Por André Loffredo*

Se engaña quien crea que los hinchas brasileños consideran este Brasil-Argentina del miércoles como la gran batalla que cambiará el rumbo de la civilización occidental. A pesar de jugar contra su mayor rival, y pudiendo la victoria significar el liderazgo en las Eliminatorias para la selección de Brasil, el partido todavía conserva el mismo efecto de la altamente recomendada superproducción cinematográfica Troya, con Brad Pitt: genera poco entusiasmo.
Hay que admitirlo: se trata de un cierto complejo de superioridad; es apenas ganarle a la Argentina y sumar tres puntos en una competencia que Brasil no tendría que disputar, porque es el actual campeón del mundo; una derrota tampoco elimina la aspiración de participar en la Copa del Mundo por la 18ª ocasión consecutiva, o sea, de mantenerse como el único país presente en todos los Mundiales. Si superar a la Argentina en el número de victorias en el historial no va a convencer a nuestros hermanos argentinos de que somos superiores de la misma forma en que Pelé fue miles de veces mejor que Maradona, entonces, ¿de qué vale ganar el partido?
Este es el principal motivo por el cual el partido no entusiasma al Brasil. Pero debe sumarse a nuestra superioridad el hecho de que el partido no se juega ni en San Pablo ni en Río de Janeiro. Y de que las entradas cuesten entre 30 y 150 reales (10 a 50 dólares), en un país donde el salario mínimo no consigue superar los 100 dólares.
Por estas razones, por lo menos hasta que el partido dé comienzo, el hincha brasileño va a discutir la clasificación de su equipo en el torneo Nacional o si San Pablo va a derrotar a River o a Boca en la final de la Libertadores. De todas maneras, el estadio Mineirao estará lleno. La televisión batirá records de audiencia. Sólo después de 90 minutos recordaremos que ganarle a la Argentina siempre tiene un gusto especial.

* Editor de Lance! de Río de Janeiro.