Viernes, 30 de julio de 2010 | Hoy
En una retrospectiva madrileña que festeja su trayectoria en 159 imágenes, la fotógrafa local Adriana Lestido es una muestra más del arte femenino que gana espacio por talento y representación.
Por G. T.
La argentina Adriana Lestido no sabe exactamente cuál es el fin último de sus fotografías; sabe, sí, que tiene la necesidad de tomarlas, de gatillar y encarnar ausencias, maternidad, lo femenino, amores que duelen, la injusticia, el desamparo, los vínculos fundamentales... “Soy mujer y, por eso, he mirado a las mujeres; no como reivindicación de género sino como una búsqueda de espejos. Miro desde mi vida y desde mi historia, pero lo que me interesa es el conflicto humano. Son las emociones básicas las que dan sentido a mi trabajo, más allá de las circunstancias”, explicó en una oportunidad ella, celebrada hoy en Madrid con una retrospectiva de 159 fotos que se exhibirán hasta el 29 de agosto en la Casa de América, Marqués del Duero, 2, en el marco del festival PHotoEspaña 2010.
Bajo el nombre “Amores difíciles”, la muestra hace de hilo y, mientras predominan el blanco y el negro, conduce cronológicamente por los ensayos visuales de Lestido y sus (casi) 30 años de trabajo: Hospital Infanto Juvenil (1986-1988), Madres adolescentes (19881990), Mujeres presas (1991-1993), Madres e hijas (1995-1998), El amor (1992-2005) y Villa Gesell (2005). Antes, una polaroid de un cielo naranja da la bienvenida: es el primer hombre ausente; su padre. Lestido sacó la foto el día de su entierro. “Si bien pasé muchísimos años fotografiando mujeres, lo que en realidad está siempre presente es la ausencia del hombre”, recalca la multipremiada que recibiera el Premio Mother Jones en 1997, el Konex 2002, la Beca Guggenheim de 1995 y la Beca Hasselblad de 1991.
Mediante este recorte de imágenes únicas –acompañadas por textitos como “El nacimiento da comienzo al proceso de aprendizaje de la separación”, de John Berger, o “¿Serás, amor, un largo adiós que no se acaba?”, de Pedro Salinas–, Lestido quiso llegar al fundamento de su mirada. “En el fondo, todo es una historia de amor... Un amor difícil, pero qué amor no lo es”, definió a un medio español. Letal y precisa, Adriana capta el instante justo gracias a una cercanía física y emocional, dolorosa. No por nada definió así su hacer artístico: “Me resulta muy difícil fotografiar si no me involucro afectivamente”.
En Madres e hijas, por ejemplo, la artista hizo un seguimiento de cuatro relaciones materno-filiales durante tres años. Recién cuando su presencia se volvió natural, empezó a hacer las fotos. Mientras, acompañó travesías, viajó con ellas, durmió en sus casas. “La paradoja es que cuanto más cerca estoy, más puedo desaparecer”, concedió en una oportunidad ella, que se filtra y se evapora, mientras desnuda lo crudo de la realidad, de los lazos y, sobre todo, de las ausencias.
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