TENIS
› Por Carolina Fernández
Tercer set. Saca Nadal 15-30; Del Potro supo sorprenderlo con una derecha cruzada muy angulada. En este punto, entusiasmado, apura un drive paralelo, fuerte, que el español salva a la carrera, la raqueta en su revés como una cuchara que embolsa un largo globo defensivo. Del Potro, instalado bajo la pelota, mira para arriba y la deja picar, llovida, 20 centímetros adentro de la línea de base. A partir de esa decisión, fiel a la lógica de juego de Nadal, pierde el punto devolviéndola sin peso y recibiendo un nuevo sablazo a la línea, inatajable.
Hubo otras situaciones similares en el segundo set y en el inicio del tercero. El tandilense dudó y eligió no ir a buscar el punto a la red, y lo perdió. Es que hablar el lenguaje físico de Nadal en la cancha es prepararse para un festival de disparos al fondo, sobre la línea, siempre potentes, algunos con ángulos impensables, cargados de efecto y velocidad. Jugar ese juego implica desplegar astucia, potencia y anticipación, pero sobre todo velocidad de piernas. “Tiene rueditas en las zapatillas”, dicen los aficionados. Llegando a la pelota cómodo y con tiempo, dispone de calma para aplicar toda la fuerza de su brazo exactamente ahí donde su mente elige. Es rarísimo sorprenderlo mal parado. En el código del palo y palo, del llegar rápido a la pelota, del “sacarle” al rival la raqueta de la mano a fuerza de potencia y efecto, Nadal es casi imbatible. Y volvió de su larga meditación con las rueditas bien aceitadas.
Del Potro es un gran voleador. Pese a su estatura –y gracias a ella también– cubre bien la red, es fino, bloquea con sensibilidad y le imprime a la pelota ángulo y velocidad definitorias. La prueba, en el noveno game del tercer set; decide ir a buscar los puntos a la red. Desestabiliza al rival y gana el parcial, para ponerse 4-5. Quizá por la lógica del tenis actual, cuyas leyes parecen ser la potencia, la resistencia física y la velocidad, toma la red como una sala de emergencias, a la que va sólo cuando todo lo demás falla. Y hablando el lenguaje que Nadal domina como nadie, con cansancio acumulado, parado dos metros detrás de la línea, es muy probable que todo lo demás falle.
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