Viernes, 27 de mayo de 2005 | Hoy
TALK SHOW
Por Moira Soto
Calamity Jane, Annie Oakley y Belle Starr no fueron las únicas chicas históricas del Oeste, de armas tomar y disparar con afinada puntería. El libro Mujeres del Oeste, de Dorothy Gray (Tres tiempos, Buenos Aires, 1981), sin agotar el tema, da cuenta de una serie de adelantadas animosas, mujeres de acción a las que reconocería en O Pioneers! (1912) la gran escritora Willa Cather, pionera a su vez en contar literariamente la experiencia de la colonización del Oeste norteamericano, explorando incluso sus contradicciones. Cather creó personajes de ficción inspirados en mujeres que habían llegado como inmigrantes desde Europa, capaces de conducir la acción del relato, que “no eran las amadas de los héroes sino heroínas ellas mismas”, según apuntó un crítico. No todas tienen el mismo nivel de fortaleza, pero sí suficiente espesor para ser personas interesantes. Sin embargo, el cine no les ha hecho justicia a estas precursoras que superaron dificultades y prejuicios, aprendiendo oficios tenidos por masculinos y en muchos casos manejando armas de fuego con destreza. Peor aún, en muchos casos el western
dividió a las mujeres en santas virginales y putas demasiado alegres, las primeras desde luego sostenedoras del orden masculino. En cuanto a auténticos personajes como los citados al comienzo, en más de una ocasión fueron ablandados y azucarados en versiones glamorosas.
De todos modos, en el horizonte cinematográfico del Lejano Oeste, entre tanto varón con los rasgos de Gary Cooper, Kirk Douglas, Henry Fonda, James Stuart, Sterling Hayden, Alan Ladd, Burt Lancaster, Randolph Scolt, Andie Murphy, Glenn Ford, por supuesto John Wayne, es posible encontrar algunas excepciones femeninas en los ‘30 como la Calamity Jane de Jean Arthur en The Plainsman (1936) o la Annie Oakley (1935) de Barbara Stanwick, más cerca de las originales que las que hicieron en los ‘50 y en clave musical, Betty Hutton y Doris Day. Y, por cierto, en esa década nos topamos con la Altar (Marlene Dietrich) y la Vienna (Joan Crawford) de, respectivamente, Notorious y Johnny Guitar, a las que se suma con todo derecho la Barbara Stanwick de Forty Guns (1957). Es verdad que en 1971, Hannie Caulder, luciendo las curvas y el ponchito de Raquel Welch, salía a vengarse de un trío que había matado a su marido y la había violado a ella, pero se trataba de un mero pretexto para lucir a la sexy estrella en rol masculino invertido. Clint Eastwood quiebra convenciones con sus personajes femeninos de fugitivos y jinetes pálidos hasta eclosionar en los ‘90 con las dignísimas prostitutas de Los imperdonables, mientras que Sharon Stone hace una forastera justiciera en Rápida y mortal (1995). Pero un par de años antes, Molly Greenwald (una rareza dentro del género) dirigió The Ballad of Little Jo (editada en video como Una mujer sin fronteras), historia real de Josephine Monaghan, chica de la aristocracia bostoniana que a fines del XIX fue expulsada de su familia por tener un hijo sin haberse casado. La única chance de sobrevivir de la joven fue vestirse de varón e ir al Oeste. Para afearse, se tajeó una mejilla. Vivió y trabajó como un hombre para todo el mundo, salvo para un cocinero chino del que se enamoró y que fue el único que conoció el secreto hasta la muerte de Jo.
Aunque el ensayo Las películas de gays y de lesbianas (Paidós, Barcelona, 1996) habla de “la buena pistolera lesbiana Martha Jane Cannary, alias Calamity Jane”, a la que Doris Day “compuso como una muchachota domada por el salvaje Bill Hickok de Howard Keel”, la verdad en todo caso rondará por la posible bisexualidad de la célebre aventurera del Oeste que se casó precisamente con Hickok, con quien tuvo una hija (no se le hizo el ADN, es verdad) que a los dos años dejó en adopción, enviando regularmente dinero –casi siempre ganado al poker– para su manutención y visitándola muy de vez en cuando. Empero, Calamity, que solía llevar papel, tinta y pluma en la silla de montar de su caballo Satán, le escribió a su Janey una serie de cartas que la chica recibió después de la muerte de su madre. Lo correspondencia se detiene en 1902, cuando Calamity, a los 50, un año antes de su muerte, se queda ciega. Entre otros párrafos, confesionales, mamá Calamity Jane hace planes para el futuro y le pide a Janey que mantenga la frente bien alta y no se crea las
calumnias que seguramente le llegarán. Le dice en tono de chanza: “Si te casás y tenés una hija, te la voy a robar, tanto deseo una nieta, sería mi bien más precioso”. También le confía la receta
secreta de una torta “que se conserva buena hasta durante veinte años, hasta la última miga”.
Calamity Jane (1953), con Doris Day y Howard Keel se pasa mañana sábado a las 18.30 por Retro.
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