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Viernes, 14 de enero de 2011

¿Acaso no tuvimos hijos para hacerles escuchar a MarIa Elena?

 Por Laura Ramos

Decimos que nos sentimos huérfanos porque María Elena Walsh era una Madre de la Patria, una Remeditos de Escalada violentamente sexuada y política, una madre cariñosa y severa que en la película de nuestra infancia (una película musical, una Novicia rebelde podríamos decir) nos impartía, cantando con una voz mucho más adorable que la de Julie Andrews, el decálogo pequeñoburgués biempensante que necesitábamos aprender. Antes del disco Canciones para mirar, en la Argentina no había infancia. Nos sentimos huérfanos porque María Elena Walsh inventó la infancia (y sus reglas inflexibles). La infancia nació como subproducto necesario del progresismo, de los años sesenta, la Universidad de Buenos Aires, la Facultad de Psicología, la Asociación de Amigos de los Animales y, muy secretamente —secreto que ignoraba hasta la Madre Fundadora— de la Comunidad Homosexual Argentina.

Mi infancia empieza y termina con Canciones para mirar, un disco sinestésico del año 1962. Si la sinestesia es la mezcla de varios sentidos: oír colores, ver sonidos, percibir con órganos diferentes (el efecto de drogas psicodélicas como el LSD, la mescalina o algunos hongos tropicales), y mi vida no fue otra cosa que una búsqueda de percepciones, María Elena Walsh fue la culpable.

Cuando el mundo era más malvado y más simple, estaba dividido en dos: Stalin por un lado, Trostsky por el otro; Julie Andrews por el lado malo, Audrey Herpburn por el bueno; el Generalísimo Francisco Franco por un lado, los mártires del Partido Obrero de Unificación Marxista por el otro; pero fundamentalmente y en todos los aspectos: mi madrastra de un lado, María Elena Walsh del otro. El timbre de la voz de María Elena Walsh, de una dulzura grave, no cantaba: lanzaba manifiestos políticos. Era una guerrera que golpeaba, pegaba y enviaba maleficios (“al que mata los pajaritos/ le brotará en el corazón/ una barra de hielo negro/ y un remolino de dolor”). Una guerrera de la causa de la pájara pinta y de la cáscara de nuez arrugada, viejita y rebosante de miel. Cada una de sus canciones es una declaración ideológica del progresismo argentino, que la eligió como educadora, como dispositivo artístico para formar la conciencia (y el inconsciente) de los niños de la nueva era. El dispositivo María Elena Walsh cavaba profundo porque abarcaba formación de pensamiento, modos de existencia y de resistencia: no debíamos matar a los pajaritos; los jardineros eran personas espirituales; el azúcar primero era negra; el mundo puede ser de otra manera, incluso del revés. La canción infantil “El reino del revés” es política de género y subvierte el orden burgués. En ese reino, donde el pájaro nada y el pez vuela, reside todo su Tractatus Logico-Philosophicus. Nos sentimos huérfanos porque María Elena Walsh se llevó nuestra infancia... y ¿acaso no tuvimos hijos para hacerles escuchar las canciones de María Elena Walsh? Algún día voy a escuchar “La pájara pinta” sin llorar. Algún día voy a madurar.

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