› Por Marina Mariasch
Larga diciembre, cereza, cerveza y besos, y se lanza el tubo del fin de año. La gente loca, se acaba el mundo, y las lucecitas intermitentes de los negocios cada dos pasos generan ataques protoepilépticos. Los precios altos no frenan la ola de consumo ni la de desempleo.
Todos sabemos que el mismo short de baño va a estar mañana en la mesa de saldos como la lechuga que adorna la fuente del pionono: arrugada y falsa, prometedora de una felicidad fugaz y forzada. La que obliga el verano, los chupetones a los helados, los cuerpos torneados y bronceados, el amor. El que odia Navidad es anticristo.
Si estás solo para la fiesta, Navidad es todo el año, el sueño eterno del quiero y no puedo. Desde el 8 la casa se decora sola, con arreglos florales artificiales que nadie cuestiona y cualquier casa es la casa de Maru Botana. Si estás sola, como huérfana, podés ir de prestado a un hogar cristiano, que te abra las puertas la noche tan buena, y te convide sus típicos platos con aceituna y mayonesa que no conocés en el resto del año. Nadie sabe muy bien, pero el pan dulce es más rico un poquito pasado, tostado mejor, y regalado de barato el más transgénico del súper de al lado. Nadie te permite pasarla en la bañera con un trago en la mano, como si ver la felicidad del pasto vecino fuera mejor que una soledad bien acompañada. Brindis por los que se deciden a hacer los regalos encadenados por menos de cierta cifra. Y por los amigos que arman comidas a la canasta para los corderos descarrilados.
La alegría es el estado obligado, en el Facebook, en el barrio y en el shopping donde las vidrieras se ofrecen con exceso de obsesión y coquetería, y la panza del Papá Noel de artillería se derrama sobre el cinto como la manteca en la masa. Noche de pan, noche de arroz, los jazmines a dos pesos en las esquinas y un pollo al spiedo para comer frío la noche re buena. Los balcones de los vecinos pestañean en colores y las puertas sacuden el muérdago de los últimos besos.
En la tele, es la fiesta en continuado, con las sonrisas de fiasco y las propagandas non stop de la barbie sin cabeza, la wii the fuck, la play back.
Sin barullo de tíos y primos, sin la mancha de tinto en el mantel que trae suerte, también se pueden pedir deseos. Si nos toca, que al menos sirva para algo: mi deseo para esta Navidad es que en 2012 salga la ley del aborto legal.
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