Lunes, 7 de enero de 2008 | Hoy
AUTOMOVILISMO Y MOTORES › OPINION
Por Daniel Guiñazú
Si se le dan los tiempos, si no lo devoran las fauces del exitismo, si logra ponerse por delante de la ansiedad de la gente, si reaparecen en escena algunas individualidades de vuelo últimamente bajo, y si consigue pronto algunos resultados que tranquilicen un frente interno agitado, Diego Simeone no sólo puede llegar a darle forma a un River protagonista, ofensivo y ganador. Puede armar el River de mayor temperamento atacante de los últimos diez años.
Los hechos recientes avalan la opción preferencial de Simeone por un fútbol lanzado y voraz. En su Estudiantes campeón del Apertura 2006 rodeó a Pavone y a Calderón del despliegue permanente de Sosa y Diego Galván por las bandas, con Verón como lanzador alejado desde la mitad de la cancha. Atacaba siempre con no menos de cuatro, que podían llegar a ser cinco si la Brujita se arrimaba a los dos de punta y hasta seis, si Angeleri o Pablo Alvarez iban desde el fondo por los costados.
En el último Estudiantes que dirigió, el del Apertura 2007, Simeone redobló la apuesta. Y paró un 3-3-1-3 que terminó siendo un 2-3-2-3 y hasta un 2-1-2-5, si era necesario. Al revés de otros técnicos más conservadores y enamorados de sus propios dibujos, a Simeone no le tiembla el pulso para modificar sus esquemas. Y para sacar todos los defensores y/o volantes y poner todos los delanteros que hagan falta con tal de ganar un partido. Ningún técnico tomó tantos riesgos como Simeone en los últimos dieciocho meses del fútbol argentino. Y el mensaje que partió del banco siempre resultó claro: ante todo ganar, pero sin arrimarse una pistola a la cabeza. Audaz, pero no ingenuo.
Además, Simeone cree en un fútbol directo, vertical, sin tantas vueltas a la hora de llegar al arco adversario. Ahora, ¿cuenta con los jugadores como para que su idea de juego se haga realidad sobre el verde césped? No hay en el plantel millonario un líder dentro y fuera de la cancha y un estratega como Verón ha sido y es en Estudiantes. No hay nadie con ese ascendiente en el grupo, ni con su inteligencia para jugar y hacer jugar, ni con todos sus recursos técnicos. Y ésa, la de encontrar referentes que lo interpreten, es la primera misión que Simeone se ha dado a sí mismo en la pretemporada que anoche arrancó en Mar del Plata. Por lo demás, hay material bueno, pero no extraordinario.
La llegada de Abreu y la confirmación de la permanencia del colombiano Falcao presuponen un ataque picante en el que Rosales y Marco Rubén serán buenas alternativas a la hora de la inevitable rotación. El chileno Alexis Sánchez, si se pone a punto y repone todo el atrevimiento y la habilidad que esbozó antes de lesionarse, puede llegar a convertirse en insustituible. Ponzio y Ahumada deberán mostrar cuál de los dos soporta, con su despliegue, una mitad de la cancha más orientada a jugar que a impedir. Y además están Ortega, Buonanotte, Augusto Fernández, más los refuerzos que puedan ir arribando para robustecer una zona izquierda que aparece como el lado más flaco del equipo.
Algo tiene a favor Simeone: River, en lo futbolístico, hoy es tierra arrasada. La era de Passarella no ha dejado nada en pie. De aquí en adelante sólo cabe ir mejorando. En contra tiene lo de todos: no hay tiempo. Hace tres años y medio que River no da una vuelta olímpica. Y la presión de la gente por ganar la Copa y/o el Clausura puede llegar a tumbar las mejores intenciones, más temprano que tarde. Nadie tolerará en River un nuevo año con las manos vacías.
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