FúTBOL › OPINION
› Por Pablo Vignone
La apretada puja por el Clausura durante las primeras 14 fechas contrastó con este cierre casi sorpresivo, con la aparente facilidad con la que Boca consumó el bicampeonato. Probablemente fue más producto de la enfermedad que aqueja al fútbol argentino que de la puja competitiva en la que el equipo de Alfio Basile se deshizo de sus rivales en las últimas cuatro fechas.
Esto de reprogramar tres veces los partidos, de ensayar interrupciones de los encuentros con la misma liviandad con la que se propone ir al estadio, de acumular partidos suspendidos sin decisión (o con decisiones absurdas), termina en el ridículo máximo de sugerirle al campeón no dar la vuelta olímpica. Si alguna medida puede medir el grado de ausencia de salud que conmueve al fútbol, es ésa: no se puede asegurar la vuelta olímpica del campeón en una cancha ajena. Eso no tiene que ver con la violencia social inserta en el fútbol sino con una lógica generalizada que ha transformado al juego en negocio primero y en drama en consecuencia, degenerando en locura.
Alfio Basile se sentará esta semana a extender su vínculo contractual con Boca sin talco ni whisky, pensando seguramente dónde estará aquel hincha que colgó, hace casi un año, esa bandera que pedía poner en su lugar a entrenadores que sabían la diferencia entre “plantel” y “equipo”. Cosas del fútbol sano: esos entrenadores eran Gustavo Alfaro (que no tiene club en Primera) y Julio Falcioni (que está a punto de perderlo). Pero Basile, a quien se podría considerar como el remanente de la última pureza pícara del fútbol, también supo contaminarse, como cuando le hizo la señal de la cruz a Héctor Baldassi, en la quinta fecha. Le hizo el juego a esa lógica dramática.
El Clausura 2006 terminó siendo una locura, devenida de aquel frenesí que impedía al equipo puntero sostenerse en la punta a la fecha siguiente, y que derivó con, entre otros dislates, partidos definitorios jugados con suplentes mientras la Libertadores compite con el torneo local con la prepotencia de los dólares de la TV. Boca se coronó campeón porque terminó siendo el menos irregular, pero dejó en los paladares de los hinchas de fútbol, en el sentido más amplio, un sabor amargo emparentado con la putrefacción.
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