Viernes, 26 de noviembre de 2010 | Hoy
Por Silvana Trotta *
Los hijos varones en situación de violencia familiar cargan con una doble vulnerabilidad: por un lado, se invierten los roles, ya que pasan a ser protectores, y no son protegidos. Por otro lado, estos varones pasan más tiempo junto a sus madres por temor a las agresiones que sufran ellas. Estos varones, fuera de casa, no van a hablar de lo que pasa dentro de ella. Ni de lo que sienten ni padecen. Pero van a poner en acto aquello que no pueden poner en palabras con retraimiento, aislamiento de sus amigos aunque compartan espacios o la contracara: habilitan la violencia como descarga, por lo general entre sus pares.
Habría que distinguir entre las distintas etapas por las que transita el varón:
En la preadolescencia, entre los once y trece años aproximadamente, van a tener un apego muy fuerte con su mamá: idealizan lo que ella hace por él. A su vez, cargan con el sufrimiento de estar en casa y ser testigo de algo que no pueden enfrentar, están en desventaja física con respecto del agresor y minimizan los hechos por temor a represalias.
En la adolescencia pura, entre los trece y diecisiete años, tenderán al enfrentamiento verbal con su padre, con las posibles consecuencias de agresiones y golpes de parte del adulto. Los pibes le pasarán factura por los maltratos conyugales. Su mamá se verá desconcertada: tramitará un temor nuevo y una doble carga: el maltrato que pueda sufrir el hijo de parte de su padre, por tratar de defenderla.
En el afuera, estos adolescentes tenderán a descargarse, incorporando a su cotidianidad conductas de riesgo (correr picadas, manejar moto sin casco, usar bicicleta sin luces sin luces, etc.) sin excluir, drogas, alcohol, conductas sexuales sin cuidado y noviazgos violentos. Pero todo esto no es exclusivo ni excluyente. En todos los casos, en su proceso de crecimiento, estos chicos buscarán, de alguna manera, en la escuela, en el club, un referente masculino que los trate amablemente: si esto ocurre corren con una ventaja: pueden reconocer sus derechos y pedir ayuda. Hay talleres (como el de complejidad adolescente en el que trabajo hace cinco años) en los que se los contiene, se los escucha. Es un arduo trabajo desarraigar lo que ya está constituyendo sus subjetividades.
En cuanto a los jóvenes-adolescentes-varones de más de diecisiete años, el enfrentamiento con su padre los pone en posición de enfrentamiento directo: el cuerpo adolescente ya pegó el estirón y corre con la ventaja física, ya no sólo lo puede enfrentar desde el odio, los gritos, sino que también puede golpearlo, en defensa de su madre. Y legitimará esa violencia como correctora de la conducta de su padre. Así como su padre la utilizó y la legitimó, como correctora de las conductas de su madre. Sólo que aquí el pibe estaría en posición de defensa “de”. Pero no deja de ser más de lo mismo: no deja de ser violencia. Y este círculo es el más difícil de romper.
Hay un grado importante de reproducción de violencia. Y, por lo general, se da en los noviazgos, que lo que antes era defensa hacia su madre ahora pasa a ser control y vigilancia hacia su pareja. Pero nunca (en el relato que escuchamos de los chicos) van a justificar a su padre, por el contrario, exacerban sus diferencias.
Defender a la mamá, desde el lugar de varón, implica un alto grado de responsabilidad. Las ansiedades que le generan a un adolescente hacen que se fragilice su proceso de crecimiento. Su subjetividad se va configurando con mandatos contradictorios. Las historias pueden repetirse o no. Para que no ocurra, alguien, un tercero, debe hacer ruptura a un orden instituido para generar el espacio de escucha que los pibes necesitan, visibilizar estas problemáticas y transformar la realidad.
* Psicóloga social, diplomada en Estudios de Género, Orientadora y Educadora Sexual y coordinadora de la Organización No Gubernamental Centro Don Bosco, de Berisso, que trabaja con adolescentes y jóvenes en riesgo y vulnerabilidad social.
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