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Vida cabrona
Por Moira Soto
En versión Paz Alicia Garcíadiego y Arturo Ripstein, Medea ya no es una princesa de la Cólquide, nieta del Sol, sino una mujer de barrio pobre y malhablada que nada más empezar Así es la vida (2000) vomita su amargura en un monólogo de varios minutos seguida, perseguida por una cámara digital que durante toda la película cumple un rol intrusivo, como de espionaje, que acentúa la amenaza que se cierne desde la tele en los partes meteorológicos, desde los versos que cantan Anselmo y sus Muchachos, y claro, se trasparenta en los lamentos iniciales de la protagonista: “Así nomás de buenas a primeras me dice que vete ya ¿no? ¿Y los hijos que te di? ¿Y los años que te di?... Que te cansaste, que te aburriste... Dejé todo por ti, a mi gente, mis cosas, mi vida. Ahora me dices que ya no te cuadro, que tienes a otra, ¿y yo qué pinches putos carajos? Hijo de la chingada. Sólo los tengo a ellos, mis criaturas. Por ti me vine a esta ciudad que huele a mierda...” Ahí está la Medea de barrio llamada Julia dando vueltas como leona atrapada en su consultorio ya no de hechicera sino de curandera, quejándose de los que demandan sus servicios después de haberla discriminado: “Que si le saco el pecado del vientre a la que se dejó embarazar, que si curo el mal de amores, que si quito verrugas... Dicen que soy bruja y se santiguan, pero uno a uno van cayendo en mi dispensario”, se golpea Julia la cabeza contra la pared mientras que desde un viejo televisor en blanco y negro se anuncia la tormenta y después un trío que hace las veces de coro griego entona comentando la situación: “El amor es traicionero, y de frecuente mudar”.
Sólo falta que llegue la Madrina de Julia, la única persona que está de su lado y la comprende, para que Garcíadiego se zarpe del todo con ese humor implícito, negrísimo y salvaje que la caracteriza: “¿Acaso te sorprende? A los hombres cuando nacen habría que romperles la cerviz. Sería como quebrarle el ala a un pollo. Son liendres, carroña”, sentencia la Madrina (encarnada por la magnífica Patricia Reyes Spíndola, en la foto) y una puede percibir el regodeo travieso de la guionista al escribir las citadas líneas, que prosiguen admitiendo un destino nefasto para las mujeres en cuestión de amores: “No hay nada que hacer porque nomás les da por irse y no hay quien los pare. Todo está escrito”, remarca por si no nos habíamos dado cuenta de que se trataba de una tragedia (en este caso, inspirada en Séneca, no en Eurípides). Un detalle increíblemente macabro completa del discurso de la mujer que hace tiempo tuvo un bebé que nació muerto: “Cuando me dijeron varón, respire y dije: uno menos”. Y se lo llevó en un frasco y todavía lo tiene en su casa: “Tan tranquilo y tan quitado de la pena”.
Si esto sucede en los primeros tramos de Así es la vida –título que nada de nada tiene que ver con el clásico teatral local de Arnaldo Malfatti y Nicolás de las Llanderas, llevado al cine en dos oportunidades–, ya pueden ustedes ir imaginando el resto. Pero mejor verlo y oírlo, ya que el cable nos da la posibilidad, siguiendo a esa cámara entrometida, un poco mórbida, obsesiva, que cada tanto es echada por los personajes que habitan una especie de barrio cerrado sórdido y promiscuo, manejado a piacere por La Marrana, un gordo perverso que hace las veces de rey de Corinto. Es decir, el padre de la chica que se va a casar con el infiel Nicolás-Jasón y a la que Julia-Medea no mata con un regalo envenenado ni hace arder su cuerpo en un incendio, como en la historia mítica: la que se muere es otra novia que la representa.
Julia, la exiliada por amor, la repudiada, es echada a la calle por La Marrana, que solo le concede un día más de permanencia en la casa en que vive. Lo suficiente para que la desesperada mujer tome sus providencias,sobre todo después de enterarse de que su ex marido, que le avisa que la vida es cabrona, le va a quitar a los niños. “Corazón de mamá, entraña de mi entraña, mi prenda amada”, le dice a su hijita abrazándola. “Te juro que se me rompe el corazón.” Al igual que en otras películas del matrimonio Garcíadiego-Ripstein, la bañera es el lugar de la muerte. Un momento insoportable, pero como le dijo Paz Alicia Garcíadiego a este suple en octubre de 2002: “Bueno, carajo, ¿de qué habla Medea, esa que estudiamos en el secundario? De una mujer que mata a sus hijos. Entonces, no podía permitirme la mariconería de escabullir esa escena”.