Querer no siempre es poder
Seguramente a un trasnochado se le ocurrió nombrar a esa zona de casitas de chapa y cartones, sin agua ni luz, Vista Alegre 2. Allí viven Azucena Palma, una mujer menuda de 30 años y sus cuatro hijos, con un Plan Jefas y Jefes de Hogar. Su primer marido la dejó cuando estaba embarazada del tercer nene, y el segundo, cuando se le quemó la casilla. Azucena todavía intenta hacer el secundario de noche. “Pero se me hace difícil porque nunca dejé a mis hijos solos. Desde que se me quemó la casa tengo miedo y más por la nena que es muy chiquita, están pasando tantas cosas, les digo siempre no dejen nunca a su hermana sola”, cuenta. El mismo problema tuvo para asistir al encuentro de mujeres, cosa que le hubiera gustado porque no va al ginecólogo desde hace 5 años, cuando tuvo a su hija.
Para su vecina Samanta Garrido, de 24 años, el problema, dice, fue su embarazo a término. Al otro día, sin embargo, caminó una treintena de cuadras para acompañar a sus otros tres hijos al colegio. Hace un año y medio que vive con su segunda pareja. “Mi primer marido no se hizo cargo de los chicos. Se olvidó, parece. Venían las peleas porque él no trabajaba, prefería andar con amigos o borracho por ahí. Y yo con frío o con calor entraba a las 12 de la noche en una parrilla y salía a las 4. Me iba a mi casa, dormía un rato y a las ocho tenía que estar en el balneario. Y encima a él no le parecía bien que yo ande todo el día... Pero igual yo no hacía nada malo”, aclara por si acaso, detrás de esa gran panza estriada que parece consumirle hasta la voz. Cuando piensa en el futuro lo único que aparecen son sus hijos: “Si les pudiera hacer una casita de material para ellos. Porque mi nene más grande tiene asma y acá hace frío en el invierno. Mi hermana me dice que se lo lleva pero no quiero porque yo quiero que esté conmigo”.
Nota madre
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