Viernes, 26 de octubre de 2007 | Hoy
URBANIDADES
Por Marta Dillon
No lo entiendo, allá están tan entusiasmados con la candidatura de mujeres...”, dijo la periodista holandesa con un dejo de nostalgia por la nota que vino a buscar y que esta semana empezó a dar por perdida. Es que ella no percibe ningún entusiasmo frente a la competencia de dos mujeres por la primera magistratura. Ni en la calle, ni en las organizaciones de mujeres que visitó, ni siquiera en la opinión de colegas locales a quienes sigue interrogando en busca de, al menos, un resto de complicidad. A modo de nota de color esta cronista le acercó una estrofa coreada en el último Encuentro de Mujeres: “No nos unen las vaginas, las inconvenientes no votamos a Cristina ¡ni a Lilita!”. Más allá de las definiciones personales, la consigna tiene un acerto indiscutible: no nos unen las vaginas; ni siquiera se las puede colocar como atributo exclusivo del ser mujer –en todo caso, vagina o pene, más allá de la ecografía o el grito de la partera, son una conjetura (diría Mauro Cabral) mientras una conserve los paños menores–. Sin embargo, un resto de sorpresa todavía anota líneas en las apostillas de campaña despojadas de ninguna euforia. Nada dice –nadie dice– que el hecho de tener una presidenta vaya a modificar la vida de las mujeres, ni siquiera en temas tan discutidos, sensibles y bien ponderados por la opinión pública como el aborto. Esta misma semana el diario La Nación preguntó sobre el tema a las y los principales candidatos y las coincidencias llegaban incluso a Pino Solanas, el candidato de la izquierda no encuadrada en aparatos con olor a naftalina, aunque su respuesta sobre el problema del aborto oliera a ídem: lo llevaría al Congreso, pero por las dudas no se pronunció a favor ni en contra (en cambio sí impulsaría el matrimonio homosexual). Cristina Kirchner no contestó y el resto repitió la frase hecha del derecho a la vida (orgánica) aunque, hay que decirlo, Carrió “habilitó” la libertad de conciencia a la hora del debate (aunque se manifestó en contra del matrimonio homosexual y a favor de “garantizar la vida más digna posible y los consecuentes derechos a personas de identidad sexual diferente”, dando por hecho que la cuota de dignidad es baja de por sí para estas personas). Lo que quedaría, entonces, es seguir presionando por los derechos históricos de las mujeres y de minorías menos simbólicas sin esperar que éstos derramen por el hecho de un cambio de identidad sexual de quien gobierne, más allá de que estos derechos no son sectoriales, que así es como se los esquiva más fácil, si no sociales; y la sociedad somos todos y todas. Y es aquí donde se abre la siguiente pregunta que se desplegará lentamente a partir del próximo lunes: si la presidencia de una mujer no cambiará radicalmente la vida de las mujeres ¿cómo la cambiará para el resto de los argentinos?, ¿habrá críticas más incisivas que las que hablan del vestido o el colágeno?, ¿comenzarán las niñas a soñar con ser presidentas?, ¿seguirán diciendo en los talleres mecánicos, en el colectivo y en la calle que tal o cual tiene huevos suficientes o se hablará de ovarios?, ¿habrá cambios en el lenguaje?, ¿el lenguaje operará simbólicamente sobre todos y todas? En fin, la lista sigue, aquí puede usted sumar su propio interrogante.
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