› Por Patricia Suarez
La primera y más saludable manera de no festejar la Navidad es viajar (y de ser posible emigrar) a un país adonde no se la celebra, como Burundi, Burkina Fasso o los Emiratos Arabes. Como propuesta, claro, es un poco costosa. Una segunda opción podría ser un retiro espiritual en un templo budista, en el cual a menos que una sea verdaderamente budista, lo más probable es morir de aburrimiento. Tenemos a nuestra disposición, por supuesto, las excusas de siempre: gastroenteritis quince minutos antes de salir a la fiesta, malaria contraída la noche anterior y hasta una peste bubónica rarísima que uno enganchó por su mala suerte en un turrón de Gijón mordido por las ratas negras y comido en una malévola despedida de año del trabajo.
Puede ocurrir que estas excusas ya estén gastadas y hayan sido usadas en oportunidades anteriores. Por eso, creo yo, la más económica de todas las formas de no estar en las fiestas es el MP3 mental o real. El real, ya se sabe, es un MP3 con auriculares que se pueden disimular bajo el pelo y hace que una esté en otra parte del universo mientras el tío Pocho descorcha la sidra con un ansia criminal como si contuviera arsénico. En general, el MP3 mental acaba siendo descubierto por un miembro de la familia nuclear de uno, verbi gratia, padres, hermanos y cónyuges. Los hijos, de tenerlos, sólo pedirán compartir el MP3 o que el trastornado de Papá Noel les traiga uno en cinco minutos. De aquí que el MP3 –o MP4 o el que fuera, que para el caso es lo mismo– debe ser mental. Sin necesidad de recurrir al Método Silva de control de la mente, sólo habrá que tomar pequeños recaudos para lograr el éxito. El principal –se recomienda tomar curso de iniciación al teatro o en su defecto ver varios capítulos de El Zorro y entender la gestualidad y la afectividad de Bernardo, el sordo– es fingir una otitis rayana en la sordera –enseguida desdeñar a los parientes que digan que Beethoven empezó igual y llegó adonde llegó, porque uno de música sabe apenas el arroz con leche– y que amenaza con el ACV fatal. El médico –nombrar una eminencia que los demás invitados desconocen por completo– que es titular de la cátedra de cirugía del cerebro en una universidad norteamericana y que operó a Bush, por ejemplo, y estudió a fondo el cerebro en formol de Einstein y Elvis Presley, recomendó silencio absoluto y abstenerse del lenguaje humano, como medida preventiva de un mal mayor, el coma 5.
Lo principal aquí es meterles un susto de muerte a los parientes y que no la fastidien a una con las mil nimiedades obscenas e hijadeputeces propias de las fiestas. Para que el método MP3 navideño funcione a la perfección debe una grabar en su cabeza aquellos temas que la hicieron feliz o infeliz, pero cuyo recuerdo emociona. Puede tratarse de “Las Variaciones Goldberg”, de Johann Sebastian Bach, o “I just called to say I love you”, de Stevie Wonder. Si una logra, incluso, concentrada en su propia música mental, derramar algunas lágrimas, mejor. Si esto ocurre pasada la entrada y mediado el pollo o el lechón –tan igualito a Babe el chanchito valiente que los caníbales de tus parientes engullen–, mejor que mejor. Aquí hay que balbucear palabras del estilo: “El doctor Pinchovsky del Chot me desahució”. Buscar memoria emotiva, largar sollozo y marcharse a un dormitorio (con la cartera de la que una sacará pañuelos de papel), trabar la puerta y ahí sí, dar rienda suelta a nuestros mejores momentos de lectura (libros que una cargó en el bolso, previendo el jubiloso momento), música real, abrir el black y navegar en Internet o lo que sea. Reaparecer después de secados los putos platos y el resto de la vajilla, saludar con afectuosos abrazos y marcharse como Pancho por su casa. ¡Feliz Navidad y próspero Año Nuevo!
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