Vie 17.05.2002
las12

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Derecho de pernada

› Por Moira Soto

Acá se arma flor de revuelo porque unos 450 voluntarios se ponen en cueros sobre el asfalto próximo del Obelisco, a las 6.30 de la matina, para que un fotógrafo norteamericano haga unas tomas. Así funciona el fariseísmo local, que no se inmuta cuando determinadas personas (ya en el programa de Moria Casán, ya en el de Tinelli, por poner un par de ejemplos) son maltratadas y escarnecidas en cámara, mediante diversos recursos, para alimentar el morbo del público o simplemente provocar su risa. Con harta frecuencia, el objeto de esa desconsideración son mujeres –desconocidas o famosas– que se prestan a ser utilizadas.
En otras oportunidades, el menoscabo proviene de la forma en que es representada la mujer en la mayoría de los programas de entretenimiento, como elemento básicamente ornamental, que puede abrir la boca si así lo disponen los amos del show (“Fashion Vip”, Sofovich) sirviendo al perfil de la producción en cuestión. Todo para cumplir sumisamente con criterios de belleza normativos impuestos por el medio televisivo (y respaldados por ciertos semanarios que no se cansan de exaltar a la modelo de turno, por su físico, naturalmente, a menudo reciclado al uso).
Lo criticable no es que se vean en pantalla chicas bonitas y exhibicionistas sino que ésa sea la representación más habitual de la mujer, representación que se realiza siempre desde un punto de vista y una focalización masculinos y machistas, según códigos predominantes. No hemos conquistado territorios simbólicos en la tele, eso se cae de maduro, no desde un enfoque de género que preserve nuestra identidad, nuestra integridad, nuestros verdaderos intereses. Si la tele suele ser, a su modo, tosco e inmediato, una interpretación de la realidad, estamos bien fritas. Aunque, todo hay que decirlo, ellos no salen demasiado bien parados en el rol que se reservan. Pero nadie les impone nada.
Volvió Francella, volvió Tinelli, y el panorama ciertamente devino aun más misógino y explotador. En lo de T fueron ofendidas, lastimadas hasta las lágrimas, Mónica Ayos y Julieta Prandi (hay gente que dice que lo de la cámara oculta está todo arreglado: si así fuese, estas chicas actuaron mejor que en “Franco Buenaventura”), y el hecho de que ambas aceptaran y avalaran en cámara el bochorno no atenúa sus verdaderos alcances. En “Videomatch”, se sabe, las mujeres van a decorar el paisaje, ya que todo el equipo de intérpretes es masculino (si hace falta hacer un personaje femenino, ninguno tiene problema en travestirse), y por supuesto, Ayos y Prandi fueron llamadas diosas por el conductor...
Con Francella reapareció, bajo distintos disfraces, el cachondo incontinente de siempre, calenturiento indiscriminado que se derrite ante la primera chica vistosa que se contonee por ahí. Bailarinas, amigas en un bar, la hija de un colega (que reemplaza a la estudiante adolescentona del año pasado), una cuñada, se vuelven rápidamente objeto del reblandecimiento del untuoso y popular cómico. Herederas de los personajes femeninos de la vieja revista y de programas como “Operación ja ja”, estas mujeres son en general tontas, interesadas, histéricas, sisebutas, pero muy decorativas al gusto del protagonista. Una vez más, en la tele se le da burdamente la razón a San Pablo que creía que “la mujer es la gloria del varón, fue creada a causa del varón”. Y así es como se ejerce,levemente sublimado, el presunto derecho de pernada, un clásico de la cultura patriarcal.

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