Veinticinco centésimas de punto. Esa era toda la diferencia que separaba a Guillermo Ortelli (55,75) de Matías Rossi (55,50) antes de largarse la final en Buenos Aires. Paradoja del campeonato: después de correr 15 carreras y 16 series, de sumar y arriesgar, bastaba con llegar delante del otro para gritar campeón. Todo un año resumido en 25 vueltas furiosas.

Rossi había hecho ya el gasto: se vio obligado a remar en la segunda serie para avanzar tres lugares (del sexto al tercero) y mejorar sus chances. Pero, preocupado con el funcionamiento de sus neumáticos en la clasificación, usó un solo juego para serie y final, sin confianza en el restante. Su Chevrolet estaba más “cansado” que el de Ortelli al momento de largar.

Después tuvo que esforzarse también para alcanzarlo. Dejó una buena cuota de energía hasta superar al Dodge de Angelini, y lo mejor de la carrera se vio cuando quedaron mano a mano en la pista, cuarto y quinto, detrás del Ford de Silva. Adelante, los Dodge de Spataro y Trucco, ganadores, corrían por una victoria inadvertida.

El título se definió cuando Silva paró en el giro 16. “Atrás de él, mi auto no andaba bien ni en la Ese del Ciervo ni en el Curvón Salotto –confió Ortelli–. Pero cuando quedó la pista libre, recuperé carga aerodinámica, hice una luz y seguí dándole, para no desconcentrarme.” Así, la diferencia de menos de medio segundo creció inexorablemente: 0s7 en la vuelta 19, 1s1 en la 21, 1s5 en la 23, 2s1 en la 24...

“Estoy un poquito amargado por la pérdida del título, pero hay que reconocerle a Ortelli que es un justo ganador, un gran campeón”, se lamentó Rossi, que perdió la chance del bicampeonato. “Al parar el Pato (Silva) me quedé sin chances, porque después (Ortelli) me sacó dos o tres décimas por vuelta.” Las cubiertas traseras del Chevrolet Nº 4 estaban fusiladas. “Lo de Guille es increíble, parece que gana con una facilidad...”, lo graficó el ganador Spataro.