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Lunes, 8 de noviembre de 2004

AUTOMOVILISMO Y MOTORES

Campeón anticipado

Omar Martínez, el principal candidato a ganar el título 2004 de Turismo Carretera, se consagró en La Plata, una carrera antes del término del torneo, poniéndole ilustre fin a una triste historia de cuatro subcampeonatos.

 Por Pablo Vignone

Hay una regla no escrita en el Turismo Carretera. Los campeonatos se definen en la última carrera.
Pero Omar Martínez tenía razones para, por una vez, pisar el césped.
El día siguiente al que Domingo Cavallo anunció el corralito, el entrerriano salió a la pista de Río Gallegos a definir el título cuando quedaban 25 puntos en juego y él acumulaba 15 de ventaja. Era imposible perderlo.
Pero lo perdió. Nunca se despejó, realmente, la duda sobre lo que pasó aquel día sureño.
La regla no escrita obligaba a Martínez a viajar, otra vez, a Río Gallegos, para asegurarse el título. El primero en diez años de campaña en el TC. El primero después de cuatro (¡cuatro!) subcampeonatos.
El Gurí no quiso correr riesgos. El TC le sirvió en bandeja el título y él prefirió no esquivar el convite.
Primero, se lo sirvió el Pato Silva. El que más cerca estaba en la tabla y, a la vez, el que más lejos sentía la cercanía del título. El chaqueño estaba obligado, por el reglamento, a ganar. Por eso se enredó en un incidente innecesario con Guillermo Ortelli en la serie, que terminó abandonando. “Fui un pelotudo, yo mismo arruiné mi carrera”, aceptó más tarde.
Después, Ortelli. El multicampeón precisaba arañar un puesto más en la pista para postergar tres semanas la definición, hasta llevarla al Sur, con todo lo que significaba: fue él quien le robó ese título imposible al Gurí tres años atrás. Pero en la pista, el Che-vrolet no pudo jamás con el kiosco móvil de Emanuel Moriatis. ¿Qué habría podido hacer entonces contra el entrerriano?
Martínez cargaba su propia cruz. No solamente la que supone ser el piloto más ganador del TC exceptuado Juan María Traverso sin haber conseguido, jamás, ganar el título. Sino la reciente, la de los cuatro subcampeonatos consecutivos entre 1999 y 2002, la de una eterna promesa, la de una frustración consuetudinaria.
“Fue una carrera dura, porque el auto comenzó a levantar mucha temperatura casi desde el principio –arranca el monólogo del Gurí–. Cuando hicimos con Norberto (Fontana) el curvón en la segunda vuelta, él levantó todos los papelitos que había en la pista. Esos papelitos se pegaron en la trompa de mi auto y la temperatura (del motor) se fue como a 210 grados. En un momento pensé que iba a abandonar, porque en Rafaela me había pasado algo parecido, pero después se estabilizó.”
En la punta ya se había escapado Norberto Fontana, sujeto al maleficio de los que ganan cuando alguien se consagra campeón: su triunfo pasa inadvertido. Y eso que el arrecifeño había decidido cambiar de motor entre la serie y la final.
“Cuando pasaron 10 vueltas sabía que iba a terminar –continuaba el Gurí-. Teníamos la presión de sumar puntos para definir el campeonato acá o para ir con mucha ventaja a Río Gallegos, pero confiaba porque contábamos con un gran auto, además, Dios y la doña (su madre Haydée, fallecida este año) quisieron que ganara el título en La Plata.”
Hacía cinco años que un Ford no ganaba un campeonato en TC, desde que Juan María Traverso conquistó su último cetro en 1999. Las franquicias reglamentarias que la marca recibió este año contribuyeron a un logro merecido. Especialmente después de 159 carreras, 20 triunfos, 20 poles, 58 triunfos en series y 43 podios.
“Este equipo se armó porque en un momento dado era la única posibilidad que tenía de seguir corriendo –reflexionó Martínez, recordando aquel episodio de Río Gallegos–. Si bien pudimos contratar un chasista y un motorista no estábamos en las mismas condiciones que otros años, por eso quizá uno lo viva de otra manera. Trabajamos como una familia para tener un gran auto y acá están los resultados.” Acaso esta conquista le haga sentir el relax que precisa para poner alguna luz adicional sobre aquel confuso momento sureño. El sábado empezó a animarse cuando afirmó: “Alberto Canapino no me da ninguna confianza”, con un estilo poco común. Canapino era el encargado de su equipo en aquella definición.
“Conseguimos el resultado que buscamos durante mucho tiempo, haciendo lo mismo que hice durante cada temporada –completó–. Creo que a este campeonato me lo merecía por todas las cosas que me ocurrieron, y se lo quiero dedicar a mi familia, a los integrantes del equipo y a la gente de Ford a la que hace tiempo le debía un título.”
Las cosas que le ocurrieron sólo el Gurí las sabe. Acaso los laureles mezclados con la miel le den a su voz la elocuencia que sería deseable.

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