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Lunes, 10 de marzo de 2003

FúTBOL › OPINION

Por corners era goleada

Por Diego Bonadeo

Por aquello de las urgencias, esta vez la crónica de un alejamiento anunciado que el viernes, resultado mediante, se llevó puesto no sin violencias ni sin amenazas a Carlos Babington de la dirección técnica de Huracán, no parecía anteceder que pudiera pasar algo similar con Pellegrini en River. O con Pastoriza en Chacarita. Es cansador ser recurrente y temático, pero así es la cultura resultadista del pensamiento único que decidió unilateralmente, esto es sin consulta popular ni plebiscito, que lo que sirve es ganar. Y que los únicos fusibles son los entrenadores. Claro que muchos de ellos con corresponsables de que así sea. Por sanata en el discurso y sobreexposición en la imagen. Pero en cuanto, por foul de Buljubasich, Pena de penal puso el 1-0 para Chacarita, volvieron los nervios y las histerias. Aunque en un partido bastante mejor que los del común de los últimos tiempos. River había manejado casi todo, dejándole a Chacarita solamente la posibilidad de ir de contra y rápido, con Romero como principal argumento ofensivo. Pero como Rosada podía casi siempre con D’Alessandro, era la dupla Garcé-Coudet la que generaba el mejor fútbol de River, que alternaba bien toqueteo con profundidad, aunque la única llegada realmente peligrosa fue un zapatazo de Garcé que pegó en el palo.
Ya en el descuento del primer tiempo, un tiro libre jugado en tres paredes dejó a Claudio Husain libre para poner el 1-1.
Después del descanso, River siguió apretando, pero cada vez más desprolijo. Chacarita no podía tener la pelota ni pasar la mitad de la cancha. Navarro Montoya le tapó un mano a mano a Fuertes; enseguida se fue lesionado Coudet y entró Lucho González. River perdió así al mejor de todos. Todo era por arriba en el área de Chacarita y llegó una mano de Almandoz no cobrada.
Ya no había ni toqueteo ni profundidad de parte de River. Solamente desesperación. Es que Rosada podía cada vez más con D’Alessandro. Garcé de a ratos –con Coudet afuera, él era ahora el mejor–, González de a ratos y Cavenaghi buscándose juego, trataban pero no podían.
Y el gol llegó a los cuarenta y ocho y, como no podía ser de otra manera, de un tiro libre de Cavenaghi que cabeceó Ameli. Si había que desempatar por corners, era goleada para River.

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