Lun 28.04.2003
libero

LOS MUERTOS DE LA EMBOSCADA EN LA RUTA 9 PONEN DE MANIFIESTO UNA VEZ MAS EL SINIESTRO ENTRAMADO

Barrabravas: pasión, muerte y política

Los asesinos de Pucheta y Ponce –hinchas de Newell’s ultimados en el peaje de Lima por Los Borrachos del Tablón riverplatenses– pueden llegar a conocerse (o no) en estos días. Pero no es, de últimas, la cuestión. Lo que sí se ha puesto una vez más de manifiesto es la atroz mezcla de ingredientes: seudo pasión, muerte e intereses políticos. Un cóctel molotov.

› Por Gustavo Veiga

La vieja forma de hacer política en la Argentina explica los hechos que a continuación se narran. Hechos que han quedado expuestos a la intemperie porque la Argentina atraviesa tiempos electorales. La muerte desatada sobre un tramo de la Ruta 9 por la barra brava de River hace una semana tendría más ribetes políticos que policiales. Los Patovicas, el grupo que lidera a Los Borrachos del Tablón, estrecharon filas detrás de la candidatura de Carlos Menem. No son los únicos. La Doce, hoy un tanto opacada por sus pares de Núñez en el ranking de desolación y barbarie que siembran las patotas del fútbol, también peregrinó a La Rioja en plena campaña. Mientras continúa la polémica sobre si los asesinatos de dos hinchas de Newell’s fueron planificados o no, la SIDE, que infiltró a las barras hace tiempo, usa estos episodios como pantalla y las dos policías más poderosas del país, la Federal y la Bonaerense, dirimen sus internas negándose información vital.
No queda claro por qué los micros que llevaban a la pesada riverplatense hacia Rosario el domingo 20 partieron de Vicente López y no desde el estadio Monumental. Tampoco el motivo por el cual la Dirección de reuniones públicas y seguridad en el deporte de la Federal jamás respondió a una docena de llamados efectuados por la policía que depende de Juan Pablo Cafiero para conocer el itinerario de Los Borrachos del Tablón. Mientras tanto, las dos barras mejor organizadas y más numerosas del país continúan haciendo de las suyas en sus respectivos clubes. En River, los integrantes más notorios son socios, modelan sus músculos en el gimnasio y siembran temor a su paso. En Boca, un dirigente que mantiene relaciones políticas y comerciales con Alberto Pierri, el postulante a la gobernación de Buenos Aires por el menemismo, se permite advertirles a los abogados de trabajadores en conflicto que la Doce podría brindarle algunos servicios. Ante este río que se salió de cauce, dentro de las fuerzas de seguridad hay una corriente que empieza a ganar adeptos. Se trata de quienes sostienen la teoría de los crímenes ecológicos. “¡Que se maten entre ellos!”, argumentan. Y cuando el periodista inquiere por qué, responden: “Así se limpia el medio ambiente”.
El martes último, un ex directivo de River que denunció en más de una oportunidad la impunidad de la barra brava, sugirió: “Hay que ver la causa de Christian Rousoulis y comprobar cómo están ahí los nombres de los que ahora manejan la hinchada”. Se refería a la causa Nº 49.488 que pasó por la Justicia de Lomas de Zamora y donde se investigaron los delitos de asociación ilícita, resistencia a la autoridad, daños reiterados y homicidio. El expediente data del 22 de diciembre de 1996 y lleva el nombre de un hincha de Independiente asesinado por Los Borrachos del Tablón en Avellaneda. Desde aquella fecha, la barra cambió de referentes pero no de modus operandi. Ya no la comandan Luis Pereyra (Luisito) ni Edgar Daniel Butassi (El Diariero). Tampoco Alejandro Flores, alias El Zapatero, que oficiaba en los comicios riverplatenses como chofer de Mariano Mera, hijo de Julio Mera Figueroa, el fallecido ex ministro del Interior de Carlos Menem. El mismo individuo que se desempeñó como personal de seguridad de Hugo Santilli, cuando el ex presidente de River lanzó su última candidatura fallida en Costa Salguero. Incluso ha perdido influencia un personaje que responde al mote de El Mono, ex tesorero de la barra y quien por esas curiosidades de la política respondería a un alto dirigente de Boca dentro del PJ.
Ahora gobiernan Los Patovicas, a quienes también solían llamarlos Los Yogures a mediados de los años ‘90. Alan y Adrián, dos de ellos, lucen cuerpos trabajados, no sufren contratiempos económicos, se trasladan en combis y camionetas 4x4 y se comunican a través de handies. Su logística hasta les permite derivar los heridos en enfrentamientos con otras hinchadas –así habría ocurrido en la batalla contra los de Newell’s en la localidad de Lima– a hospitales alejados de donde sucedieron. “Tenés que pagar para que canten a tu favor”, afirmó el ex dirigente que solicitó lareserva de su nombre. No obstante, quienes hoy administran la institución están preocupados porque los muertos de la Ruta 9 ensombrecieron en parte la buena campaña del equipo en el campeonato Clausura y la Copa Libertadores. Y además, como si esto fuera poco, reapareció en los medios Juan Carlos Todaro, un personaje que hace años frecuentaba a la barra y que luego resultó expulsado del club por los dirigentes, a quienes denunció el 22 de mayo de 1998 ante la jueza federal María Servini de Cubría. Ex empleado del Ministerio del Interior, taxista y cultor de artes marciales, Todaro parece haber retornado para abrir la boca. Una conducta que se repite. “Hay gente de la barra brava que tiene cargos en el gobierno”, deslizó cuando Carlos Menem estaba al frente del Poder Ejecutivo.
Uno de los asesinos de Carlos Pucheta y Carlos Ponce, los dos hinchas de Newell’s, estaría identificado. Si fuera así, resultaría gratificante y también extraño. Porque un combate como el que aconteció en el peaje de la localidad de Lima suele desarrollarse sobre escenarios amplios y volátiles, donde las pruebas se esfuman en un santiamén. A menudo los arsenales se nutren de armas blancas que dejan menos rastros que las de fuego (casquillos, restos de pólvora...) o de picos de botella como el que se utilizó para matar a Pucheta. El asesinato de Daniel Hernán García ocurrido en Paysandú, Uruguay, el 11 de julio de 1995, quedó impune, entre otras razones de peso, porque se utilizaron elementos similares -cuchillos, tijeras y botellas rotas– en un ataque premeditado de la barra brava de Deportivo Morón hacia otros hinchas argentinos tras un partido que disputaron la Selección Nacional y Chile por la Copa América de ese año.
Si en River los violentos transitan a sus anchas se debe en buena medida a las concesiones que sus diferentes comisiones directivas realizaron con inusitada regularidad. Basta recordar la orden interna Nº 35 del 15 de septiembre de 1992 mediante la cual la Jefatura de Vigilancia del club le otorgó el número de identificación 128 a Sandokán para que pudiera caminar como un socio más por los pasillos del Monumental. Por entonces era el jefe de la barra brava que, apenas cuatro meses y medio antes, había atacado en Mar Chiquita a Daniel Passarella con una navaja que le cortó el lóbulo de su oreja izquierda.
“Hice todo menos transar, pero no descarto transar”, le dijo José María Aguilar, el presidente de River, a Página/12 un puñado de meses después de acceder al gobierno. De esa manera respondió a una pregunta que hoy debería repetírsele: “Desde que llegó a la presidencia, ¿hizo todo lo que debiera hacer un dirigente para luchar contra el problema?”.
Que la Doce se llamara a sosiego hace un tiempo no quiere decir que haya perdido su influencia ni poder de maniobra, sobre todo del club hacia afuera. Cuando se consulta a dirigentes oficialistas y opositores por igual, coinciden en que ciertos personajes se mueven con comodidad, aunque en la actualidad no causan mayores contratiempos. “Varios son socios, no me los he cruzado en la cancha, pero sí cerca de la zona de Casa Amarilla. Pienso que, cuando zafaron de los últimos procesos, habrán vuelto a pagar sus cuotas”, sostiene Roberto Digón, vicepresidente 3º de la institución y enfrentado a Mauricio Macri y al binomio bendecido por el ingeniero para sucederlo al frente de Boca: Orlando Salvestrini y Pedro Pompilio. Desde la otra vereda, Pablo Abbatángelo (h), de la agrupación La Bombonera, afirma: “Las sospechas que existen serían ciertas. La barra se sigue moviendo como Pancho por su casa. La última vez que se intentó expulsar a los hinchas que eran socios y habían ocasionado serios problemas, ellos renunciaron antes y no se llegó a discutir el tema que figuraba en el orden del día. Eso sí, se mocionó para que no se asociaran nuevamente”. Abbatángelo alude al ataque perpetrado contra hinchas de Chacarita en la cancha de Boca el 3 de marzo de 1999, que originó un pedido para tratar laexpulsión de un grupo de barrabravas con carnet. José Barritta, el emblemático líder ya fallecido, tenía desde mucho antes que esos hechos el número de socio 7923.
En el Comité Nacional de Seguridad Deportiva sospechan que esta clase de personajes continúa gozando de algunas prebendas. “Uno de los hermanos Dizeo recibiría las entradas que después venden afuera”, aseguró una fuente de ese organismo que depende del ministro Juan José Alvarez. Sea como fuere, la Doce se puso a disposición del menemismo en la reciente campaña electoral, como ya lo había hecho en el pasado. La versatilidad de sus jefes les permitió apoyar a candidatos como los peronistas Antonio Cafiero y Erman González, radicales como Enrique Nosiglia y Carlos Bello, y al ex carapintada Aldo Rico, hoy alineado con Adolfo Rodríguez Saá.
Producto de una curiosa coincidencia, en Boca no sólo la barra brava profesa su adhesión política al mejor postor. Alberto Pierri, el postulante a la gobernación de Buenos Aires menemista, mantiene una relación histórica con dos dirigentes xeneizes: Enrique Horacio Picado y su hermano Rodolfo, protesorero y presidente de la asamblea de representantes, respectivamente. Ambos son profesionales de las ciencias económicas y trabajan en el estudio Picado, Levy, De Angelis y asociados. Hasta aquí no habría nada de cuestionable, a no ser por una bravata que dejó al desnudo un comportamiento semejante al de las peores prácticas de la burocracia sindical.
Resulta que los Picado intervienen en el conflicto de la fábrica Zanon, recuperada por sus trabajadores en Neuquén, en calidad de síndicos. Cuando viajaron a esa provincia para reunirse con los representantes y letrados de los ceramistas, no fueron bienvenidos y esperaron el momento adecuado para tomarse revancha. Durante la devolución de una visita a Buenos Aires, y en el marco de un espinoso encuentro entre las partes, Enrique Horacio Picado intentó amedrentar a sus interlocutores con un recurso desusado para una instancia de negociación como ésa. “Les vamos a dar la misma bienvenida que nos hicieron en Neuquén, pero con la Doce”, se exaltó. La persona a quien iban dirigidas estas palabras no reaccionó de inmediato, pero alcanzó a comprender lo que tomó como una amenaza. Hincha de fútbol como la mayoría de los habitantes de esta tierra, ya había comprobado cómo un sector de la barra del club Cipolletti había pasado de las advertencias a los hechos en el conflicto de Zanon.
El protesorero Picado es superintendente de las AFJP y trabajó como secretario administrativo de la Cámara de Diputados cuando la presidió Pierri. En Boca consideran que si dijo lo que se le atribuye en aquella reunión fue porque habría querido traficar influencias. Las mismas que su superior jerárquico en el Congreso de los años ‘90 tenía sobre las patotas del Mercado Central que agredían a periodistas. Un estilo de hacer política que encuentra a las barras bravas en un sitio destacado cuando se trata de repartir palos, balazos y cuchilladas.

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