LO QUE MAS SE PRECISA PARA SER CAMPEON DEL MUNDO
La lógica del negocio
El 2003 probó, en el más elevado nivel mundial, que en el deporte de alta competencia los éxitos son mérito casi exclusivo de una estrategia tanto técnica como financiera, cuyo costo es recuperado por el retorno marketinero de la necesaria inversión. Así triunfaron tanto la selección inglesa de rugby como la Ferrari de Fórmula 1.
Por Jean-Pierre Gallois
Desde Paris
El año 2003 demostró que el deporte de alta competición sólo se concibe, de ahora en más, en una lógica industrial, donde la victoria es el fruto de una estrategia técnica y financiera, cuyo costo, enorme, es justificado por la recuperación de las inversiones. Una evolución que seguirá existiendo en el 2004, con dos de los eventos más importantes, en términos de audiencia de televisión, es decir los Juegos Olímpicos de Atenas, y la Copa de Europa de Naciones de fútbol en Portugal.
Cuna del rugby, Inglaterra logró en el 2003 el Grand Slam en el Torneo de las Seis Naciones, y al mismo tiempo ganó la Copa Mundial la cual, desde su creación en 1987, no había salido del Hemisferio Sur. Un éxito total que resulta de un acercamiento extremadamente profesional con importantes medios puestos al servicio de una operación muy planificada alrededor de tres hombres, el entrenador Clive Woodward, el capitán Martin Johnson, y el gran “goleador” Jonny Wilkinson.
En el mismo momento en que las compensaciones de la victoria del Mundial están apenas en sus comienzos, las cifras de ingresos de la Unión inglesa de Rugby aumentó un 21 por ciento en 2002/2003 para sobrepasar los 100 millones de euros.
Esas cifras eluden el factor humano y sobre todo ciertos derrapes en el condicionamiento de los atletas, como, por ejemplo, la preparación paramilitar impuesta a los jugadores del XV sudafricano, obligados a reptar desnudos en la selva, o lanzarse desde un helicóptero en un lago helado o boxear, todos contra todos, con los ojos vendados.
La victoria de “Alinghi”, un barco con pabellón suizo, país rodeado de montañas, en la Copa América de vela, el más antiguo de los trofeos deportivos, el más prestigioso de la marina de vela, es mucho más característica de esa tendencia. Un magnate de la industria farmacéutica, Ernesto Bertarelli, hurgó en una docena de países para armar la mejor tripulación posible, sin fijarse ni en los gastos ni en la nacionalidad de los contratados.
Esto le permitió apropiarse de la Copa ante las narices de Nueva Zelanda, país de marinos, gracias en gran parte al skipper neozelandés, “Russell Coutts”. Como la prueba debe obligatoriamente organizarse en el mar, la próxima edición (prevista para 2007, pero las regaltas preliminares comienzan en 2004) no podía desarrollarse en Suiza. La ciudad española de Valencia ganó la posibilidad de organizar la próxima America’s Cup, con un enorme impacto económico a la vista de alrededor de 1500 millones de euros en esos cuatro años.
En Fórmula 1, la pista es propiedad exclusiva de los grandes constructores de automotores, que expulsaron a los antiguos “garagistas” desprovistos de los medios financieros y técnicos necesarios para aspirar a la victoria. Arquetipo del atleta profesional, el alemán Michael Schumacher sacó provecho de un sistema puesto en marcha por Ferrari y Fiat para convertirse en el piloto con más títulos de la F1. Con una sexta corona conseguida en el 2003, superó al legendario Juan Manuel Fangio, campeón del mundo en cinco oportunidades, en tiempos, es cierto, más románticos.
El ciclista estadounidense Lance Armstrong dirige igualmente su carrera como un hombre de negocios, con un único objetivo anual: el Tour de Francia. Lo logró nuevamente en 2003, uniéndose al club de los quíntuples vencedores de la “Grand Boucle”. Un nuevo triunfo en 2004 lo convertiría en el único plusmarquista de la prueba.
El fútbol desde hace años ingresó igualmente en la era industrial. Y ya no se esconde más: el millonario ruso Roman Abramovich se dio el lujo de comprar el club londinense de Chelsea y los inversores extranjeros (muchos del Golfo Pérsico) se atropellan para entrar en el capital de los equipos más cotizados del campeonato de Inglaterra, como Manchester United o Arsenal, e incluso de Leeds, casi en la quiebra. La transferencia al Real Madrid del futbolista británico David Beckham, el jugador más mediatizado del planeta, fue concebida como una operación de promoción publicitaria. Ultimo homenaje, involuntario, hecho al norteamericano Mark McCormack, pionero del marketing deportivo, fallecido a los 72 años.
Ultimo bastión del amateurismo en el deporte, el Comité Olímpico Internacional (COI) es, ahora, el gestionario de una importante multinacional. La red norteamericana de televisión NBC, que posee los derechos de TV de los Juegos Olímpicos para el mercado estadounidense hasta 2008, renovó el contrato hasta el 2012 a cambio de un cheque de 2000 millones de dólares.
Inquietos de conservar el deporte en su valor de marketing, y por ende de credibilidad, el mismo COI fue el que en los años ‘90 fue uno de los creadores del proyecto planetario de lucha contra el doping, que terminó en el 2003 con la adopción, todavía bastante informal, de un Código universal, el cual bajo la tutela de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) debería coordinar reglamentos y sanciones a nivel global.
Pero esta institución, sin fines de lucro, tiene dificultades para subsistir. Los gobiernos, que aparentemente deberían participar en su financiamiento a partes iguales con el COI, no pagan sus cuotas y por lo tanto sólo pudo contar con dos tercios de su presupuesto anual, sin embargo bien modesto (20 millones de dólares) ante la vista de los miles y miles de millones de dólares que se manejan el deporte de alto nivel.
Entre la necesidad de evitar que las luchas deportivas se conviertan en verdaderos enfrentamientos entre campeones de laboratorio y la necesidad de preservar la audiencia gracias a las hazañas atléticas espectaculares, la vía es muy pero muy estrecha.
El doble imperativo de un medioambiente médico cada vez más vigilado y de un nivel de actuaciones cada vez más elevadas agotó a más de uno. A los 32 años, el estadounidense Pete Sampras, ganador de 14 Grand Slam de tenis, anunció su retiro. La suiza Martina Hingis, ex número uno mundial entre las mujeres, hizo lo mismo, a los 22 años. Adiós a la competición igualmente para el triple saltador británico Jonathan Edwards (37 años) y la campeona olímpica de 400 metros, la australiana Cathy Freeman (30 años).
La excepción que confirma la regla, el nadador ruso Alexander Popov, efectuó, por su parte, a los 31 años, un regreso inesperado al más alto nivel, con tres medallas de oro (50 metros, 100 metros y el relevo 4x100 metros libre) en el campeonato del mundo. Una bella revalorización de su acción antes de Atenas.