Vie 24.07.2015
las12

Literatura macha

Entrevista a Jimena Néspolo, escritora, doctora en Letras e investigadora del Conicet a cargo de la edición, introducción y notas de Creaciones.

En el prólogo a Creaciones hablás de ausencias inexplicables en el canon de la literatura argentina, como las de Juana Manuela Gorriti, Juana Manso o Eduarda Mansilla misma. ¿Cómo se pueden interpretar en tu opinión esas ausencias?

–Mal que nos pese, la literatura argentina, en su dimensión canónica, es eminentemente masculina o macha, lo que ha favorecido que las pocas literatas que han alcanzado algún reconocimiento o visibilidad hayan sido reivindicadas por la norma, incluso bien entrado el siglo XX, como “excepcionales”. Dentro de ese juego, de visibilización y veladura, Eduarda parece chapotear a sus anchas porque sus escritos son ciertamente inclasificables.

¿De qué manera cuadran, o no, los cuentos y novelas de Eduarda Mansilla en el corpus que se selecciona como “literatura argentina” y que ofrece un relato de la conformación de la nación, sus conflictos, tensiones?

–Es que precisamente no cuadran... El silenciamiento al que fue condenada su literatura demuestra que la resolución amorosa que su poética trama para resolver el conflicto civilización/barbarie no fue convincente, digamos, para los grandes ideólogos de la Argentina moderna y su política de la exterminio del indio. No obstante, lo que revela el trabajo de archivo y rescate de sus textos es, además de su protagonismo lateral en aquella trama política, la existencia de esa disputa y de esa derrota.

¿Cómo dialoga la obra de Eduarda con la de la generación del ’80?

–Tanto su obra como la de su hermano, Lucio V. Mansilla, sólo se entienden en diálogo con esa generación como réplicas, objeciones o ajuste de cuentas. Una excursión a los indios ranqueles, pero también los Recuerdos de viaje y los relatos de Eduarda pueden ser leídos como la suma de discrepancias que los antiguos federales vinculados a Paraná y la Confederación después de Caseros se obstinan en prolongar. Pero en el caso puntual de Eduarda, pareciera que su condición femenina la obligó a realizar muchas más destrezas literarias y refrendar su talento hasta el mismo día de su muerte.

¿Hasta qué punto era transgresor para una mujer dedicarse a las letras en el siglo XIX? O en todo caso, ¿se criticaba que se dedicaran a ciertos géneros, a ciertos temas?

–“Una mujer, si tiene la desventura de saber, deberá ocultarlo tan cuidadosamente como pueda”, decía Jane Austen en el mismo siglo que le tocó escribir a Eduarda. Pareciera que todas las estrategias ficcionales que Mansilla despliega en su escritura, el uso irónico del diminutivo, sus intervenciones sobre la infancia, la mujer y la moda, su capacidad de surfear entre lenguas y culturas diversas en una domesticidad desconcertante, la exploración de todas las figuras de lo menor y lo subalterno, son intentos desesperados por dotar de existencia en el plano de la fantasía a aquello que de por sí le estaba negado.

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