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Domingo, 11 de abril de 2004

Feria del libro

Anticipos de la Feria

David Lodge (Londres, 1935), que estará en Buenos Aires durante la próxima Feria del Libro, era considerado hasta hace poco básicamente un escritor cómico, meramente pasatista, ya que así parecía sugerirlo buena parte de su producción. Pero su último libro hace necesario replantear este juicio. Desde La caída del Museo Británico, Lodge hará uso de un tono (paródico) que va a encontrar sus mejores momentos en la trilogía universitaria que conforman Intercambios, El mundo es un pañuelo y ¡Buen trabajo! Así, el carácter estático del catolicismo, la educación concebida como una empresa privada, el turismo como la nueva religión laica y los terapeutas como los sacerdotes del culto neurótico, son algunos de los temas que le permiten a Lodge hacer un diagnóstico durísimo del mundo moderno.
Pero en su última novela, Pensamientos secretos, el humor apenas aparece bajo la forma de chistes casuales y de situaciones que no tienen nada de graciosas. Acá hay una apuesta mucho más fuerte, puesta en evidencia en la elección de su personaje principal, Ralph Messenger, un profesor estrella que se dedica a investigar el problema de la conciencia humana y la inteligencia artificial. Su partenaire es Helen Reed, una escritora que da clases de escritura creativa, mientras trata de escapar de la pena que le ha provocado la abrupta pérdida de su esposo. El encuentro de estos personajes produce el choque de dos concepciones del mundo totalmente distintas y será el núcleo argumental de la novela. El aparente esquematismo con el que Lodge parece dotar a la trama en un comienzo, sin embargo, pronto se complejizará por medio de las discusiones y el inevitable romance que sostendrán los dos protagonistas.
Con Pensamientos..., Lodge parece haber concebido una suma de toda su obra narrativa, ya que no faltan las parodias a Martin Amis, Beckett, Rushdie o Irvine Welsh, ni la reaparición como personaje secundario de la protagonista de ¡Buen Trabajo!, ni las teorías sobre la ficción como algo necesario para la vida. La principal diferencia con sus libros anteriores es que aquí el tono del relato es marcadamente gris y la narración se resiste a tomar partido por Messenger o Reed, por la visión fría y avasallante de la ciencia o por el pensamiento creativo y los sentimientos.
Es significativo, no obstante, que toda la novela parezca girar sobre una cita de Darwin. En un momento Messenger reconoce que el problema hasta ahora irresoluble con el que se enfrenta la inteligencia artificial es el de procesar los sentimientos. ¿Cómo se los puede convertir en algo cuantificable? Entonces recuerda que Darwin, al no encontrar ninguna especie que tuviera el hábito de llorar, había anotado en su diario: “El llanto es un misterio”. Quizás ahí, parece sugerir Lodge, radica una de las pruebas incontestables de nuestra esencia humana. En otras palabras, quizá la conciencia no pueda tener otra manifestación externa más evidente que el llanto. Cioran escribió que “no hay más que un signo que testimonie que se ha comprendido todo: llorar sin motivo”. Y si aceptamos que no hay mucha diferencia entre la risa y el llanto, como han asegurado muchos grandes humoristas, no nos costará admitir que Lodge no parece haber hecho otra cosa que explorar esta idea a lo largo de toda su obra.

Marcelo Damiani

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