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Lunes, 23 de septiembre de 2002

TENEBROSO PASEO POR LA ZONA OSCURA DE LA PELOTA

Las miserias cotidianas del gran fútbol argentino

Directivos convertidos en empresarios que lucran con las inferiores, entrenadores que operan desde las sombras para despojar del trabajo a un colega, periodistas que exigen resultados con más énfasis que los propios hinchas, fanáticos que convirtieron el aliento en una mercancía.

 Por Gustavo Veiga

Hay quienes creen que los vicios se definen por un prisma religioso o moralista. No es cierto. Son actitudes derivadas del contexto social en que se desarrollan, como ocurre en la Argentina actual. La venalidad o la obscenidad de algunos –que se entronizaron durante el decenio menemista con y sin anestesia– hoy se tornan insoportables, rebelan a cualquier espíritu sensible. Estas miserias tan propias de ciertos personajes no son ajenas al fútbol. De esas miserias se ha contaminado la actividad, por obra y gracia de todos los actores que intervienen o inciden en ella. Dirigentes, jueces, policías, jugadores, técnicos, intermediarios, barrabravas y hasta periodistas que observan impávidos el circo montado a su alrededor. Una lista de episodios más o menos reciente, más o menos difundida, lo corrobora. El auge de los directivos convertidos en empresarios que lucran con los pibes de las divisiones inferiores, los jefes policiales quejosos porque les arrojan los muertos en su jurisdicción, los entrenadores que operan desde las sombras para despojar del trabajo a un colega, y los hinchas que convirtieron el aliento en aguante primero y en mercancía después, son algunos ejemplos. La nómina es larga, tiene nombres y apellidos, unas cuantas certezas y recrea un panorama desolador. Como el del país, ni más ni menos.
Hace un tiempo imposible de precisar, varios dirigentes institucionalizaron una práctica que estaba reservada a ciertos empresarios. Se percataron del filón y se pusieron a representar, intermediar, comprar o vender jugadores. Poco les importó si cumplían funciones en la secretaría de un club o si tenían el fútbol amateur a cargo. Tampoco tuvieron el prurito de pensar si se valían de su pasado reciente como directivos para introducirse en el negocio.
Hay muestras de sobra. Y se extienden allí donde se materializan dos situaciones: una entidad por lo general importante y un semillero generoso en producir futbolistas de innegables condiciones. River –sobre todo– y Boca, también, se convirtieron durante los años ‘90 en factorías frecuentadas por hombres de escrúpulos relajados. En las divisiones menores donde se formaron Ariel Ortega, Marcelo Gallardo, Pablo Aimar y Javier Saviola, entre otros, César Traversone, un ex vocal de la comisión directiva de una influencia notable en los tiempos que gobernaban Alfredo Davicce y David Pintado, fijó los cimientos de una actividad muy rentable. Hoy cosecha lo que sembró. Y se dedica a representar decenas de juveniles. Los responsables del fútbol amateur de River sostienen que controla, con especial predilección, a chicos de octava y novena división. Y lo haría a través de personeros como un ex integrante de la comisión fiscalizadora, llamado José Dahbar.
Traversone no es el único que está en el negocio a sabiendas de los contactos que estableció mientras integró la comisión directiva. Néstor Sívori, el hijo de Enrique Omar, aquel que brillara en River y en la Juventus de Italia, también fue vocal de la comisión directiva y se inclinó por este rubro todavía sin número en los avisos clasificados. Su piedra preciosa es Fernando Cavenaghi, a quien patrocina y de cuyo pase tendría un porcentaje. Sus actividades, que nadie cuestiona por lícitas, pero sí por inoportunas en términos políticos –vaya preocupación–, inquietan a la cúpula riverplatense.
En Núñez se cuenta que hasta el propio Alfredo Davicce averiguó hace unos meses los requisitos para inscribirse como agente de jugadores. Tal vez porque, entre otras cosas, extraña los elogios de un periodista amanuense, cuyo apodo responde al nombre de un primate y que solía atajarlo así por los pasillos del estadio Monumental: “Alfred, ¿hacemos una nota?”. Todo indica que las tribulaciones del ex presidente no son de índole económica sino por falta de protagonismo. Cada mes pasa a cobrar por la sucursal del Banco Ciudad ubicada en el barrio de Núñez su jubilación de privilegio de 4049 pesos, obtenida en abril de 1976, apenas un mes después del golpe militar. La veta de las divisiones inferiores también fue descubierta en Boca a finales de la década del ‘80. Los precursores habrían sido dos ex dirigentes, el fallecido Irineo Duarte y Mario Malara, quienes se desempeñaron durante la gestión de Antonio Alegre. Un ex compañero de ambos en la comisión directiva aún recuerda cómo “colocaban jugadores de las divisiones inferiores en el interior, desde una oficina ubicada en Avenida de Mayo al 700”. Pero ha sido durante los dos gobiernos consecutivos de Mauricio Macri (1995-2002) cuando más se extendió este tipo de prácticas. Que incluso llegaron a contar con respaldo institucional. Lucio Bernasconi, un ex vocal de la conducción xeneize y ex responsable del semillero, creó la empresa ACE, que tuvo asignada una partida de 180 mil pesos en el último presupuesto del club. Hoy es uno de los intermediarios/representantes más consolidados en el mercado del fútbol amateur.
El 19 de junio de 1996, ante un auditorio de socios e hinchas de Atlanta, el economista Miguel Angel Broda –simpatizante y, por entonces, el verdadero poder dentro del club– confesó que se había pasado de listo con Jorge Bernardo Griffa –el experimentado entrenador de las divisiones menores boquenses–, en el momento que éste debía elegir a juveniles de la entidad de Villa Crespo como parte de pago por el arquero Martín Herrera (hoy en el fútbol español). “Hicimos dos partidos, me pasé de vivo y a los dos mejores los saqué”, afirmó. Pero el gurú de la city fue aún más lejos en su confesión. Agregó que Boca era “un antro de corrupción”, aunque se encargó de aclarar que a Mauricio Macri lo pasaban “por arriba...”. Hay grabaciones tomadas a Broda que así lo certifican.
Siga, siga
Julio Grondona llamó por teléfono, momentos antes de viajar a Suiza para asistir al congreso de la FIFA que se realizará entre hoy y mañana, a Mario Gallina, el responsable de la seguridad deportiva bonaerense. El presidente de la AFA le pidió que tuviera contemplación con los clubes de su jurisdicción, le dejó un número para que se comunicara ante cualquier contingencia y, en el tramo más jugoso de su mensaje, le confió al ex árbitro y comisario: “Estoy rodeado de inútiles”. Sólo le faltó rezar una plegaria para que no se produjeran incidentes.
Podría suponerse que, cuando el viernes se conoció el fallo de la Sala 1ª de la Cámara Penal de Apelación y Garantías de Lomas de Zamora que restableció la suspensión del estadio de Independiente, Gallina cometió una defección porque el clásico con River se jugó, pese a todo, en Avellaneda. Su empeño en cumplir la ley, por más trivial que parezcan ciertas prohibiciones –la de ingresar banderas de un determinado tamaño es un ejemplo–, recibió un duro golpe con la postergación de la medida. Quizá, hasta que se juegue Independiente-Arsenal, un duelo más propicio entre vecinos en un par de fechas.
Estos chisporroteos entre Grondona, Gallina y los dirigentes inútiles son un juego de niños si se los compara con las internas entre policías federales y bonaerenses. A propósito de los recorridos que se les fijan a las barras bravas –van a la cancha con custodia policial–, durante la última reunión del Consejo de Seguridad hubo una discusión muy fuerte entre las dos fuerzas.
El representante de la Federal, un subcomisario de apellido Perrone, pasó la factura de que la Bonaerense pretende “tirar los muertos” en su jurisdicción, la Capital. A esta imputación la acompañó con la descripción de los desmanes que realizan muchas hinchadas –de clubes con sede en la provincia– cuando ingresan a la avenida General Paz.
Por eso prosperó la idea de prohibirles el tránsito a las barras por aquella vía, siempre y cuando sus equipos provengan desde el Gran Buenos Aires. Una discriminación injustificable que surge de lo engorroso que es para la policía ocuparse de la violencia en el fútbol, a pesar de querepresenta para ambas fuerzas en conjunto, un ingreso anual de 7 millones de pesos, según datos difundidos hace un tiempo.
Los dirigentes pretenden abaratar el costo de los operativos –se reunieron el 21 de agosto con la cúpula de la Federal para pedir una rebaja por los efectivos que pagan–, pero no pueden desligarse de la policía así nomás. Si, por ejemplo, ésta no custodiara el interior de los estadios y la seguridad se delegara en empresas privadas, los clubes quedarían aún más indefensos ante las demandas penales y civiles que acontecieran. Y nadie quiere ni analizar esta posibilidad. Tampoco fueron demasiados los directivos que se atrevieron a denunciar los operativos “inflados” en sede judicial. Por miedo, conveniencia o por lo que fuere.
La ley de la selva
Rubén Insua tiró la primera piedra. Sin nombrarlo, sugirió que Héctor Veira y un grupo de fieles intentaban desplazarlo de su puesto cuando San Lorenzo no levantaba la puntería en el campeonato. Los últimos resultados desvanecieron esa conjetura del técnico pero, en su lugar, tomó la posta Oscar Tabárez. Tras la eliminación de Boca en la Copa Sudamericana, el Maestro comenzó a ver fantasmas que se acrecentaron ayer tras la derrota con Racing. En fin, en los clubes grandes hasta ahora no hubo cambios –si no se cuenta el alejamiento de Reinaldo Merlo de Racing, dos días antes que comenzara el torneo Apertura-, pero sí mudaron de técnico, en apenas ocho fechas, Lanús, Huracán, Talleres, Colón y Estudiantes. Oscar Craviotto, con el record de dos años y un mes en sus alforjas, debió hacer sus petates y dejarle el cargo a otro hombre de la casa, Oscar Malbernat.
Si los técnicos no cultivan la solidaridad entre pares, ese valor en declive en un fútbol cada vez más afecto al canibalismo no es por su exclusiva culpa. El exitismo que acompaña cada uno de sus aciertos o errores los ubica en una posición vulnerable, a menudo exacerbada por los periodistas que exigen más resultados que los propios hinchas.
Ocurrió con Marcelo Bielsa tras el Mundial de Corea y Japón, cuando su cabeza fue pedida en bandeja por varios colegas de Torneos y Competencias. Quien escribe estas líneas respaldó su ciclo en cuanto a lo que entregó de propuesta y juego, antes y durante el Mundial, y más allá de algunas decisiones cuestionables. Las diferencias con el conductor de la Selección son de otro tipo. Se vinculan más con el perfil cuasi científico que le atribuye al fútbol, con el desmesurado misterio que guía cada una de sus actitudes, con su discutible –aunque legítimo– modo de comunicarse.
Bielsa está convencido de que nada debe cambiar. Ni siquiera resignó a uno solo de sus colaboradores –está bien que así sea–, a tal punto que les sugirió a los integrantes de la comisión de Selección que no quería al doctor Raúl Madero en su equipo.
No lo impugnó por una cuestión profesional, pero sí porque jamás había compartido con él un vestuario. Se salió con la suya y, además de sobrevivir a José Pekerman, contribuyó a que el médico no pudiera imponer su proyecto de unificar el departamento que tenía a su cargo en la AFA con el de selecciones nacionales. “No era funcional y lo hubiera colocado a Madero en la punta de la pirámide”, justificó un dirigente muy afín a Julio Grondona, quien por estas horas se dedica a otros menesteres.
El Comité de Finanzas de la FIFA que él preside acaba de otorgarle a Afganistán unos 40 mil dólares para que su seleccionado pueda volver a jugar en el plano internacional. Mucho menos de lo que lleva prestado durante el último ejercicio en el fútbol local, donde deberá hacer malabares para que le cierren las cuentas del próximo balance.

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Julio Grondona se siente rodeado de “inútiles”.
 
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