Lun 15.12.2003
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FúTBOL

Villa Crespo también celebra

Atlanta, el tradicional club del barrio que conserva su estirpe de Primera, ganó ayer el Apertura de la B Metropolitana, después de haberse salvado por milagro del descenso en el torneo anterior.

› Por Ariel Greco

Atlanta perdía 2-0 con Cambaceres y su destino parecía inexorablemente juzgado. En San Miguel, el equipo local derrotaba a Italiano, que jugaba con tres futbolistas menos, y condenaba al tradicional equipo de Villa Crespo a descender a la C por primera vez en su historia. Sin embargo, un gol en tiempo de descuento de Italiano le dio esperanzas. En la fecha siguiente, un triunfo propio sobre Tigre y un empate de San Miguel ante Ferro le otorgaron la chance de disputar la Promoción, donde no tuvo inconvenientes para superar a Argentino de Merlo y mantener la categoría.
Cinco meses más tarde de aquel milagro, Atlanta acaba de consumar otro. Con su triunfo de ayer 2-1 ante Español se adjudicó el Apertura de la B Metropolitana y se garantizó un lugar en la final por el ascenso a la B Nacional. Y lo curioso es que otra vez recibió una mano y festejó gracias a un tanto de Italiano, que esta vez derrotó como visitante 2-1 a Tristán Suárez, el único equipo que podía arruinarle la celebración.
“No existe en el mundo un equipo que se haya salvado del descenso en la última fecha y que en el campeonato siguiente se consagre campeón invicto”, asegura Luciana, estudiante de periodismo deportivo, pero en este caso su aporte llega en su rol de fanática. Razón no le falta. Desde aquella derrota con Cambaceres que pudo significar el abismo, el equipo de Salvador Pasini encadenó una racha de 23 partidos consecutivos sin perder, que desembocó en este título.
“Es el equipo.../ de Salvador...” Uno de los hits de la tarde retumba en Villa Crespo. Es que el entrenador se constituyó en uno de los protagonistas centrales de esta historia. Pasini es un típico personaje del ascenso. Temperamental, amante de la cámaras y de las frases picantes, el Tano es un técnico motivador, con una gran dosis de mística. Su imagen rezándole al árbitro para que cobrase una infracción o para que marcara el final de un partido se transformó ya en una postal de la categoría. Y su filosofía como entrenador se resume en una frase que lo pinta: “Un gran grupo humano se forma con un buen asado”.
Más allá de los métodos, su labor es incuestionable. Cuando se hizo cargo, hace quince meses, Atlanta estaba último en la tabla del promedio, a 18 puntos de su adversario más cercano. Con una campaña excepcional, que ya incluye 52 partidos, con apenas cuatro derrotas, Pasini consiguió primero la salvación y ahora el campeonato. Por eso, al consagrarse el mismo día en que Boca obtuvo la Copa Intercontinental, el técnico no dudó en trazar el paralelismo. “Yo tuve mi Libertadores cuando salvamos a Atlanta del descenso en el pasado campeonato. Para nosotros haber alcanzado este título es como ganar la Intercontinental”, señaló el entrenador en medio de la euforia.
Otro de los héroes de la tarde fue Jorge Ribolzi, el hijo del recordado volante de la década del ‘70, que surgió en Atlanta y luego triunfó en Boca. Es que Ribolzi junior anotó el primer gol del partido y, junto con Pasini junior –Mariano, el hijo de Salvador–, tiene la responsabilidad de conducir al equipo. “No te podés imaginar lo que jugaba el viejo de este pibe”, señala Roberto, que en tren de tirar nombres repasa la rica historia. “Yo acá vi jugar a Griguol, a Cano, a Artime... Y mi viejo lo vio a Pedernera.” No por nada, Atlanta jugó 44 años en Primera y, a pesar de que dejó esa categoría en 1984, todavía permanece decimocuarto en la tabla general del fútbol argentino.
Uno de los que más aplausos se lleva es el arquero Pablo Santillo, figura determinante a lo largo del torneo. Mirado con desconfianza desde un principio por su pasado con Chacarita –suplente de Navarro Montoya hasta el campeonato anterior–, Santillo apareció entre los titulares por la lesión de Barrera y se ganó todos los elogios por sus actuaciones. “Es tradición que tengamos buenos arqueros. Por acá pasaron Vacca, Gatti, Errea, todos unos fenómenos”, dice Leandro. Habrá que ver si lo puede seguir disfrutando, ya que Carlos Ischia lo quiere llevar a Liniers, lo mismo que a Cristian Pellerano, hermano del central que juega en Vélez, que a lo largo del certamen fue uno de los goleadores del equipo.
Con el tanto de Diego Vázquez y las noticias de la radio, el título ya no se escapa. En eso suena un petardo. “Uh, si estuviese Napoleón, qué julepe se pegaría.” La frase es de Juan Carlos, más conocido como Cacho, y con más de 60 años de hincha de Atlanta. Ante las miradas de asombro por sus dichos, aclara la situación, y la historia que cuenta bien vale la pena. Napoleón era un fox terrier adiestrado que pertenecía a Francisco Belón, tío de Cacho y socio del club. Entrenado para realizar piruetas con una pelota, el perro no tardó en transformarse en la mascota bohemia a fines de la década del ‘30. Acompañaba a los jugadores propios, ladraba a los rivales y hasta tuvo el honor de ser el primer animal en salir en la tapa de El Gráfico.
“En los corners, Napoleón corría con el jugador que lo iba a patear y después se volvía para el lado del área”, recuerda Cacho y se larga a relatar la anécdota que motivó su comentario del petardo. “Lo más asombroso sucedió en un partido con Talleres de Escalada. Cuando salían los equipos tiraron un cohete, nada que ver con éstos, y el perro se asustó. Por eso, lo metieron en el vestuario. Cuando terminó el primer tiempo, Atlanta perdía 5-1. En la segunda parte lo trajeron y entonces empatamos 5-5”, remarca Cacho. A partir de allí, Napoleón se transformó en un símbolo del club. Por eso, cuando murió, su dueño decidió embalsamarlo. Y su última aparición pública se dio hace diez días, cuando los hinchas se reunieron frente a la Legislatura porteña porque allí se sancionó la ley que le restituye a Atlanta su sede social.
Llega el pitazo del árbitro Toia y el festejo se desata definitivamente. La vuelta olímpica, el aterrizaje del avioncito –con pista embarrada, lo que le pone más emoción– y la ronda en el círculo son las últimas imágenes de una tarde inolvidable. Ya no llueve, el sol brilla a pleno. No se trata de una casualidad: es domingo a la tarde y, por eso, Atlanta festeja.

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