Lunes, 16 de julio de 2007 | Hoy
FúTBOL
Por Juan Sasturain
desde la casa
Impresiones al terminar el primer tiempo. Uno: la marca de la Bestia, el golazo de Julio Baptista. Ayala se debe haber acordado del pelotazo del mellizo De Boer a Bergkamp –invertido, aquél: de izquierda a derecha y más profundo– contra Holanda en Francia ’98. Esta vez también pasó de largo y el delantero la cruzó a colocar. Dos: se ocupó mal el terreno, muy lejos del arco rival. Con demasiados jugadores detrás de la pelota cuando se tenía la posesión –sólo opciones para atrás– y demasiados jugadores adelantados cuando había una pelota quieta a favor, con las consecuencias de volver de apuro. Es raro: cuando la tenemos, sobran defensores; cuando atacan ellos, terminamos corriéndolos de atrás. Así vino el segundo, que pudo ser antes. Tres: atacamos con poca gente; cuando uno desborda de un lado, no se acompaña del otro. Cuatro: debería entrar Palacio (por Cambiasso), ir a la derecha, con Tevez en el medio y Messi por el otro lado y pasarlo al Pupi para reforzar el medio y dejar tres atrás. O que entre Aimar para hacer un 4-2-2-2. Acaso mejor.
Impresiones al terminar el partido. Uno: no hubo aptitud, ni apareció la actitud para modificar nada. Acaso la infinidad de tiros libres que no se aprovecharon –la obstinada falta de variantes– sea sintomático de lo que nos pasó. Dos: así, se siguió jugando igual y con el correr de los minutos, y con el tercero adentro –resultado de las variables negativas que venían desde el primer tiempo: tiro libre a favor que termina en gol en contra, con Román corriendo al último brasuca que definió–, el desorden se generalizó. Tres: acaso en ese momento –y hasta el final– se haya visto el aspecto más negativo de aquello que cuando funciona es clave del éxito y el brillo: la espontaneidad creativa de los capaces de hacer la diferencia. La creatividad sin inspiración, o atenuada por el desánimo, deriva en desorden y desprolijidad. Cuatro: el equipo terminó jugando como cuando en el ’94, en Estados Unidos, que nos quedamos sin Diego. Es como si aquella ausencia física –diseminada, repartida hoy en las ausencias futboleras de Riquelme (sobre todo) y Messi– nos quebrara el mecanismo.
Impresiones con la tristeza decantada y sin haber oído declaraciones ni comentario alguno: qué bien que la hicieron, cómo nos abrocharon. Felicitaciones a Dunga & Co. y a seguir, sin dramas ni Apocalipsis, apostando por el juego.
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