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Domingo, 25 de abril de 2004

ENTREVISTA CON RODOLFO RABANAL

La felicidad, el amor y esas cuestiones

Ocho años después de la publicación de su última novela, Cita en Marruecos, Rodolfo Rabanal (porteño de Pompeya, nacido en 1940 y feliz poblador de Punta del Este) estuvo en Buenos Aires para la presentación de La mujer rusa, su flamante novela editada por Adriana Hidalgo. A la precisión estilística a la que Rabanal acostumbra, se le agrega esta vez una serie de historias encastradas con exactitud alrededor del amor y el desamor como eje, temas sobre los cuales dialogó con Radarlibros.

Por Martín De Ambrosio

La mujer rusa es también una novela de memorias y olvidos: el protagonista casi no recuerda nada de su propia vida, pero se empeña en buscar casi como en una parábola los rastros de cierto cónsul inglés al que un naufragio depositó en Ciudad Blanca (un imaginario lugar de la costa uruguaya)...
–El personaje cree que eso va a ser una ayuda para él: si encuentra la vida de otro, va a encontrar su propio pasado olvidado. Pero el juego ese de la memoria y el olvido tiene que ver con varias cosas. Primero, con que vivimos en una época en la que se desdeña el pasado y ni se piensa el futuro; vive afincada en el presente. Lo cual es una extraña utopía porque el presente se escapa todo el tiempo, ¿no? Tal vez el presente sea el menos existente de los tiempos, porque es un tránsito. Yo trato –no sé si lo logro– de indicar que si no hay memoria, no hay futuro.
También se habla de las dificultades del amor: en su triste irrealidad, el personaje principal encuentra a la primera mujer rusa, que huye de otro pasado, pero eso dura solamente 17 días.
–Es la imposibilidad del amor. La imposibilidad real del amor. El amor que existe es a la vez imposible, porque el amor cuando ocurre se pretende para siempre, y es tan frágil y está tan delimitado por una serie de circunstancias cambiantes que la decepción de los amantes es eterna y renovable. Lo más habitual es la decepción. Entonces yo quise que en esos 17 días de amor se viera eso, que si el milagro se da, dura poco. Pero a su vez, como él vive recordándolos, esos 17 días no acaban nunca, ocurren siempre y por eso son inolvidables. Ésa es una de las claves de la felicidad.
Bueno, en la historia de la literatura hay quienes piensan que el recuerdo de la dicha pasada es triste...
–Eso lo dice el Dante, pero se lo discute desde hace siete siglos. Francesca de Rímini le pide en el Infierno que no le haga recordar la dicha pasada porque no hay nada peor que eso. Stendhal, que se pretendía un hombre feliz, fue el primero que se lo discutió severamente diciendo que si la felicidad ocurrió una vez es posible que irradie para siempre. Incluso lo dice Quevedo en un famoso verso y lo repite Keats en un poema de 1817: “A thing of beauty is a joy forever” (“una cosa bella es un regocijo para siempre”). Pero yo creo que Dante le hace decir eso a Francesca, que está junto a Paolo Malatesta, basado en una idea teologal.
Por otra parte, la novela incluye a más de una mujer rusa. En realidad, hay por lo menos tres mujeres rusas y una de ellas es la poeta Anna Ajmatova.
–Sí, van apareciendo varias mujeres rusas. La historia de Anna Ajmatova y un joven Isaiah Berlin que incluyo por ahí es un gran momento de la “realidad”. Es una historia que me gustó desde que la conocí; algo precioso, algo que quería celebrar. Esa noche de 1945, con San Petersburgo prácticamente destrozada después del asedio nazi, él se enamora de Ajmatova. Berlin es un hombre de 34 años y se enamora de ella, que entonces tiene 50 pero sigue siendo la misma bella mujer que enamoró a Modigliani en París en el año 1913. Era demasiado bella. Ese amor también es fugaz. De una sola noche. Pero es eterno porque sigue engendrando poemas durante años. Los mejores poemas de ella suceden esa noche. Y él sigue hablando de ella a lo largo de los años, con mucha discreción por cierto (sólo se lo confesó al hijo de Churchill, que era su amigo). Las otras mujeres rusas de ficción se comportan del mismo modo. Todas llegan de distintos naufragios.
Pero, ¿no se trata, en verdad, de una fugacidad deseada? Ninguno de los personajes parece querer continuar esos amores para siempre.
–Exactamente. La idea es: “Mejor que no se quede, porque puede gastarse el amor”. El tipo le teme a la continuidad y al acostumbramiento, prefierevivir la sorpresa del instante, lo cual es medio suicida de su parte. Incluso aparece otro personaje femenino siniestro, la bruja turca, que parece un desprendimiento del mundo menemista, mundo rumboso y no deseado, de políticos perversos.
A propósito: hay algunas sorprendentes referencias a la crisis económica argentina que estalló en el 2001.
–Es que son momentos dramáticos, cruciales en la vida de las comunidades. La crisis argentina fue el fin de una ilusión para mucha gente y el principio de una realidad. Y bueno, todo eso no lo pude evitar y aparece en la novela. Para mí no fue el fin de una ilusión porque nunca creí en Menem, pero debo admitir que mucha gente con el uno a uno estaba contenta. Odiaban a Menem por otros motivos, pero estaban cómodos. Ésa fue la gran falacia: reírse de su ignorancia, pero aprovechar el uno a uno y comprar todo, “déme tres, cuatro”. En ese sentido, la sociedad argentina, en medio de la enorme corrupción, se quedó dormida. Y la crisis fue un terrible despertar.

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