólo en relación con los varones: ¿somos más infieles que ellos?, ¿perdonamos la infidelidad?, ¿gastamos más que ellos?, ¿tenemos más orgasmos?, ¿mentimos mejor? bla, bla, bla.
Volvamos al principio. Quiero decir, al crimen pasional. La semana pasada gozamos con las sabias palabras de un teólogo español que mucho mejor que cualquier feminista expresaba el por qué de la violencia de género: porque ellas lastiman con la lengua, desobedecen ¡se hacen abortos! Pero aquí –y en muchos otros sitios– lejos de leer tan lúcidamente como el teólogo, creemos que los varones que matan a sus parejas o ex parejas son presas de una locura de amor, de una pasión incontrolada, de un exceso en su ánimo de proteger. La situación es por demás dramática como para seguir haciendo chistes y para decir que es dramática no hacen falta estadísticas. Tal vez por eso podamos reír sobre la mala fortuna del ladrón buchoneado y no hablemos de despecho en caso de asesinatos horrendos. Pero me permitiré en el marco de este “yo pienso de que” una última pavada para no quedar fuera del coro: mire Ud. la foto a su costado y saque sus propias conclusiones.
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