ALICIA COLLAZO. HOSPITAL SANTOJANNI
› Por Roxana Sandá
A Alicia Collazo le llegaron tempranamente un puñado de decisiones: ser médica (“desde chica”), conocer al que fuera su novio y luego el aún adolescente padre de sus dos hijos (“el primero a los 19 años y el segundo tres años después”) y abandonar por los críos un secundario que retomó tiempo después y le permitió recibirse de instrumentadora quirúrgica con viraje final hacia la licenciatura en enfermería. Una profesión que dice haber abrazado a raíz de “necesidades personales, por una suma de circunstancias sociales que hacen que una persona se incline por cierta especialidad. Sin duda, de haber tenido mayores posibilidades económicas hubiera hecho medicina. Hoy por hoy, no sé si la vocación se sigue entendiendo en ese sentido romántico que nos transmitían en la escuela”.
Muy a su pesar, cualquiera que la escuche dudaría al instante de tal afirmación salida de su boca, porque “La Gallega”, como le dicen en casa, se enoja, se entusiasma, se ensombrece o estira el mate a carcajadas cada vez que se refiere a “esa” profesión y a su tarea como docente en la UBA, “lo único que podría hacer en esta vida porque no me imagino viviendo de otra manera”. Aunque al principio tuvo que vencer los propios prejuicios acerca de que “las enfermeras están para cambiarle la chata al paciente, usan delantal y chancletas. Después se me reveló una realidad muy diferente”.
“Cuando llegué a la sala, hace poco menos de un año, obviamente se me presentó el tema de la muerte como algo terrible. Yo venía de desempeñarme en obstetricia, donde se trabaja con la mujer y ese acto generador de vida que es parir, y después llegó la designación en terapia intensiva, donde hay que acostumbrarse a tratar con ciclos vitales alterados, con funciones prácticamente quebradas y dentro tuyo todo vuelve a cero: ¿cómo te plantás frente a esa persona que tenés enfrente?”
La pregunta podría extenderse puertas adentro, cuando llega el momento de volver a casa y hay que ponerles el hombro a los hijos adolescentes y al esposo que trabaja en una fábrica y estudia periodismo. “Sé que ellos están orgullosos de lo que hago, pero creo que nunca llegaron a adaptarse del todo a esta vida a contramano, e indirectamente hay reclamos. La primera transgresión, si se quiere, es que trabajo cuando ellos duermen y cuando se levantan estoy en la universidad. Entonces la que está fuera de la realidad soy yo y se me van muchas cosas de las manos porque trabajo con todo sobre las carencias de los demás y termino descuidando las necesidades de mi familia.”
Dice que con el ambo puesto se preserva, que suele ponerse en lugar del paciente “sin llegar a ser él mismo”, habla de empatía, del aprendizaje que permite “observar la muerte con naturalidad”, de la catarsis con sus compañeros de sala, pero no logra olvidar a la chiquita de 20 años atropellada por un camión en la General Paz, mientras andaba en bicicleta. “Tenía un bebé recién nacido. No hubo posibilidad de reanimarla, la vimos morir desangrada y eso me desesperó. Era la primera vez que no podía hacer nada por el otro.”
“Por formación o deformación, el modelo de atención en las áreas más complejas de un hospital es biologicista, de poca o nula interrelación con el paciente, y creo que en este sentido la enfermería es una disciplina única, porque destaca una serie de cuidados independientes para recuperar capacidades alteradas y achica distancias a través de un idioma propio que anima al otro a transmitirte sus necesidades económicas, sociales o afectivas. Es esa confianza la que te permite sugerir la presencia de asistentes sociales, psicólogos o los profesionales que creas precisos.”
En terapia aún golpea fuerte el recuerdo de las dos personas fallecidas por una falla técnica que afectó los respiradores e interrumpió el suministro de oxígeno. El hecho que investiga la Justicia y por el que reclaman los familiares de las víctimas ensombreció la rutina de Alicia, por la desazón de ignorar lo que pueda suceder con sus compañeros. “Siento que estamos viviendo momentos de angustia y de necesidad de contención desde lo emocional y legal. Lo que pasó es desconcertante porque nunca antes había ocurrido algo semejante; no sabemos con qué vamos a encontrarnos mañana ni qué podrá pasarles a los compañeros que trabajaban en el turno en que ocurrieron las muertes. Y eso desestabiliza a cualquiera.”
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