Lunes, 21 de julio de 2008 | Hoy
FúTBOL › OPINIóN
Por Diego Bonadeo
Desde tiempos casi inmemoriales, la malversación del sentido, y hasta de la etimología de algunas palabras, ha sido naturalizado. Algunas veces por supina ignorancia, y muchas otras por conveniencia.
Y a esta última “clasificación” corresponde casi siempre el vocablo “empresario”. Como si quien ejerce la trata de blancas es narcotraficante, tiene una cueva para la compra-venta ilegal de divisas, o simplemente pone un aviso clasificado para pedir u ofrecer algo –y nada más– es una persona “de empresa”.
Durante años ha sucedido y sigue sucediendo entre nosotros con quienes en cualquier circunstancia y en cualquier rubro aparecen como “contratistas del Estado” que casi nunca toman riesgo alguno y por lo tanto mal podrían engrosar el rubro de los “emprendedores”.
Por supuesto, la cuestión vinculada con los “empresarios” de futbolistas no escapa a comunes denominadores de otras actividades y lo único que puede sorprender de todo lo oído, visto y escrito del asunto es, justamente, la desfachatez del presidente de la AFA, Julio Grondona, bregando para que sea acotada la participación de este tipo de intermediarios en las transferencias de jugadores, como si para “blanquear” la situación no se hubiera aprobado hace ya varios años un registro de estos mal llamados empresarios.
Es seguro que, de no haber estallado el escándalo que parece salpicar también a funcionarios del consulado italiano, el “todo pasa” del anillo de Grondona hubiera hecho una vez más del gatopardismo una manera de regentear las cosas del fútbol.
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