FúTBOL › RIVER ANUNCIARA AL REEMPLAZANTE DE PELLEGRINI ANTES DE LAS FIESTAS
Sidra, pan dulce y entrenador
En la reunión secreta de esta semana que pasó, en un club de Belgrano, el presidente de River, José María Aguilar, pidió un mes de paciencia. “Yo quiero ser optimista”, le dijo a Líbero. Daniel Passarella es el candidato más cercano a suceder al ingeniero, pero no se descarta a la dupla Hernán Díaz-Leonardo Astrada. El tapado es Enzo Francescoli...
Por Gustavo Veiga
José María Aguilar cambió de club por una tarde para pedir un mes de paciencia. Lo hizo a resguardo de presencias molestas y sin que se enterase la prensa. Cuarenta directivos, desde los más encumbrados a los menos influyentes, lo escucharon dar explicaciones en un amplio salón de Belgrano, que no es el de Athletic del rugby sino uno que linda con las tradicionales barrancas y donde se practican apenas un puñado de deportes como el tenis y la pelota a paleta. El presidente de River justificó allí su decisión de prolongar la agonía deportiva corporizada en la continuidad de Manuel Pellegrini y, básicamente, ganó tiempo. Respetó un contrato con el entrenador vigente hasta junio de 2004, es cierto, pero asimismo comenzó a pagar un “altísimo costo político”, como confesó uno de los asistentes a ese encuentro.
Si a fines de junio pasado, y a horas de que el equipo festejara su título número 31º, nadie daba la vida por el técnico, hoy sus detractores componen una fuerza casi monolítica. Sea como fuere, los días del chileno en Núñez están contados, incluso, ante el mejor escenario posible: la obtención de la Copa Sudamericana. Todo indica que, antes de las fiestas de fin de año, River presentaría a su reemplazante. ¿Daniel Passarella? ¿Enzo Francescoli? ¿Reinaldo Merlo? ¿La dupla Hernán Díaz-Leonardo Astrada? ¿Acaso Ramón Díaz, el más pedido por los hinchas, pero que no recoge simpatías entre la dirigencia? Todos están anotados en una carrera tan corta como la vida futbolística que tiene el ingeniero por delante.
Quienes accedieron al vestuario después de la lapidaria derrota ante el Boca de Carlos Bianchi todavía no alcanzan a comprender cómo Pellegrini pudo repetir en una conferencia de prensa posterior un discurso reservado a jugadores que lo escuchaban mirando el piso. “Con este plantel es imposible que pueda aspirar a nada...”, dicen que dijo en la intimidad de un recinto que semejaba un sepulcro. Pero más se sorprendieron cuando anticipó en voz alta y ante los periodistas que vendrían más derrotas. De ese punto límite el ingeniero retornó de milagro. Y en ello influyó, aunque parezca inverosímil, el apego que dos hombres respetuosos del status y ciertas formas recrearon en un juego de palabras poco convincentes. “Pellegrini me dijo que contara con su cargo y que no habría problemas en el arreglo económico. En los mismos términos me habló en esta oportunidad”, alegó el presidente un día después del Superclásico con una impecable cara de poker.
Aguilar hubiera querido anunciar lo que el director técnico nunca afirmó. Que daba un paso al costado y se iba, que no es igual a dejar la renuncia a consideración, arrumbada en un cajón. Esa actitud sin medias tintas del chileno nunca se concretó y descolocó a la abrumadora mayoría de los dirigentes que esperaban con los brazos abiertos su alejamiento. El título de la película La hoguera de vanidades le hubiera quedado bien a la situación.
La coherencia que supone respetar lo acordado –el contrato de Pellegrini finaliza en junio próximo– en este caso es sólo aparente. Este diario ya había publicado a fines de junio, exactamente un día después de la última vuelta olímpica en Bahía Blanca, que el presidente difundía su deseo de extender la relación con el entrenador, mientras por cuerda paralela consultaba a sus pares sobre “qué técnico elegirían para sucederlo después del 31 de julio”.
Por entonces, el doctor Aguilar se comunicó con este cronista para afirmar que, en rigor, los demás dirigentes eran quienes le sugerían un nombre tras otro para reemplazar al técnico. Ante ese mismo auditorio, el jueves pasado, en el club Belgrano, pidió que le dieran un mes. El mismo tiempo que tiene Pellegrini para abandonar River con un título que decoraría las vitrinas del Monumental, pero que jamás suturará las heridas que dejó abiertas la estrepitosa caída ante el rival de siempre.
Los imperativos de Aguilar
El jueves 13, luego de la reunión ordinaria de Comisión Directiva donde la precaria continuidad del técnico se pasó por alto, el presidente de River volvió a atender la requisitoria de este diario. Sus palabras, tan breves como meditadas, siguieron en el mismo tono de un hombre que cuida sobremanera un estilo de gobierno.
–¿Es consciente del costo político que paga sosteniendo a Pellegrini en el cargo?
–Absolutamente. El fútbol es fundamentalmente pasión y, a partir de ella, lo que decidimos resulta contrario a lo primero que emerge del espíritu. De todas maneras, cuando uno tiene la obligación de conducir debe regirse por la convicción y por imperativos diferentes de los que le indica la pasión.
–¿En este caso, entonces, la pasión no va de la mano de los intereses?
–En este caso, el fenómeno de la reacción frente a una frustración suele pedir un culpable inmediato. Yo creo que el análisis racional, el que tiene que ver con la convicción y con imperativos de diversa naturaleza, obliga a actuar diferente. Hay una rara frontera que se debe cruzar...
–¿Pero el final de esta historia parece cantado?
–Yo espero que el final sea diferente del que aparentemente se canta.
–No lo dijimos nosotros. El propio técnico anunció que se avecinaban más derrotas.
–Está bien, pero después se corrigió... No seamos crueles con un tipo que está declarando en un momento particularmente sensible.
–De todos modos, el desenlace parece muy previsible.
–Bueno, pero déjeme ser optimista.
–¿En qué porcentaje? ¿Un diez o un veinte por ciento?
–No, no... yo creo firmemente que River tiene un muy buen equipo para salir a pelear la semifinal de la Copa Sudamericana.
Danza con nombres
La ratificación de Pellegrini hasta diciembre despertó una corriente de gestos de aprobación más allá de River. Previsible, por cierto, pero incómoda para la mayoría de los dirigentes que estuvieron el jueves por la tarde en el club Belgrano. “El noventa y cinco por ciento de la conducción no lo quiere. Es un técnico que ya no transmite nada. Además, entre los que felicitaron a José María por haber respaldado a Pellegrini, ninguno es hincha de River...”, confió uno de los asistentes al encuentro convocado con cierto sigilo para “que nadie interfiriera”.
Durante su transcurso, todos los directivos oficialistas escucharon con atención al presidente, pero también le hicieron muchas preguntas. El tema que siguió en importancia a la difícil situación del ingeniero fue abordado por Mario Israel, del cuestionado Consejo de Fútbol: la contratación en masa de futbolistas que no rindieron o no jugaron por lesiones la cantidad de partidos necesaria. Hubo autocrítica y los ataques se atenuaron.
En lo que no hubo coincidencias plenas es en la elección de un sucesor para Pellegrini. Al joven presidente lo entusiasma el retorno de Daniel Passarella, aunque existen tres dificultades tan distintas como complejas de resolver. La primera es económica y se relaciona con el contrato en dólares del técnico –que excede largamente el millón anual– en el Monterrey de México, equipo con el que salió campeón a mediados de año. La segunda atañe a una cuestión pasional: su coqueteo con Boca y con el ingeniero Mauricio Macri no ha sido perdonado por los hinchas. Y tercera: sobre el ex entrenador de la Selección Nacional pende un procesamiento por contrabando de un yate que sería ventilado en juicio oral.
Del Kaiser seduce su perfil pretoriano que le daría al plantel una disciplina más férrea afuera y adentro de la cancha, que hoy no tiene. Pero si aquellas razones son insalvables y se abren las puertas a otros candidatos de ocasión, la nómina orilla la media docena de técnicos. La dupla en gestación integrada por Hernán Díaz y Leonardo Astrada aceptaría gustosa a la menor insinuación y es la alternativa más próxima a Passarella en el ranking del doctor Aguilar. Detrás se ubica Reinaldo Merlo, aunque con una limitación de estilo que, en River, club de paladar negro si los hay, atentaría contra su vuelta. El entrenador que se consagró campeón con Racing tras una larga sequía ya trabajó en Núñez en la temporada 1989-90, mantuvo primero al equipo casi toda una rueda, pero se alejó tras perder las elecciones el candidato que lo había contratado, Osvaldo Di Carlo.
En Núñez hay quienes sueñan, acaso por una razón más sentimental que racional, con un cambio de postura de Enzo Francescoli. El último gran ídolo de River declinó siempre cualquier propuesta para trabajar como técnico, incluso como manager o una función que lo mantuviera ligado al fútbol. Sin embargo, su presencia junto al poco experimentado binomio de Hernán Díaz y Leo Astrada obraría como un bálsamo. “Si viniera Enzo, lo esperamos con los brazos abiertos”, comentó un dirigente oficialista. Por último, el hombre que más títulos ganó en la historia del club junto a Angel Labruna, el riojano Ramón Díaz, merece un párrafo aparte.
No lo quiere Aguilar ni tampoco muchos de los directivos que lo acompañan. Además de su proverbial estilo, tan petulante como efectista, la conducción computa su mala relación pasada con varios jugadores. “Se iban a quejar de él a la presidencia”, evoca hoy uno de sus hombres de confianza. El recuerdo viene a cuento del primer semestre del 2002, cuando River, con Ramón en el banco, se consagró campeón y, pese a ello, no consiguió disipar nunca las versiones de los encontronazos que tenía con algunos referentes del plantel.
Otros nombres (Alfio Basile, por ejemplo), el propio presidente se encargó de desalentarlos. Pero el paso previo para una sucesión que se precie de ordenada, como querría un malabarista dialéctico de las condiciones de Aguilar, es la renuncia de Pellegrini. “José María quiere que se vaya él...”, sostuvo otro dirigente que pidió evitar ser mencionado para no desautorizar la investidura del máximo dirigente. Por lo pronto, el chileno ni piensa en un gesto como ése. Desde su página en Internet, www.manuelpellegrini.com, argumentó la semana pasada: “... ganar ahora la Copa Sudamericana tiene una motivación extra, porque nos daría la posibilidad de jugar la Recopa justamente frente a Boca. Y esa revancha, por mí y por los jugadores, si se pudiera, la jugaríamos hoy día mismo, ahora, ya. Porque estamos seguros de que no existe esa diferencia que se vio en el Monumental y queremos demostrarlo cuanto antes”.
El ingeniero ni siquiera tendrá esa posibilidad de tomarse revancha en los consabidos clásicos veraniegos. Si no gana la Sudamericana –un objetivo demasiado complicado, a juzgar por el juego, estado físico y anímico que exhibe su equipo–, “se va solo”, anhelan los dirigentes que acompañaron la determinación de respaldarlo sin compartirla. ¿Y si la gana? “También se va”, repiten convencidas las mismas voces.