libros

Domingo, 25 de abril de 2004

Un artista del mundo flotante

El gran espejo del amor entre hombres
Ihara Saikaku

trad. Amalia Sato
Interzona
Buenos Aires, 2003
352 págs.

 Por Mariana Enriquez

Ihara Saikaku (1642-1693) inventó una etimología para el antiguo nombre de Japón, seirei koku, “Tierra de las libélulas”. Sostenía que provenía del hecho de que las libélulas se montan por detrás, algo que el autor llamaba “la postura del amor por los muchachos”. Así legitimaba de forma humorística la antigüedad y naturalidad del amor entre hombres por encima del amor por las mujeres en Japón. Saikaku era un escritor comercial y muy popular que, cuando comenzó la escritura de Nanshoku okagami (1678) lo hizo para aumentar su número de lectores; eligió el tema del amor homosexual masculino para llegar a su audiencia más común, los samurai y los habitantes de Kioto y Osaka. El gran espejo del amor entre hombres: episodios entre samurai, monjes y actores es la traducción de ese antiguo texto, una colección de cuarenta relatos que describen las relaciones amorosas homosexuales en el Japón del siglo XVII.
La necesaria introducción a los relatos de Paul Gordon Schalow (publicada originalmente por Stanford University Press) ayuda a comprender mejor la naturaleza y el escenario de estos amores. Explica, por ejemplo, que en la cultura japonesa premoderna las relaciones entre hombres debían darse entre un adulto y un adolescente (wakashu); que los libros de amor sexual como El gran espejo... circulaban en el Japón de la era Genroku gracias a la demanda de la emergente clase urbana y reflejaban la idea de que el amor no se encontraba en el matrimonio, sino en la prostitución; que los hombres se dividen en “conocedores de los muchachos” y “misóginos”: los primeros se casaban y tenían relaciones con mujeres, mientras los segundos rechazaban por completo a las mujeres como compañeras sexuales.
El gran espejo... se divide en ocho secciones de cinco capítulos cada una: las primeras cuatro se ocupan de los samurai, las restantes de los actores kabuki que se prostituían en los distritos teatrales de Kioto, Osaka y Edo (la actual Tokio). Cada uno es la biografía de un samurai o de un kabuki wakashu ideal. El exotismo y complejidad de ese mundo antiguo atravesado por la estetización y la violencia parece más cercano gracias a la prosa límpida y “moderna” de Saikaku. No hay descripciones explícitas de relaciones sexuales, sólo de pasiones efímeras donde los jóvenes pierden su belleza rápidamente, mueren enfermos de amor o cometen honorable suicidio junto a sus amantes. Aunque los relatos, muy similares entre sí, resultan repetitivos, es deliciosa la vida en el “mundo flotante” –las ciudades y sus distritos de placer– con jóvenes andróginos que recorren kilómetros en busca de un nuevo peluquero o imponen modas de telas importadas, fanáticos de los actores que conservan las imágenes de sus amados en grabados –como si fueran posters– y les gritan piropos en las presentaciones, los díscolos actores prostitutos que cuestan fortunas, los lamentos por los jóvenes hermosos que se entregan a la vida religiosa.
Las bellas descripciones (“Amaba este lugar y el modo en que la luz de la luna se filtraba de noche a través de las agujas de los pinos”, escribe en “El ABC del amor por los muchachos”), las delicadas comparaciones, los cerezos en flor y el aroma del incienso, se mezclan con decapitaciones, mutilaciones, venganzas, profundas traiciones. En “A pesar de portar una sombrilla se mojó con la lluvia”, se puede leer la siguiente situación:
“El amo le cercenó el brazo izquierdo. ‘¿Sigues sin lamentarte?’, se mofó. Korin le extendió su brazo derecho. ‘Acaricié el cuerpo de mi amante con esta mano. Seguramente ha de molestarte’. Furioso, el amo se la cortó”.Saikaku tampoco ahorra misoginia. El permanente desprecio por las mujeres no se relaciona, escribe Schalow, con una supuesta intención de Saikaku de revelar sus sentimientos homoeróticos enmascarados, sino para entretener al círculo de sus lectores. Mishima insistía en que Confesiones de una máscara había sido la primera obra importante en tratar el tema de la homosexualidad en Japón desde El gran espejo.... Schalow escribe: “Demostró gran creatividad al manipular leyendas e iconos del amor entre los hombres, pero se vio limitado por las restricciones de la tradición literaria en la que se inscribía. Enmascarar y mostrar las ‘verdaderas preferencias’ era algo ajeno a esa tradición. Hasta Mishima, casi tres siglos más tarde, ningún escritor japonés haría innovaciones similares”. El texto de Saikaku pertenece a una tradición premoderna donde el amor homosexual no era representado como perverso y se integraba a la amplia esfera del amor sexual como tema literario; una tradición que no apelaba a la estrategia de enmascarar y revelar. Esta notable ausencia de estigmatización es el principal atractivo de El espejo... y parte del misterio de su belleza.

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