TALK SHOW
La deleitable levedad de las parejas
(O todo lo que pueden hacer los buenos diálogos -de la serie Coupling- por dignificar la mesa del bar)
Por Moira Soto
Tres tipos divagan en la mesa de un bar; tres chicas parlotean en otra mesa; en ocasiones, ellos y ellas –que mantienen relaciones amistosas, han sido, son o serán amantes alternadamente, sin excluir a ciertas/os extrañas/os al grupo– se reúnen alrededor de una misma mesa y siguen platicando, casi siempre en torno del sexo (ellos), de las relaciones entre unas y otras/os (ellas). Salvo algunas situaciones que ocurren en la casa de los personajes, el escenario habitual de estos/as treintañeros/as que discurren en la serie inglesa –de la BBC– Coupling (media hora -¡sin cortes!– los viernes a las 21, repite los domingos a las 19, por I-Sat) es el bar. Al que, por ejemplo, llega Jeff, un tierno lunático cuyas ansias sexuales se frustran de continuo, y le dice a su amigo Steve –un lánguido melanco recién caído del catre– que tiene miedo de decir la palabra incorrecta en una entrevista de trabajo. “Por ejemplo, pezones”, detalla. “¿Por qué la dirías?”, quiere saber Steve. “Porque acabo de metérmela en la cabeza”, es la respuesta. “¿Por qué pezones y no nalgas?”, indaga indiscreto Steve. “Oh, perfecto, te lo agradezco. Ahora además se me metieron las nalgas. ¿Por qué no me dices también vulva?” Aquí es cuando llega el tercer amigo, Patrick, el superdotado que alardea de sus medidas, y quiere saber qué es lo que altera tanto a Jeff. “Tiene partes femeninas multiplicándose en su cerebro”, anuncia con su gesto más displicente, la cejita arqueada, Steve. Patrick, cómo no, tiene la solución: “Imagina al panel desnudo”. Pero Jeff no tiene paz: “Ellos podrían imaginarme a mí desnudo; ¡entonces, seré un hombre desnudo que dice vulva!”.
Tal el registro de esta serie brillantemente escrita e interpretada, que algunos se empeñan en comparar con Friends cuando en verdad -especialmente en la zona masculina– el registro de Coupling está más cerca de la lógica de los sueños, del sinsentido que se va por las ramas: ellos suelen poner el inconsciente (sexual) sobre la mesa del bar, al lado del vaso de cerveza y así deschavar sus fantasías, miedos, desatinadas estrategias, incluso traumas de infancia. Así, el contenido es picante, pero su formulación es oblicua, indirecta, cargada de sugerencias, pero jamás obvia. Ellas, por su lado, no son más sensatas, aunque Susan –que nunca fue santa ni lo será– tiene los pies más cerca de la tierra que la loca de atar de Jane –que informa por radio sobre el tránsito desde un helicóptero, y es muy capaz de provocar accidentes con sus mensajes eróticos–, mientras que Sally –que se queja de que su cara engordó por ponerse muchas cremas nutritivas– es más mala que los alacranes a la hora de la siesta.
La gracia deliciosa de Coupling no sólo reside en la velocidad e inventiva de los disparatados diálogos y en la inteligente parodia con que se trata el tema básico y principal. Las actuaciones de Jack Davenport, Sara Alexander, Gina Bellman, Kate Isitt, Ben Miles y Richard Coyle contribuyen felizmente a que la diversión sea incesante. A ninguno/a se le ocurre payasear, parodiar, hacer monerías para que se entienda el chiste. Actrices, actores y director tienen clarísimo que la comedia desbocada funciona si las líneas chistosas se dicen con seriedad. Porque merced a ese choque, a esa aparente oposición, surge el humor, la risa inteligente. Por eso, cuando las chicas creen que Steve –por ahora novio de Susan– es infiel masturbándose, Sally dictamina con toda gravedad: “El tema es que los hombres no deben tener acceso solitario a sus erecciones. No son como nosotras: sólo tienen unos pocos cartuchos por día”.
Ah, hay una copia casi textual de Coupling hecha en Estados Unidos que va los martes a las 21.30, por Sony, y que es al original lo que la Psycho de Gus van Sant a la obra maestra homónima de Hitchcock. Pueden correr el riesgo, pero no se aceptan reclamos.