¿Nace un campeón del mundo?
Se llama Mariano Natalio Carrera, tiene 23 años, ya es campeón argentino, latino e intercontinental de los medianos, y ayer a la madrugada se consagró en el templo de los puños, el Luna Park. Es el nuevo niño mimado del pugilismo nacional. Pero todavía le falta.
POR DANIEL GUIÑAZU
Después de la excitación de una gran noche de boxeo, en el Luna Park quedó flotando una pregunta: ¿Mariano Carrera puede ser campeón del mundo? Y varias respuestas: hay quienes dicen que sí, que después de haberle ganado por nocaut técnico a Héctor Velazco a los 36 segundos del 10º round, Carrera está en línea rumbo a la versión OMB del título de las 160 libras. Y es cierto: su triunfo de la madrugada del domingo lo depositará en uno de los primeros tres lugares del ranking de los medianos y eso le dará derecho a discutir la sucesión de Oscar de la Hoya cuando el Golden Boy se vaya a enfrentar el 18 de septiembre próximo en Las Vegas a Bernard Hopkins en pelea unificatoria. Como el ganador de ese combate será reconocido como supercampeón por la AMB, la FIB y la OMB, habrá lugar para una selección en la que podrían llegar a participar, antes de fin de año, Carrera y el ex campeón alemán Félix Sturm, aquel que le ganó a Velazco y que perdió con De la Hoya.
Pero aquella pregunta admite otra respuesta, más vinculada a lo posible que a lo concreto. Y es ahí donde resulta preciso recurrir a la prudencia. No porque a Carrera le falten condiciones sino porque éstas parecen estar verdes todavía para dar el gran salto que se le vaticina. Carrera (o “Adrenalina”, tal su fe de bautismo pugilístico) pega muy fuerte con las dos manos (de sus 21 victorias, 17 fueron antes del límite), tiene buenas piernas, y da la impresión de que guapeza no le falta. ¿Alcanza eso y nada más que eso para cimentar grandes aspiraciones internacionales? El propio interesado contesta: “Me falta mucho para llegar a un título. Así no puedo aspirar a nada. Tengo que estar no diez sino doce puntos si quiero ser campeón. No me queda otra que seguir entrenando”. Y no hay mucho más para continuar la discusión. A confesión de partes...
En todo caso, el arduo triunfo ante Velazco sirvió para saber dónde está parado Carrera porque fue su pelea más importante. Nunca había enfrentado a un ex campeón del mundo y era la primera vez que subía como fondista al ring del Luna Park, donde ya se había presentado otras tres veces. No lo achicaron a Carrera (72,500 kg) los 8 mil espectadores que rugían pidiendo emociones fuertes y eso le aprueba su carácter. Pero su boxeo tuvo altibajos. Manejó muy bien su izquierda en partida y en contragolpe, en gancho, cruzada y ascendente, movió sus piernas con agilidad, pero dejó hacer y dejó de hacer demasiado. Fue esa actividad espaciada y la tendencia a pelear en retroceso lo que terminó insuflándole vida a las chances de Velazco (72,150 kg), que ya en el tercer round tenía una severa inflamación debajo de su ojo derecho, y que se cansó de perseguir a su rival como lo hizo ante Sturm, en línea recta y sin cerrarle nunca el paso por los costados.
Sin embargo, no fue Velazco el rival más enconado que tuvo Carrera en Corrientes y Bouchard: fueron sus dos protectores bucales. Ocho veces se le cayeron, voluntaria o involuntariamente, tres de ellas sólo en el cuarto round. Y le costaron tres puntos de descuento y reiterados apercibimientos del árbitro Luis Guzmán, que bien pudo haber dispuesto su descalificación, harto de tantas interrupciones. Esas unidades que le fueron quitando a Carrera mantuvieron vivo a Velazco y eran el anticipo de una decisión controversial que se recortaba en el final de una pelea caliente, cargada de provocaciones: la mayoría lo reconocía a Velazco al frente de las tarjetas, a pesar de que Carrera, aun exagerando su planteo contraofensivo y retrocediendo más de la cuenta, colocaba los mejores impactos.
Debió llegar el 9º round para que Carrera empezara a poner las cosas en su sitio: le clavó a Velazco un perfecto uppercut de izquierda y el “Artillero” de Villa Gesell se fue a la lona conmocionado. Impulsado por su orgullo y nada más, sangrando de la nariz, se levantó listo para que Carrera lo terminase. Pero el tañido de la campana le dio un minuto para salvarse. Fue inútil que el rincón hubiera consumido esos 60 segundos tratando de reanimarlo. De aquel peleador guapo y tenaz de los primeros asaltos ya no quedaba nada. Y Carrera se percató de ello. Desató su ofensiva final sobre las cuerdas que dan a la avenida Madero, le levantó la cabeza a Velazco con una sucesión de izquierdas en uppercut y lo obligó a Guzmán a decretar el nocaut técnico cuando hacía 36 segundos que la pelea se había transformado en desigual.
En el mismo momento en que Carrera alzaba los brazos en señal de victoria, y el Luna era un volcán en ovación, muchos empezaron a ver en él un campeón mundial en camino. Todavía falta. Su potencia y su juventud le permitieron resolver una pelea enrevesada. Pero no siempre será así. El boxeo argentino ha comprobado con derrotas que la historia suele ser distinta a la hora de las grandes decisiones. Carrera (y su entrenador Carlos Tello) lo saben. Eso es lo mejor de todo.