FúTBOL › QUIENES Y CUANTO GANAN LOS PROFESIONALES DEL REFERATO NACIONAL
Lo que vale un pito
Alguna vez los árbitros lo fueron por amor al fútbol, o poco menos. Hoy, necesariamente profesionalizados al máximo, están regidos por un estricto escalafón que incluye estrellas y proletarios.
Por Gustavo Veiga
El mundo del arbitraje hace tiempo que dejó de ser un ámbito ajeno a las ventajas y desventajas del profesionalismo futbolístico. Y no porque se le señalen virtudes o vicios atribuibles al deporte masivo; no es sólo por eso. Los referís internacionales reciben de paga en 90 minutos de juego lo que cobra en tres meses un simple empleado, la AFA aspira a reducir su planta de contratados donde varios centenares de jueces encontraron una atractiva salida laboral, la escuela que dirigía Juan Carlos Loustau se ha convertido en un lugar muy apetecible donde se dirimen ciertas internas y hasta hoy no se aventaron las sospechas de prácticas tramposas que desparramó Javier Castrilli cuando renunció a su destacada trayectoria como árbitro. Si hasta la década del ‘80 era un tema de debate el modo de ganarse el sustento entre estos hombres sometidos al escarnio de un telebeam o el comentario de un relator exaltado, hoy esa polémica ha perdido sentido. Para dirigir en cualquier categoría ya no resulta necesario mantener un conchabo en una empresa privada o en la administración pública. Esos símbolos de independencia y recato, que acaso sugerían la imagen de una actividad descontaminada, son algo del pasado. Entre los referís, al igual que como acontece con los jugadores, existe una elite que gana muy bien y disfruta de ciertos beneficios que la mayoría no verá nunca. El que sigue es un repaso actualizado de la justicia deportiva: hijos y entenados, probos y réprobos, personajes hechos a imagen y semejanza de un negocio que mueve millones de pesos, deben tomar decisiones en centésimas de segundos. Nadie en su sano juicio podría creer, entonces, que son ajenos a las presiones, tentaciones y debilidades que el multitudinario juego ofrece.
Con el crepúsculo del 2002 y las primeras luces del 2003, dos delicados asuntos comenzaron a ventilarse en la AFA en torno a la familia arbitral. El 31 de diciembre, Juan Carlos Loustau abandonó la dirección de la Escuela que depende de la asociación, quizá movilizado por un avanzado desgaste. La había pasado mal el año pasado, cuestionado como estaba hasta por los referís del Ascenso. Su relación con Jorge Romo, el titular del Colegio, tampoco era buena. Loustau quedó ahora como instructor para los cursos de la FIFA e integrante de la comisión arbitral de la Confederación Sudamericana. En su lugar fue designado el subdirector Carlos Coradina, aunque simultáneamente circularon los nombres de varios aspirantes al cargo: Juan Carlos Crespi no tuvo consenso entre los miembros del Comité Ejecutivo y Francisco Lamolina sería el hombre que quiere Julio Grondona. En el camino quedó un histórico como Arturo Ithurralde y se sumó a la Escuela un viejo amigo del presidente de la AFA, Abel Gnecco.
La sucesión en el organismo que se encarga de la formación de los referís poco tendría de conflictiva si se la compara con la situación de los casi quinientos jueces que dirigen desde el campeonato de Primera a las divisiones inferiores. La AFA extendió algunos contratos que finalizaban en diciembre último hasta septiembre de este año para unificar todos los vencimientos, pero en la Asociación de Arbitros (AAA) temen que ese acto, más que generoso haya sido deliberado. Permitiría –según una fuente consultada por Página/12– que “haya una limpieza ordenada que no ocurre desde el año ‘94, cuando echaron como a treinta árbitros”.
La posibilidad de despidos ya la había dejado entrever Grondona a principios de enero durante una entrevista que le formuló el periodista Fernando Niembro en Radio La Red. Un motivo de preocupación para quienes convirtieron al referato en la nada desdeñable alternativa para ganarse unos pesos. Por ejemplo, hay unos setenta jueces de línea afiliados al Sadra, el otro gremio que comparte la sindicalización con la AAA, que estarían en una situación más delicada que el resto. Poseen contratos fijos, a razón de 700 pesos por mes, pero casi nunca son designados para dirigir. La flexibilización en las relaciones laborales que significaron este tipo de convenios le permitiría a la AFA rescindirlos sin abonar laindemnización, que sí está obligada a pagarles por ley a casi un centenar de árbitros que mantienen relación de dependencia.
La plata, referí...
Un árbitro internacional tiene garantizados tres partidos por mes –los demás sólo dos– que, a razón de mil pesos cada uno, significan 3 mil pesos de sueldo sin descuentos. Y es que la AFA se hace cargo de abonarles a sus jueces contratados el 16 por ciento de aportes. El selecto grupo que dirige en el exterior partidos de torneos sudamericanos, como la Copa Libertadores o eliminatorias, hoy está integrado por ocho árbitros: Horacio Elizondo, Héctor Baldassi, Daniel Giménez, Claudio Martín, Gabriel Brazenas, Sergio Pezzotta, Fabián Madorrán y Oscar Sequeira. A dos jueces que dejaron de ser internacionales por razones de edad, Angel Sánchez y Roberto Ruscio, también se les continúa abonando con la misma escala. Si en el escalafón se baja un peldaño, quienes dirigen en Primera pero no salen al exterior –Gabriel Favale o Gustavo Bassi, por ejemplo– cobran 700 pesos por encuentro.
En las categorías del Ascenso, los valores son: B Nacional, 500 pesos por partido (600 en etapas definitorias); Primera B, 400 pesos; Primera C, 175 pesos y Primera D, 125 pesos. Estas sumas son sustancialmente menores para los árbitros bajo relación de dependencia que, como si estuvieran castigados por mantener una precaria estabilidad laboral, perciben en algunos casos hasta un 200 por ciento menos por igual tarea. Un par de ejemplos: en la B, si a los contratados se les abonan 400 pesos, a este grupo se le paga 225 pesos por partido. Con los jueces de línea sucede otro tanto y, además, los montos también son bajos con respecto a los que cobran los árbitros principales. Jorge Rattalino o Alberto Barrientos, dos de los mejores líneas internacionales, perciben 500 pesos cada vez que juegan.
La AFA también cuenta en su plantilla con árbitros para todo servicio. Un partido de divisiones inferiores se paga 58,60 pesos y uno de fútbol infantil, 47,11 pesos. Este último fijo es el que se estipula para el fútbol femenino y el futsal, dos disciplinas atendidas por los mismos dueños del espectáculo más convocante.
Si la diferencia de haberes es amplia entre los internacionales y quienes no lo son, crece aún más cuando se consideran los ingresos en divisas que perciben los primeros al momento de viajar hacia el exterior. Un partido cotiza a razón de 600 dólares, a lo que debe agregarse el viático diario de 100 en la misma divisa. Este dinero se cobra en el acto, ya que lo paga el club local de la recaudación o dinero de la TV. Se cuenta en los remodelados pasillos de la AFA que Angel Sánchez regresó de Japón y Corea con una suculenta suma en dólares que alcanzaría para comprar un pequeño departamento. Quienes lo antecedieron en el sueño más anhelado por un árbitro –asistir a un Mundial– no llegaron a tanto. Ni Loustau en Italia ‘90, Francisco Lamolina en Estados Unidos ‘94 y Javier Castrilli en Francia ‘98 recibieron tantos dólares en concepto de partidos dirigidos y viáticos. Una evolución que da la idea de cómo el arbitraje se convirtió en una atractiva salida laboral que ya no está ceñida a quienes se consideran futbolistas frustrados. Cualquier joven puede aspirar a desempeñarse en la estresante actividad con sólo anotarse en una de las tantas escuelas habilitadas por la AFA, la misma que después sujetará a esos árbitros ya adultos a las leyes de la oferta y la demanda.