Viernes, 23 de julio de 2010 | Hoy
ESCENAS
Transida de amor, consumida de deseo por su hijastro Hipólito, una Fedra contemporánea reescrita por la genial dinamitera Sarah Kane desencadena una vez más la tragedia, ahora en un mundo de apariencias, consumista, intolerante, degradado por la TV. Una impactante puesta de Mariano Stolkiner con un elenco que aúna valía y valentía.
Por Moira Soto
Estado de shock, conmoción interior, deslumbramiento frente a una crudeza que perfora los lindes, necesidad imperiosa de repensar el mundo en que vivís y la parte de responsabilidad que te toca... Voilà algunas de las secuelas, tonificantes secuelas que puede dejar una obra de Sarah Kane (1971-1999), la dramaturga que subvirtió el teatro inglés de fines del siglo XX. En la ocasión, se trata Amor de Fedra, la última de sus cinco piezas que quedaba por estrenar en Buenos Aires, segunda en orden de escritura.
La niña malquerida, la adolescente lesbiana rechazada por su familia, la joven en carne viva que se hace cargo del dolor mundo causado por injusticias, torturas, guerras, explotación, intolerancia, se revelaría como genial autora a los 23, con Aniquilados, una pieza que escandalizó a los críticos por su inaudita crudeza, pero fue defendida por Harold Pinter (una de las influencias de Kane, además de Beckett, Albee, Bond...). A los 24, Sarah produce otro estallido: Amor de Fedra. Prosigue con Cleansed y Crave (ambas de 1998) y cierra su breve y fulgurante ciclo de vida y de creación con 4,48 Psicosis, donde anunció su suicidio, que llevó a cabo en 1999, luego de otros intentos y de resistirse a los tratamientos antidepresivos mediante drogas, colgándose de los cordones de sus zapatillas mientras estaba internada en el hospital.
Amor de Fedra es una producción del equipo El Balcón de Mersault, denominación que cita al protagonista de la novela El extranjero, a su vez, nombre que adoptó la nueva y hospitalaria sala de la calle Valentín Gómez 3378, donde los viernes a las 21.30 se ofrece esta obra de Kane que –además de hincar el diente en Eurípides, Séneca, Brecht y su taciturno descreído Baal–, se inspira en Mersault para el personaje de Hipólito. “Mónica Driollet se me acercó para plantearme su deseo de trabajar conmigo, de pronto me di cuenta de que tenía a la Fedra que andaba buscando y por suerte ella aceptó enseguida”, memora el director Mariano Stolkiner. “Después se sumó Alejo Mango, que está haciendo dos personajes en Carne de ternera, y tres en Amor de Fedra: actor de muy sólida formación, profesional impecable, con admirable capacidad para resolver situaciones con sutileza. Pablo Cura, nuestro excelente Hipólito, es un intérprete generoso que se entrega, que confía, que participa. Flavia Sinsky es la última en incorporarse para interpretar a Estrofa con ese doble juego: la voz de la moral y las buenas costumbres, también la turrita que no quiere perder privilegios, Flavia entendió enseguida, se integró a algo que ya tenía un recorrido de ensayos. Y no quiero dejar de mencionar a Rodrigo Mujico en la asistencia de dirección, sostén moral y afectivo del equipo. De verdad, me siento un privilegiado por la gente que me rodea...”
Rojo sobre rojo en la ropa que lleva en escena Mónica Driollet es esa Fedra que arde en su propia llama, contraviniendo normas y conveniencias: “Es mi primera Sarah Kane, aunque había visto todas las puestas que se hicieron aquí. La madrastra Fedra llega a esta parte de su historia habiendo estado mucho tiempo sola, como que se está jugando su última ficha. Ella sabe que Hipólito alguna vez estuvo enamorado y alimenta esperanzas. En términos de procedimiento actoral, a mi personaje le suceden cosas en distintos planos: de repente, está la madre amante, luego intenta guardar compostura, al rato aflora ese amor desesperado que le parte el pecho, finalmente se juega totalmente para después matarse y dejar esa falsa acusación. Tiene una cantidad impresionante de pasiones cruzadas que, por supuesto, no juzgo al interpretar a un personaje donde lo razonable no funciona. Su amor está atravesado por el deseo. Kane no emplea eufemismos a la hora de expresarlo: me calentás, quiero que me hagas acabar... Ahí entra a tallar el cuerpo, ella quiere consumar. Y hay algo del poder masculino que esta mujer está cuestionando, cuando habla de su marido el rey, cuando encara al médico. Aunque lo que lleva adelante y desata la tragedia es la pasión absoluta de Fedra, yo creo que el discurso moral de la autora pasa por Hipólito. Arrastrada por su obsesión, ella le impone al hijastro su regalo de sexo oral para su cumpleaños, pasa por encima de la humillación. Por eso, como actriz, no debo hacer resistencia al ridículo, a ese sometimiento sin remilgos. Esa es la línea más difícil de trabajar en esta dramaturgia nueva que te saca de espacios conocidos, ya trabajados. Tenía que dejar ser a Fedra, incluso mostrar su costado naïf, porque ella se lo cree, pese a su edad, a su experiencia. Se enamora, se ilusiona, se vuelve vulnerable, sufre y arrastra a todos en su loco afán: es un bombón envenenado esta Fedra. Maravilloso bombón para una actriz”.
Flavia Sinsky reconoce que, al sumarse al proyecto ya armado, su entrada al planeta Kane tuvo que ser veloz: “Además, mi personaje pedía algo que me es bastante ajeno, toda una ambigüedad, ciertos dobleces. Me ayudó el concentrar mi enfoque en ciertos rasgos de la sociedad actual, donde las relaciones, antes que con afectos genuinos, suelen tener que ver con la imagen, los intereses, se quedan en la superficie. Como Flavia, me costó entender a esta Estrofa que sólo quiere preservar su parte de poder, su propio status, mantener las formas exteriores. Pero una vez que profundicé en su punto de vista, me resultó un estimulante desafío armar a esta chica tan calculadora. El vestuario define lo que el personaje simula ser: una niña bien educada, cariñosa, comprensiva, pero que no puede dejar de mostrar la hilacha, por ejemplo cuando aconseja a su madre que tenga aventuras, traicionando así a su marido, para distraerse de su pasión por Hipólito. Por momentos, a Estrofa le salta esa viborita, se le están yendo las cosas de la mano. Ponerme esa ropa de muñeca me ayudó a redondear ese personaje, por contraste”.
Mariano Stolkiner lleva varios años cerca de Sarah Kane, casi una historia de amor. La primera obra de ella que leyó, 4,48, lo dejó muy impresionado “por su verdad tan descarnada, es muy raro encontrar en la actualidad autores con semejante nivel de sinceridad, de pureza. Me puse a investigar quién era Sarah, fue fuerte conocer su biografía después de leer aquella pieza, saber que se trataba de una obra de anticipación de su desenlace. Un pedido angustiado de ayuda, de que cambie un mundo que a ella ya se le apagaba. Me surgió la inquietud de llevar a escena las obras aun sin estrenar acá. Cleansed era la que más me convocaba, gestioné los derechos, empecé a estudiar ese material y la estrené en 2007. Me quedaba Amor de Fedra para cerrar el círculo. Me siento muy cercano de Sarah, mi propia historia personal se cruza con algunas cuestiones de ella. Viví en Londres entre 1997 y 1999, un tiempo decisivo, una especie de despertar... Esos últimos años de Sarah Kane fueron mis primeros años en varios sentidos. Aunque no llegué a tratarla, sé que tranquilamente nos podríamos habernos hecho amigos. Lo cierto es que la quiero a Sarah... Si tomamos Cleansed, por ejemplo, y el lugar que ocupa la mujer dentro de esa obra, resulta evidente que se está refiriendo a lo que ella tenía que padecer en su país, en una sociedad manejada por hombres, toda la lucha que tenía que dar en un mundo que se supone moderno, avanzado, donde se siguen marcando diferencias, discriminaciones. Pero ella no habla desde el lugar de víctima del sufrimiento generado por otros. Ella se responsabiliza por ser parte de este mundo y supone un deber hacer algo para cambiar esa situación”.
¿Sarah Kane quería provocar una toma de conciencia?
–Si bien ella toma algunos conceptos de Artaud, va más lejos y propone un espectador de teatro tan participativo como el de una cancha de fútbol, que exprese sus ideas abiertamente. Claro que es difícil lograr esta forma de expresión en el público: en general cuando vamos al teatro, somos respetuosos, nos mantenemos quietos y silenciosos.
Sin embargo, aunque estemos inmóviles, el efecto Kane es tan revulsivo que impide toda pasividad, incluso sin demostrarlo porque las convenciones lo impiden.
–Es cierto, siempre logra sorprender y estremecer, todos sus textos se abren a cosas cada vez más tremendas, más insoportables.
Otra convención que sus obras parecen resistir es el aplauso.
–Para mí no son aplaudibles. En Cleansed, de hecho, no quería el aplauso al final. En Fedra lo propongo casi como una ironía, aparte de que las actuaciones lo merezcan por poner el cuerpo a semejante texto. De todos modos, creo que el actor, la actriz que acepta interpretar a Kane, cumplir ese reto, debe dejar de lado toda vanidad, el deseo de gustar, de preservar su imagen... Kane pide mucho coraje, evitar todos los rodeos. Hice un reemplazo en Cleansed y te puedo asegurar que es muy distinto dirigir desde afuera, por más comprometido que te sientas, que meterse dentro de ese mundo. Volviendo al público, es un tema que me genera ciertas contradicciones: por un lado, me parece bien que Kane sea vista por espectadores que la conocen y les interesa ahondar en sus propuestas. Pero a la vez, creo que debería estar al alcance de todos los públicos, incluso de aquellos que se mantienen alejados de este tipo de teatro. Porque el conocedor ya tiene un camino de compresión abierto, estará de acuerdo con el pensamiento de la autora. Pero sería interesante producir catarsis en gente que no está preparada, que quizás salga molesta, diciendo que es un horror... También opino que como hacedores de teatro, tenemos una deuda con aquellos que no tienen acceso a los bienes culturales. En mi caso particular y en mi escala, quiero hacer algo: pegada al teatro hay una casa que funciona como un asentamiento, donde viven diez familias de trabajadores muy humildes. Esa gente ya fue invitada y no veo la hora de que se acerquen, escuchar sus voces. Creo que a veces parecería que se piensa que la cultura que corresponde a los pobres es solo la del circo, la de la murga, que están muy bien, pero es un concepto que debe ampliarse. Creo que no debemos retacear ni decidir qué es lo que les debe gustar a otros. Quizás este público marginado sería el favorito de Sarah Kane.
¿Mejor que la crítica londinense que no supo ver Aniquilados?
–Más de uno la mató, y fue Pinter quien la respaldó, la nombró en cierta forma su sucesora. Es probable que si se hubiese tratado de un autor varón, lo habrían tomado con otra naturalidad. Pero que fuera una joven mujer la que tuviese ovarios suficientes para dar esa visión tan crítica del mundo, de una manera tan cruda, resultó demasiado. Kane abre un camino de reflexión en relación con el rol de la mujer en esta sociedad. Pinter, un hombrazo de verdad, se alzó en su defensa y más de uno tuvo que salir después a pedir disculpas.
Amor de Fedra es una tragedia de un violento romanticismo. Algunas líneas de la madrastra enamorada son de una extraordinaria poesía, como cuando le pregunta a la hija si alguna vez quiso cortarse el pecho y sacarse el corazón para parar tanto dolor. O esto de que siente el latido de Hipólito a una milla. O ese deseo de trepar dentro de su amado.
–Aunque suene paradójico, creo que Kane era una enamorada de la vida. Una de las formas declarativas de amor más hermosas que conozco está en Crave, en ese texto que dice: “Me gustaría ir al supermercado y comprarte esto y lo otro, hacerte el café...”. Una página conmovedora en su simplicidad de lo cotidiano, donde una persona dice lo que estaría dispuesto a hacer por el otro para darle felicidad. Kane pedía no sólo amor para ella, sino amor entre los humanos. Creo que su pedido se concentra en esto: ponerse del lado de los necesitados, tenderles una mano. Me siento completamente expresado a través de Sarah en mis ideas, de la manera más bella.
La hija Estrofa es como el reverso de la madre Fedra.
–Su nombre alude a una de las partes del coro en la tragedia griega. A este personaje se lo puede vincular con la bajada de línea del coro, la advertencia moral. Estrofa aconseja a la madre, le importa el qué dirán. A la vez quiere el lugar de princesa que ha logrado gracias al casamiento de la madre con Teseo. La obra muestra la otra cara de los discursos políticamente correctos.
Esta obra se mete con la política, la violencia cotidiana, el discurso hipócrita y amarillista de los medios. Y también dedica un espacio a cuestionar a la Iglesia.
–No deja institución en pie. Y también se mete con todos nosotros cuando, por ejemplo, nos gana la intolerancia y somos capaces de participar en un linchamiento...
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