Viernes, 24 de junio de 2011 | Hoy
Por Sofia Wilhelmi
Me sorprende la cantidad de diferentes relaciones que establecen las mujeres con sus conchas. Los hombres en general en la pubertad empiezan a hacerse la paja y ya. Después pueden ser más fanáticos de la actividad, pueden ser adoradores de su miembro o no tanto, pero todos todos todos se relacionan con su pito desde chicos. No hay hombre en el mundo que no se haya masturbado alguna vez. No entiendo cómo hay mujeres que no lo hacen, pero que las hay, las hay. Hay mujeres que nunca en su vida se tocaron la concha. Que cuando se cambian evitan mirarla, como si fuera algo a lo cual temerle o que posea algún tipo de maldición. A diferencia de éstas hay otras que aman su concha, que la estimulan todos los días religiosamente y la veneran. Y existe un tercer grupo que se vinculan con ella solo en momentos de desesperación o abandono, o sea, la usan. A estos tres grupos podemos adherir tantos subgrupos como mujeres en el mundo, pero detenernos en eso sería extremadamente aburrido. Estas diferencias no están relacionadas con edades o generaciones. Si encontramos en el mundo moderno más libertad, pero dentro de un mismo margen de edad podemos ubicar estos perfiles. Es más, dentro de un grupo de amigas, con misma formación escolar, y mismo nivel social, hay distintas mujeresconcha. Las diferencias no son sólo de índole sexual. También hay mujeres que la cuidan con ímpetu, la embellecen y otras que la dejan estar. Hay mujeres que son más salvajes con sus conchas, se la depilan ellas mismas usando espejos, le dan con la epilady y otras que le tienen un respeto eclesiástico.
Hace algunos días observando a mi sobrina menor mientras le cambiaba los pañales recordé a mis otras dos sobrinas en ese mismo instante de la vida. Las tres tenían el mismo impulso a tocarse su miniconchita. Una constante entre tantas variables. Qué raro. ¿Vamos con el análisis evidente? El hecho de que cada mujer encuentre en su concha algo distinto es algo social. ¡Sorpresa! ¿Y de quién es la culpa? ¡Obvio! ¡De mamá!
Me molestan soberanamente los apodos a la concha que te dicen de chiquita: pocholita, pololita, chucha, cosita... ¿¿¿Qué cosita??? ¡Cosita puede ser cualquier cosa!
–Limpiate bien la pepa... ¡Hay un sapo que se llama pepe! Acaso mi concha es su novia, ¿qué onda, vieja? ¡Me confundís!
Cuando tus padres te encontraban tocándote en la niñez te decían: “No... eso no se hace...” Propuesta: No sería mejor decir, eso no se hace en la vía pública, o, eso no se hace delante de cualquiera... O sea, eso sí se hace, y creo que tendríamos un mundo mejor si la gente lo hiciera más.
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