Lunes, 27 de diciembre de 2010 | Hoy
LE PUSO SU SELLO AGRIDULCE AL MUNDIAL DE SUDáFRICA
Un año inolvidable
Por Juan José Panno
En el balance de cada año deportivo de Diego Armando Maradona quedan marcas muy fuertes. El año de su aparición en Primera; el año en que obtuvo el Mundial juvenil; el año en el que ganó prácticamente solo el Mundial de México; el año en el que le cortaron las piernas; el año en que casi se muere, y así todo. Hay años de debuts y despedidas, de muchos éxitos y pocos fracasos, de fortalecimiento de amistades y recrudecimiento de peleas, de ilusiones y frustraciones, vividos siempre con profunda intensidad.
El 2010 llevará para siempre la marca del Mundial de Sudáfrica. Será, para algunos, el año en el que Argentina consiguió –gracias a él– un meritorio quinto puesto en el campeonato; y será, para otros, el año en el que se pinchó muy feo el globo de las ilusiones, porque justamente él no supo conducir a un grupo de extraordinarios jugadores que tenían potencial de campeones.
Los cinco partidos que disputó la Argentina en el Mundial reaparecen nítidos en el repaso de la actuación en la Copa del Mundo, y en cada uno de ellos surge (para bien o para mal) la firma de Maradona. Había amenazado con un equipo defensivo y sorprendió con una formación agresiva en el debut; apagó las críticas con triunfos encadenados frente a rivales inferiores en la fase de clasificación; emocionó cuando lo hizo entrar a Palermo y el jugador de Boca le respondió con un gol; y sorprendió más aún cuando no tomó nota de los problemas que había mostrado la formación que presentó contra México y la repitió ante Alemania.
El gol madrugador de Müller y un poco de mala suerte se unieron a los problemas propios del equipo para que la categórica derrota ante los germanos hiciera asomar por todos lados la palabra “fracaso”. No suena fuera de lugar si se limita al análisis a esos fatídicos 90 minutos, pero resulta ilógico en el contexto del campeonato y de la realidad del fútbol argentino.
Como producto de su inexperiencia, de su veloz aprendizaje sobre la marcha como entrenador, Maradona cometió errores importantes. No supo manejar la relación con Riquelme; se encaprichó con algunos jugadores como Otamendi, haciéndolo jugar en una posición en la que no se sentía cómodo; le dio excesiva responsabilidad a Mascherano; no sostuvo a Verón; demoró demasiado algunos cambios que a simple vista parecían imprescindibles. Pero nadie garantiza que la Selección Argentina pudo haber alcanzado otra ubicación en el campeonato con un entrenador que no hubiera cometido esas fallas.
Diego apostó demasiado a su carisma, a sus infladores psicológicos, al buen clima que en ciertos momentos había conseguido crear en el equipo, y no escuchó a quienes le marcaban puntuales defectos técnicos que el equipo iba mostrando.
Cuando Julio Grondona le dio la bendición en el vestuario luego de la caída contra los alemanes, no imaginó que el final de su mandato como entrenador de la Selección estaba próximo. Su desvinculación dio lugar a una serie increíble de despropósitos. El pope de la AFA le propuso la renovación del contrato, dejando afuera a sus colaboradores y sabiendo cuál era la respuesta; Maradona hizo lo que consideraba coherente; los jugadores se quedaron callados (acaso con la única excepción de Tevez); Bilardo se abrió de piernas, Maradona prendió el ventilador, Batista se ofreció como continuador; llegaron terribles cruces dialécticos; Diego fue a pedir el aval de Néstor Kirchner y terminó reclamando su regreso a la dirección técnica, con colaboradores o sin ellos.
Todo terminó mal. Como en el Mundial.
Maradona se merecía una segunda oportunidad, pero no de esta manera. Los hinchas argentinos tampoco se merecían tanto desatino.
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