FúTBOL › EL PARTIDO ERA UN INFIERNO PARA EL ROJO HASTA QUE LLEGO EL GOL
Castagno lo sacó del fuego
Independiente superó a Estudiantes por 1 a 0 y extendió a 5 puntos la ventaja sobre River, que cayó con Banfield. El equipo de Gallego tuvo que transpirar mucho para superar, en una cancha anegada, a un rival que complicó primero con sus artimañas y después con un prolijo planteo táctico. El gol lo convirtió Aquino, en contra, tras un cabezazo de Castagno Suárez, la figura, a quince minutos del final. El árbitro Baldassi, que expulsó a Leo Ramos y a Guiñazú, fue muy cuestionado por los hinchas locales.
› Por Juan José Panno
En el libro diario de Independiente/Apertura 2002 quedará registrada en el domingo 20 de octubre la entrada de tres puntos importantísimos que surgieron como consecuencia de un gran esfuerzo y un poco de viento a favor en un partido chivo, durísimo que, del mismo modo que se ganó, se pudo haber perdido. En el debe se anotará que ese día hubo un profundo déficit de juego, que casi no hubo lujos, ni paredes ni chiches ni nada de eso y que, encima, se lesionó Serrizuela y fue expulsado Guiñazú. El largo festejo de los hinchas de Independiente a la finalización del partido tiene directa relación con todo lo que padecieron antes –y aun después– del cabezazo de Castagno Suárez que terminó en la red con la coproducción del palo y de Aquino, a los 29 minutos del segundo tiempo.
Independiente llegó hasta la punta de la tabla, como se sabe, caminando sobre las líneas de buen fútbol marcadas por la historia del club. Los encuentros de Montenegro, con Insua y Guiñazú y de cualquiera de los tres con Pusineri o Silvera, la idea de poner la pelota contra el piso desde la salida limpia con Federico Domínguez como primer eslabón de la cadena y variados recursos en la búsqueda del gol, convirtieron a este equipo en la principal atracción del campeonato. Cierta inconsistencia en el fondo, casi natural en cuadros que salen a buscar en cualquier cancha el arco rival, le dieron patente de equipo vulnerable, contrapesada con la sospecha de que los árbitros están dispuestos a darle una mano grande, tal como lo hicieron con Racing cuando salió campeón. Ayer, el cuadro de Gallego confirmó los antecedentes de la falta de solidez en el fondo, pero no tuvo ni potencia ni creatividad arriba y, lejos de recibir ayudita, fue perjudicado por el árbitro que echó mal a Guiñazú en un entrevero con Leo Ramos y que, antes de eso, se había ligado los insultos de la hinchada por dos supuestos penales: una mano de Ramos y una barrida a Guiñazú.
De cualquier manera, no sería bueno que Independiente se ampare en el árbitro para justificar su floja actuación. Ni Baldassi ni el pésimo estado de la cancha, que conspiraba contra el toque, ni la tendencia de Estudiantes a ensuciar el juego, constituyen explicaciones únicas. La verdad es que Independiente jugó mal por los factores mencionados y también porque Federico Domínguez e Insua se equivocaron mucho en los pases; porque Montenegro se desdibujó después de un buen comienzo; porque la pelota le llegaba muy sucia a Silvera, que se ganó algunos aplausos por colaborar en la defensa y no por su aporte ofensivo; porque Pusineri se anotó en algunos encuentros con Montenegro al comienzo y ya no pesó cuando debió retrasarse; porque tuvo una sola llegada clara, producto de una patriada de Milito y porque cayó en la telaraña rival. Los fastidiosos plateístas locales estuvieron ayer más exigentes que nunca y abrumaron con sus murmullos ante cada pase equivocado de Ríos y Domínguez, que encabezaron el ranking de fallas, contribuyendo a la confusión general.
Ganó Independiente porque el pibe Rivas acertó en un centro, porque Castagno Suárez, que fue uno de los que mejor anduvo, metió la cabeza y la pelota después de dar en Aquino se fue a la red. Y ganó porque Farías les pifió a todas las teclas y perdió un par de goles cantados, y porque a Estudiantes no le alcanzó con el planteo muy prolijo del segundo tiempo ni con la inteligencia de Pompei ni con la habilidad de Pavone, que desbordó muchas veces. Los platenses, que se plantaron con un líbero, un pequeño ejército de stoppers y una línea dispuesta a atacar sólo en situaciones muy favorables ensuciaron el juego en el primer tiempo, pero en el segundo no necesitaron de ninguna artimaña para jugar de igual a igual y hasta superar claramente a su adversario en algunos pasajes.
La celebración de Independiente por la difícil victoria se fue ampliando más tarde a medida que Banfield agujereaba a River y ayudaba a mirar con mucho optimismo el horizonte.
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