libros

Domingo, 11 de abril de 2004

RESEñA

El mundo después de conejo

CONEJO EN EL RECUERDO
Y OTRAS HISTORIAS
John Updike

trad. Jordi Fibla
Tusquets
Buenos Aires, 2004
352 págs.

por Rodrigo Fresán

Como libro de cuentos, Conejo en el recuerdo no goza de la luminosidad iniciática de Plumas de paloma (1962) ni de la madurez casi funeraria de Lo que queda por vivir (1994). Es decir, no es uno de esos volúmenes de relatos que –en su integridad y en su equilibrio– apenas parecen esconder el fantasma de una posible novela. Pero sí es más imprescindible que los libros de ficciones breves de Updike porque en sus tripas alberga la más novela que nouvelle que le da nombre –Tusquets tuvo la irreprochable sensatez de cambiar el título original del libro Licks of Love, bautizado a partir del relato “Improvisaciones de amor en plena Guerra Fría”– y que, inesperadamente, nos presenta el estado de las cosas en el mundo de Harry “Conejo” Angstrom después de su muerte en 1990.
Es sabido que Updike (Pennsylvania, 1932) creó la triste y patética figura de este basquetbolista frustrado y exitoso vendedor de coches como testigo privilegiado y forma comentadora de los constantes cambios de los Estados Unidos en la última y vertiginosa mitad del siglo XX. Así, puntualmente, una vez cada diez años, Conejo funcionó y funciona como un retrato –con estilo naturalista dentro de un autor que tampoco le ha hecho ascos a lo experimental o extranjero; acaso pintado con las mismas decadentes y oscurantistas técnicas de aquel retrato de Dorian Gray– en el que se van haciendo realísticamente evidentes todas las faltas y pecados de un país que no puede quedarse quieto.
A Corre, Conejo (1960) le siguieron El regreso de Conejo (1971), Conejo es rico (1981, probablemente la mejor de todas) y Conejo en paz (1990). Dos de ellas ganaron el Pulitzar y un crítico norteamericano lo definió mejor que nadie: “Conejo es ese personaje de ficción del que siempre quieres saber más pero a quien no podrías soportar más de dos minutos en la vida real”. Es verdad: las desventuras de Conejo se leen siempre con una mezcla de placentera admiración por el lenguaje con que se las narra y de horrorizado morbo por las cosas que allí se nos cuentan.
En 1995, cuando todo parecía haber sido consumado, el mismo Updike las reunió y retocó y prologó en un único, imprescindible y contundente tomo de más de 1500 páginas para la Everyman’s Library con el título general de Rabbit Angstrom, haciendo evidente lo que todos sospechaban: el Ciclo Conejo conforma lo que sin lugar a dudas es una de esas Grandes Novelas Americanas; y Harry Angstrom y los suyos se codean hoy sin problemas con Huckleberry Finn, Ahab, Jay Gatsby, George F. Babbit, Studs Lonigan, Nick Adams, Augie March, Holden Caulfield, John Yossarian, Nathan Zuckerman y esas familias que pueden llamarse Wapshot o Sartoris.
Aquí y ahora el siempre inquieto y prolífico Updike –luego de este libro ya ha publicado Seek My Face (2002), novela en la que investiga las apenas disfrazadas con otros nombres figuras de Jackson Pollock y Andy Warhol, y reordenó en el 2003 su monumental antología Early Stories, ya comentada en este suplemento– ha vuelto a visitar a su personaje más emblemático en esta coda post-mortem donde Conejo es una sombra, pero es una sombra poderosa.
Y está claro que –más allá de su ausencia– la vida en la madriguera de los Angstrom sigue siendo complicada: su sufriente viuda Janice se ha vuelto a casar con Ronnie Harrison (amigo y rival de Conejo), su hijo Nelson (fracasado en el negocio automotor y ex cocainómano) ahora es unpoco riguroso; y de golpe reaparece Annabelle Byer (hija secreta de Conejo, nacida hace 40 años de aquel affaire con Ruth Leonard) resuelta a investigar sus orígenes. Todos ellos coinciden en 1999, en una cena de Acción de Gracias que, por supuesto, termina conejísticamente. Es decir: mal. Pero escrita, como es costumbre, como sólo Updike puede hacerlo: magníficamente.
Updike ha probado ser uno de esos contados escritores para los que tanto el cuento como la novela le resultan territorios igualmente aptos para su talento y los doce relatos que completan el libro son invariablemente magistrales. Todos y cada uno de ellos –más allá de sus habituales temas, donde se funden las agonías de lo doméstico, los relativos consuelos del sexo, la melancolía por un mundo que ya no existe, y una simpatía por sus personajes que cada vez se confunde más con la piedad y la pena– también emiten señales y guiños para sus más fieles lectores. En “Las mujeres que nos dejan” regresamos al updikeano pueblo de Tarbox; “Mi padre al borde del descrédito” transcurre en Alton, Pa., escenario de la novela El centauro; y en “La hora del almuerzo” nos reencontramos con aquel David Kern de “Plumas de paloma”. Y last but not least su “Oeuvre...” es un siempre deseado reencuentro con el peripatético, bastante mediocre, y ahora septuagenario escritor judío Henry Bech, ganador de un polémico Nobel de Literatura en 1999 –ese premio que a Updike se le viene escapando– y ahora padeciendo la recurrente reaparición de amantes de su pasado mirándolo desde las sillas de sus conferencias. Este último relato, el más gracioso de todos, ya había sido incluido en 2001 –también en la Everyman’s Library– en otro volumen totalizador: The Complete Henry Bech. Lo que no impedirá –qué duda cabe– que Updike lo vuelva obsoleto e incompleto cualquier día de éstos con una nueva entrega de sus desventuras. Nadie se quejará por ello, por supuesto, y tal vez, quién sabe, el futuro nos depare aventuras sobrenaturales de Bech y Conejo correteando entre las nubes de un infernal paraíso recuperado.
Mientras tanto y hasta entonces, aquí tenemos el terrenal cielo de este libro.

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